THE OBJECTIVE
Víctor de la Serna

Alberto Garzón: en carne viva

«Con la excepción, Garzón fabrica una categoría y expone a España al escarnio internacional»

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Alberto Garzón: en carne viva

Alberto Garzón. | Europa Press

Prosigue la polémica en torno a las declaraciones del ministro Alberto Garzón sobre la ganadería española, publicadas en el principal periódico de izquierdas británico, The Guardian, y recogidas por el periodista Sam Jones, cuyo entusiasmo por causas extremistas de nuestro país, como el separatismo catalán, está ampliamente documentado. Y es incluso encomiable la insistencia de algunos jóvenes colegas españoles, profesionales serios, ajenos al exacerbado sectarismo hoy imperante, y que insisten en que se atienda a la transcripción en español difundida por Garzón para aliviar las críticas feroces que ha recibido.

En realidad, lo de la transcripción es bastante anecdótico: Garzón no dice que «España» exporta carne, sino que lo hacen las malsanas macrogranjas a las que acusa, pero esa elipsis es común. Todo el mundo sabe que «Estados Unidos» no es el que exporta millones de automóviles, sino Ford, General Motors y demás. Y, sí, esos culpables productores no exportan carne «mala», sino «peor».

El mensaje sigue siendo el mismo: en España existen unas empresas delictivas que maltratan el ganado sometido a condiciones de hacinamiento intolerables y que producen millones de kilos de carne inferior y, de paso, causan graves perjuicios medioambientales. Garzón añade que Jones, por razones de espacio, no ha incluido toda la extensión de sus declaraciones, pero no vemos en lo publicado ninguna ausencia reseñable… salvo la ausencia de repreguntas necesarias del periodista, que debería haber pedido datos precisos al ministro que corroborasen sus aseveraciones, y que evidentemente no lo ha hecho. A él no parecen interesarle esas tediosas confirmaciones del delito.

Que algún caso exista -no hay ninguna macrogranja con 10.000 vacas como afirma el ministro, pero sí está registrada una de 5.000 en Navarra- no convierte el problema en una causa de escándalo digna de ser lanzada al mundo a través de un medio británico ideológicamente marcado como es The Guardian. Más bien, sería una excepción notoria frente a los numerosísimos casos de explotaciones ganaderas intensivas de esas características que existen en otros países. Así que de la excepción se fabrica una categoría y se expone a España al escarnio internacional.

La realidad está ausente de toda esa construcción entre el ministro y su emisario al mundo exterior. La ganadería de vacuno («cattle», como Jones precisa varias veces) es esencialmente sana en España, no como en algún punto de Estados Unidos, y en cuanto se entrase en los detalles reales y factuales se comprobaría. Pero, si eso es notable, más lo es que el que haya fabricado esa historia escandalosa sea ministro del Gobierno de España y, más aún, el directamente responsable, junto a su colega de Agricultura, del respeto de la legislación sobre salubridad de la ganadería en este país.

Lo que viene a decir el todopoderoso ministro es que en España se tolera una ganadería inhumana y antiecológica y que él, destrozado ante esa evidencia, no tiene más remedio que irse a Londres a denunciarlo. Es una barbaridad que justifica toda la inmensa ola de cabreo que se ha suscitado en nuestro país, incluso dentro del propio Gobierno, del que Garzón no es destituido porque así es el edificio sostenido por alfileres de la dizque coalición de Pedro Sánchez.

Para más inri, hace apenas unos meses que la prensa española publicaba detalles de la reglamentación, más severa y precisa que la anterior, que desde 2020 ha dictado el Gobierno Sánchez contra los abusos de la ganadería intensiva. Es decir: que lo que ha hecho Garzón es confesar una culpable, y posiblemente delictiva, inacción de las actuales autoridades españolas y de su propio departamento en el cumplimiento de sus propias leyes. Todo ello es tan grosero que no debería admitir ni las más leves discusiones. Pero aquí estamos: un sector económico español vilipendiado por el ministro español responsable, y aquí no cesa ni el tate.

¿Cómo van a creer los ciudadanos de este país que aún existen responsables políticos, controlados por un Parlamento democrático, que hacen cumplir las leyes? La fantochada nacional prosigue, sin frenos.

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