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El guardián de los Museos Vaticanos: Gianni Crea, el hombre de las 2.797 llaves

Acompañamos a Gianni Crea, clavigero desde hace 24 años y encargado de abrir las diferentes salas de los Museos Vaticanos antes de que entren los turistas

Son las 5:15 de la mañana y no hay ni una sola alma en las calles de El Vaticano, habitualmente abarrotadas de turistas. Una puerta de hierro, flanqueada por un muro de piedra y dos estatuas, que representan a los artistas Rafael y Miguel Ángel, da acceso a los Museos Vaticanos. Suena una llave y la puerta metálica se abre. Al otro lado aparece Gianni Crea con traje azul, corbata a juego y zapatos negros. Sencillez y clase made in Italy.

De origen calabrés, pero romano en toda regla y católico convencido -para trabajar en el Vaticano es obligatorio profesar la fe católica-, Gianni es el clavigero, el guardián de los Museos Vaticanos y custodio de las 2.797 llaves que abren las puertas de las diferentes estancias de los museos. Lleva 24 años dedicándose a este trabajo y dice que no se cansa de él, al contrario, lo considera un privilegio, y no le falta razón. Son pocas las personas que pueden disfrutar en solitario de la Capilla Sixtina o ver amanecer desde la Terrazza del Nicchione -cerrada al público- con vistas a la cúpula de San Pedro y con Roma a sus pies.

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Entrada a los Museos Vaticanos. | Foto. Rodrigo Isasi.

Cruzamos la enorme puerta de metal principal y accedemos a un antiguo ascensor de madera que, como no podía ser de otra manera, se abre con una llave. Un ascensor antiguo, de madera, que nos lleva al piso superior. Tras pasar por la Gendarmería del Vaticano y recoger algunas de las primeras llaves, nos dirigimos a lo que se conoce como el búnker, donde se guardan las miles de llaves que abren las estancias de los Museos Vaticanos.

En total hay 2.797 llaves que se reparten entre 10 clavigeri -cinco para el turno de mañana y cinco para el de tarde- y el propio Gianni, jefe de todos ellos. Cada uno se encarga de abrir un sector diferente de los Museos, para que todo este listo en apenas una hora y media, a las 7:00 de la mañana, cuando los turistas más madrugadores crucen las puertas de acceso.

Nos acompaña Antonio, un guarda que lleva cerca de 15 años en este oficio. Allí, en el búnker descansan los manojos de llaves y sus copias, todas numeradas. Cada una tiene hasta cinco copias, por lo que en total el búnker alberga casi un total de 10.000.

Solo una de estas no tiene número y se guarda aparte, dentro de un sobre sellado y firmado por el encargado del cierre de los museos y dentro de una caja fuerte. Es el Sanctasanctórum de las llaves, única y muy especial, no tiene copia y con ella se abre la Capilla Sixtina.

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Gianni Crea sostiene el sobre y la llave de la Capilla Sixtina. | Foto. Rodrigo Isasi.

Nosotros hoy vamos a abrir el sector 4, uno de los más bellos, y eso supone llevar encima cerca de 350 llaves. Junto con sus zapatos, el sonido de éstas colgando del brazo de Gianni son los únicos sonidos que resuenan en los pasillos de los Museos cuando caminamos linterna en mano -la luz se enciende al final del pasillo-.

Gianni saca del manojo una llave muy importante, la 401, que ostenta el título de ser la más antigua de todas. Su función es abrir el portón que da acceso al Museo Pío Clementino, uno de los más destacados museos que conforman los Museos Vaticanos. Además, tiene el honor de haber sido el primero de todos, fundado a finales del siglo XVIII, en 1771, por el papa Clemente XIV y ampliado por su sucesor Pío VI -de ambos toma su nombre.

En su colección cuenta con algunas de las mejores obras de arte de toda Roma. Destacando por encima de todo su conjunto de esculturas, entre las que están el Torso del Belvedere, el Apolo del Belvedere, Laocoonte o Apoxymenos.

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Laocoonte y sus hijos. | Foto. Rodrigo Isasi.

El Museo Pío Clementino alberga también una sala por la que mucha gente pasa de largo pero que es maravillosa. Se trata de la Sala de los Animales, en la que perros, jaguares, zorros o ciervos recrean una especie de zoólogico de piedra. En su creación trabajaron muchos artistas del siglo XVIII, entre los cuales destaca Francesco Antonio Franzoni, y algunos de estos animales tienen mármoles de diferentes colores que aluden a los tonos del pelo y las plumas y que las hacen muy peculiares y dotan a la obra de un singular e inusual efecto de color.

Tras pasar junto a una pila de mármol gigante donde, según cuenta la leyenda, Nerón se bañaba con leche de burra, Gianni se detiene delante de la escultura «más bella» del Vaticano, el Torso del Belvedere «Aquí empieza todo», dice, mientras lo alumbra con su linterna hasta que Antonio enciende las luces. Se trata de un desnudo masculino firmado por el escultor Apolonio de Atenas. La retorcida pose del torso y su extraordinariamente bien representada musculatura tuvo un gran influencia en posteriores artistas del Renacimiento, incluidos Miguel Ángel y Rafael Sanzio.

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Torso del Belvedere. | Foto. Rodrigo Isasi.

De ahí, se pasa al Patio Octógono, donde se encuentra el famoso grupo escultórico griego de Laocoonte y sus hijos, que destaca por su perfección y que también tuvo una gran influencia en los artistas renacentistas. Tanto es así que Miguel Ángel se inspiró en ella para realizar varias de sus obras, como algunas de las figuras del techo de la capilla Sixtina.

La escultura representa a Laocoonte, sacerdote troyano del dios Apolo, que durante la guerra de Troya se opuso a la entrada del caballo de madera dentro de las murallas de la ciudad. Atenea y Poseidón, favorables a los griegos, enviaron desde el mar dos serpientes monstruosas que rodearon y asfixiaron a Laocoonte y a sus dos hijos. Desde una perspectiva romana de la historia, la muerte de estos inocentes está relacionada con la huida de Eneas y, por lo tanto, con la fundación de Roma.

Gianni retira la cuerda que rodea a la escultura y me lleva a la parte trasera de la misma donde, en su parte más baja, hay oculto un extraño brazo de mármol. «Cuando descubireron esta escultura, en 1506, le faltaba el brazo derecho al Laocoonte», asegura Gianni. «Se decidió restaurar el grupo escultórico y hubo controversia sobre cómo debería haber sido el gesto del brazo. Miguel Ángel propuso poner el brazo en posición de flexión y llegó a realizar dicho brazo, pero no llegó a ponérselo». Ese miembro que se encuentra en la parte trasera de la estatua es el realizado por Miguel Ángel.

Del Patio Octógono nos dirigimos a la galería de los Mapas es otra de las maravillas de los Museos y paso obligado para llegar a la Capilla Sixtina. Construida en 1581 por voluntad del papa Gregorio XIII, permite gozar de la belleza de Italia sin salir de los Palacios Apostólicos a través de 120 metros de longitud y 1200 metros cuadrados de anchura. «Fíjate en el mapa de Sicilia, está dado la vuelta», me dice Gianni. La peculiaridad de esta sala es que algunos mapas aparecen al visitante al revés porque en el siglo XVI no era una convención colocar el norte en la parte superior del mapa.

El momento más mágico es cuando llegamos a la puerta de la Capilla Sixtina. Un pomo de color dorado con la forma de la letra S, en alusión a Sixtina, adorna la pequeña puerta de madera que da acceso a una de las grandes maravillas artísticas de la historia. A oscuras Gianni enfoca con la linterna al Jesucristo del Juicio Final y, con un claro entusiasmo, explica que la posición del brazo y la musculatura es casi idéntica a las de la escultura del Laocoonte, en la que Miguel Ángel se inspiró.

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La Capilla Sixtina sin turistas. | Foto. Rodrigo Isasi.

Generalmente, la apertura de la Capilla Sixtina corresponde a los sistinari, los empleados de la Sacristía Pontificia, no a los clavigeri, pero en ocasiones especiales o, en ausencia de los sistinari, los clavigeri se encargan de eso.

Miguel Ángel Buonarroti realizó los frescos de la Capilla Sixtina entre 1508 y 1512 que cubren 1.114 metros cuadrados y representan las escenas del Génesis y cuentan con más de 300 figuras que revelan las complejidades de la forma humana.

Cuando Miguel Ángel comenzó a pintar los frescos de la capilla Sixtina ya era un artista consolidado. La belleza sublime de la Piedad de San Pedro, realizada en 1499, lo había consagrado ya a sus 24 años como el máximo escultor de su tiempo. Miguel Ángel no contó con ayudantes para la realización de las pinturas, tan solo unos obreros que prepararon la techumbre. El tamaño gigantesco de las figuras y la dificultad de aplicar la pintura en los techos curvos convierten este fresco en una creación excepcional.

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La Capilla Sixtina sin turistas. | Foto. Rodrigo Isasi.

El trabajo de los clavigeri se vuelve mundialmente famosos ante cada cónclave, el momento en que los cardenales se encierran en la Capilla Sixtina para elegir un nuevo papa. Ellos son los encargados de cerrar desde afuera las puertas de la obra de la Capilla Sixtina y exclamar el tradicional «Extra Omnes» (fuera todos).

Gianni Crea ha vivido dos cónclaves, el que eligió en 2005 a Benedicto XVI y el que en 2013 hizo papa a Jorge Bergoglio, y ha tenido ocasión de servir bajo el mandato de tres papas (Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco). Sin embargo, dice que el momento más especial fue cuando él y su madre pudieron tener una audiencia con el papa Francisco: «Mi madre estaba a punto de morir y el papa Francisco consiguió sacarle una sonrisa. Es un momento triste pero hermoso».

También recuerda con especial cariño a Juan Pablo II: «Entré a trabajar en el Vaticano bajo su pontificado y tuve la suerte de estar bajo su resguardo cuando yo tenía apenas 20 años». Y sobre Benedicto XVI, dice que es «el teólogo más grande del mundo».

Después de la Capilla Sixtina, Gianni nos conduce a otro sitio muy especial, la Terrazza del Nicchione, realizada en 1562 y situada sobre el famoso Patio de la Piña del Vaticano. Desde esta terraza, a la que los visitantes tienen prohibida la entrada, se tienen unas vistas privilegiadas de la cúpula de San Pedro. Aquí sube Gianni todas las mañanas, a contemplar «uno de los amaneceres más bonitos de la ciudad», según él cuenta.

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Gianni Crea en la Terrazza del Nicchione. | Foto: Rodrigo Isasi

Por último, y como no podía ser de otra manera, Gianni abre con una de sus cientos de llaves una puerta que da acceso a otro sitio usualmente vetado a los turistas, la Escalera de Bramante, diseñada por Donato Bramante en 1507 por encargo del papa Julio II. Esta escalera, que suele estar cerrada al público para su protección y conservación salvo con cita previa y para fines de investigación, es una innovadora espiral de doble hélice forrada con columnas dóricas que conecta el Palacio Belvedere del Vaticano con la ciudad de Roma.

La escalera ha servido de modelo a otras posteriores que, inspiradas por Bramante, han seguido un patrón semejante. No cuenta con escalones, es una rampa, y se dice que la estructura que creó Bramante fue construida para permitir que el papa Julio II pudiera entrar en su residencia privada sin descender de su carruaje.

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La Escalera de Bramante. | Foto. Rodrigo Isasi.

Suele confundirse con la escalera de doble hélice diseñada por Giuseppe Momo en 1932, que se inspira en la obra de Bramante, y que que se encuentra al final del recorrido de los Museos Vaticanos. Aquí es donde acaban todas las visitas y donde los clavigeri acaban su jornada. A las siete de la tarde empiezan a cerrar todas las puertas. El cierre es un poco más laborioso porque los trabajadores siempre deben controlar que todas las luces estén apagadas, que no haya ventanas abiertas y que en los baños todos los grifos estén cerrados y que no haya goteras.

Al final del turno, las 2.797 llaves vuelven a la Gendarmería, y un clavigero cierras las enormes puertas metálicas bajo la atenta mirada de las estatuas de Rafael y Miguel Ángel.

 

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