THE OBJECTIVE
Joaquín Jesús Sánchez

Juan Carlos, el irregular

«Los periodistas que esperan un marquesado han salido en tromba a festejar el inminente advenimiento del emérito»

Opinión
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Juan Carlos, el irregular

Europa Press

Lo habrán leído: la Fiscalía del Tribunal Supremo ha archivado las causas abiertas contra el ciudadano Juan Carlos de Borbón. Indudablemente, el tipo nació con suerte. La pedrea queda así: algunas fechorías las hizo cuando era inviolable (artículo 56.3, beso tu nombre), otras han prescrito y las últimas se regularizaron gracias al famoso chivatazo que le dio tachan tachán¡la propia Fiscalía!

El informe del ministerio público se despacha, no obstante, afirmando que muchas de las actuaciones investigadas podrían ser constitutivas de delito, pero que, por una cosilla o por otra, al buen Borbón no se le puede encausar. Miren, entre nosotros, un rey tiene una vida dificilísima, llena de precariedades. El alquiler está carísimo, ya lo saben, así que si un emir te suelta unos pocos milloncejos para que le compres caramelos a tus chiquillos, ¿no se los vas a aceptar? Lo admito: a veces pontifico desde mi torre de marfil olvidándome, con el blindaje que me da ser columnista, de las estrecheces que pasa la gente. La fiscalía calcula que, entre pitos y flautas, su majestad nos ha distraído 56 millones de euros. A saber para cuántas caderas ortopédicas da eso. Movidos por la feliz noticia del carpetazo de las causas, los periodistas que esperan un marquesado han salido en tromba a festejar el inminente advenimiento del emérito. Vuelve, a casa vuelve, tras defraudar, una cancioncilla bien pegadiza. Los mequetrefes de las nuevas generaciones (ese criadero de inútiles y arribistas) de la derecha moderada han invitado al buen pueblo español a pedir disculpas en fila de a uno. «Vivan las caenas» gritan, mientras se les escurre un hilillo de baba por la comisura de la boca.

Convendría hacer un Excel que calcule cuánto nos cuesta la monarquía. Lo mismo puede cotizar en el Ibex y todo. No envidio a sus defensores. Don Juan Carlos renunció a la solemnidad y el boato en favor de la campechanía. Luego, su católica majestad se deshizo del decoro arrimándose a cuanta amiga entrañable se le puso por delante. Finalmente, adiós a la honra por la nobilísima vía del trinque. Entonces, si ni nos hace bonito, ni es ejemplificante ni honorable, ¿de qué nos sirve la monarquía? Como si los cortesanos no lo tuvieran difícil teniendo que justificar que la más alta magistratura del Estado se adjudique por vía genital (no me sean estrechos, a ver si ahora los principitos vienen de París), la de cabriolas que van a tener que hacer los pobres para exculpar las manos largas del soberano.

La ambición es una cosa fascinante. ¿Que te dan una vida regalada a ti y a tu parentela? ¡No te conformes! ¡No hay comisión pequeña! ¡Sé la mejor versión de ti mismo! Pobre Juancar, que ha tenido que malgastarse en el trono teniendo todas las habilidades de un entrepreneur trepa.

¿Sobrevivirá la institución a estos lodazales? Ni lo duden. La historia reciente nos demuestra que todo buen español tiene asumido que alguien le va a sablar, con eso no hay problema. Eso sí, morirá por el sacrosanto derecho de que le roben los suyos. Ni una infanta en el banquillo, ni un duque real en prisión, ni un monarca haciendo el Puigdemont con las sauditas minarán la confianza de los súbditos en la monarquía. Pequeños tropiezos. Nimiedades. Es como el comunismo en la Unión Soviética: no es que no funcione, es que se aplicó mal.

¿Cuánto tardará su emeritidad en volver a sus reinos? Espero que la colisión se produzca pronto. Tenemos que darnos brío con las fanfarrias para la bienvenida. Propongo salvas de artillerías y soltar un elefante por la Castellana. Que el populacho se vista de gala y le lance monedas al paso, como en los bautizos antiguos. Eso le entusiasmará.

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