THE OBJECTIVE
José Antonio Montano

Filosofía es distancia

«Filosofía era la asignatura de los desubicados. También de los que no lo parecíamos porque sacábamos buenas notas»

Opinión
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Filosofía es distancia

Europa Press

Filosofía era la asignatura de los desubicados. También de los que no lo parecíamos porque sacábamos buenas notas; estos éramos, naturalmente, los más desubicados. En vista de los resultados en las biografías (económicos y de todo género) se podría pensar que la filosofía terminó de hundirnos. Pero no: el daño estaba hecho. La filosofía fue buena porque mejoró la calidad del naufragio permanente; le otorgó una suerte de épica abstracta, que daba compañía.

Tenía una curiosa cualidad la asignatura. Era algo serio, una subida de nivel: de pronto la cosa iba para arriba; pegábamos un estirón. Era por ello una asignatura adulta; en verdad, la asignatura más adulta, o la que marcaba la adultez. Pero al mismo tiempo nos remontaba a los asombros de la infancia («el niño es espontáneamente filósofo», dijo alguien), encubiertos por los años. Esta doble condición, ideal para la adolescencia, enganchaba.

Por eso estaba bien que apareciera tarde; a condición de que lo hiciese de modo ineludible. No podía ser optativa, sino obligatoria: había que pasar por el trago filosófico.

Los que nos apasionamos tanto que luego quisimos hacer la carrera («Filosofía Pura», se decía gloriosamente) nos tuvimos que pasar todo el verano previo a la universidad, si veníamos de una familia sin estudios, tratando de responder a una pregunta embarazosa que nos lanzaban padres, abuelos y tíos: «Niño, ¿eso de filosofía qué es lo que es?». Habíamos encomendado nuestro futuro a algo incierto. Éramos de esos inquietantes hijos, que decía Pla, «en forma de nebulosa».

Pero hay una intuición popular de lo que es la filosofía. Cuando uno le dice a otro que se tome algo (por lo general, algún revés) «con filosofía» le está diciendo que se lo tome con distancia. Filosofía es distancia. Una distancia sabia, analítica, comprensiva, contextualizadora. En este ejemplo común se ve la relación que se da en la filosofía entre el pensamiento (o la razón) y la vida: se trata de un pensar que ofrece la posibilidad de vivir mejor. Dentro de la desubicación incluso.

Un filósofo tan encendido como Nietzsche predicó, quizá no tan paradójicamente, «el ‘pathos’ de la distancia», que él asociaba a la nobleza. Una nobleza, entendemos hoy, que está al alcance del que se lo proponga. Pero es difícil. En ‘Crepúsculo de los ídolos’ expone unos propósitos de distancia recomendables. Podemos leerlos contra Twitter. Y contra la precipitación ideológica; incluida la del Gobierno (o el Parlamento) que emite modelos educativos que, en justa venganza, merman la filosofía.

Escribe Nietzsche: «Aprender a ‘ver’: habituar el ojo a la calma, a la paciencia, a dejar-que-las-cosas-se-nos-acerquen; aprender a aplazar el juicio, a rodear y a abarcar el caso particular desde todos los lados. Esta es la ‘primera’ enseñanza preliminar para la espiritualidad: ‘no’ reaccionar enseguida a un estímulo, sino controlar los instintos que ponen obstáculos, que aíslan. […] Toda no-espiritualidad, toda vulgaridad descansa en la incapacidad de oponer resistencia a un estímulo».

Empecé, pues, la carrera de Filosofía. El primer día de clase fue premonitorio. Llegué exhibiendo aspaventosamente (¡así funciono!) el libro ‘Adiós a la filosofía’, la antología de Cioran que hizo Savater. Los profesores resultaron ser un fraude. Nada que ver con los del instituto: toda la buena suerte que tuve aquí, la tuve de mala en la universidad. Así que abandoné Filosofía. Después de haber aprobado el primer curso, por supuesto, con sobresaliente. 

He seguido luego por mi cuenta, por afición. Y por la necesidad destapada en los tiempos del instituto. Los pomposos utilizadores partidistas de la enseñanza pública vienen privando a los estudiantes que solo la tienen a ella de esa oportunidad. Los desubicados lo seguirán siendo de peor manera. En su desubicación no echarán nada de menos, porque ignorarán lo que han perdido: lo que les han quitado.

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