THE OBJECTIVE
Gregorio Luri

10 tesis sobre el debate público

«El núcleo duro de la política se muestra en la relación apasionada con lo nuestro»

Opinión
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10 tesis sobre el debate público

Mayo del 68 en París. | Wikimedia Commons

Estas diez tesis, que bien podrían llamarse aporías, las apunté en la UNAV, en Pamplona, en unas inolvidables jornadas sobre el debate público en España organizadas por el benemérito Instituto Core Curriculum los días 21 y 22 del pasado mes de marzo.

Primera. En política no se hace nada sin programa, pero pocas veces es el programa el que determina el posicionamiento político. Suele ser el posicionamiento el que moldea el programa, lo cual no debiera llamarnos la atención si no fuera porque la posición que ocupamos nos es asignada, habitual e inconscientemente, por nuestros rivales. La dependencia del programa respecto a la posición es tanto mayor cuanto más pendiente está un partido político de un líder carismático.

Segunda. En política todos creemos de buena fe perseguir lo mejor. Si creyéramos que el que busca lo mejor es otro partido, lo votaríamos. Es fácil creer, por lo tanto, que, si una propuesta es nuestra, ya es la mejor. Afirmar lo nuestro es crear fronteras y, por lo tanto, incordiar al vecino. El núcleo duro de la política se muestra en la relación apasionada con lo nuestro, cuya forma más cruda es la guerra, donde vemos a hombres matando a otros hombres a la mayor escala posible, a plena luz, con la mayor tranquilidad de espíritu, condecorándose por sus acciones y elevados a la categoría de héroes. No debiéramos olvidar que la paz y la tolerancia son inventos tan modernos como frágiles, que para ser efectivos necesitan algo que los defienda.

Tercera. La imagen que una sociedad tiene de sí misma es un elemento esencial de su existencia y es siempre real en sus consecuencias. Para mejorarse ha de quererse. Si no se aprecia a sí misma, está condenada a la desaparición, y si se aprecia demasiado, puede animar a concebir la política una pugna contra el tiempo. Las sociedades que no se valoran a sí mismas se desmoronan y, entonces, a medida que los ciudadanos pierden su valor, experimentan con frecuencia situaciones de extrema libertad.

Cuarta. E pluribus unum: este es el reto. ¿Pero cómo conseguir un equilibrio dinámico entre pluralidad y unidad? La respuesta es más fácil de formular que de realizar: La dinámica centrífuga debe compensarse con la centrípeta. La dinámica centrípeta más eficaz es la del amor a la patria. Si falla la idea de patria, falta el único principio unitario consistente. El patriotismo es la virtud política accesible a todos. Pero no hay patriotismo que no añada tensión a las fronteras.

Quinta. La política lleva en sí una resistencia esencial, irremediable a la filosofía, puesto que esta pretende sustituir la opinión por la verdad, mientras que aquella es el dominio de las opiniones enfrentadas, especialmente en aquellos casos en los que no disponemos de instrumentos de medida para dirimir objetivamente las diferencias (que es lo que pasa con lo justo, lo bueno, lo noble, lo piadoso, lo bueno…). Los que alaban el diálogo y la racionalidad deberían mostrarnos al menos una discusión política desarrollada con la racionalidad y compostura que propugnan. La razón sólo ofrece argumentos al que está dispuesto a escuchar, pero la disposición a escuchar no la crea el diálogo. Por eso el poder de los argumentos en política sólo es real cuando hay la suficiente gente dispuesta a escucharlos. La verdad es que nos dejamos arrastrar con facilidad por ideas que no comprendemos; una sinécdoque puede poseer mayor capacidad movilizadora que un silogismo; no hay instrumento político más poderoso que la ridiculización del adversario y, aunque todos alabamos la racionalidad política, tendemos a comportarnos más como un hooligan que contempla apasionadamente un partido de fútbol en el que su equipo se juega tres puntos decisivos, que como un lógico que analiza fríamente la corrección de una inferencia. 

Sexta. En la actividad política, la sabiduría debe ser conciliada con el consenso. De ahí que cuando una mujer le aseguró a un candidato que toda la gente de bien estaba con él, el candidato le respondiera que no era suficiente. «¿Pues qué más quiere?», le preguntó, sorprendida. «¡La mayoría!», contestó el candidato. ¿Estaba completamente equivocado el gran Cánovas cuando decía que «en política no se puede ser demasiado popular sin adolecer un poco de bajeza?»

Séptima. La democracia nos hace creer en una ilusión que está condenada a defraudarnos: la desaparición de la distancia entre el gobernante y el gobernado. Para el buen político, la realidad cuenta. Pero no solo cuenta con ella.

Octava. No hay política científica. Por eso los miles y miles de páginas de las llamadas ciencias sociales pueden proporcionarnos más datos, pero no mejores gobiernos. En política nunca sabemos muy bien ni cómo nos hemos metido en un problema, ni cómo hemos salido de él. No andaba completamente equivocado Henri Queuille cuando aseguraba que «Il n’y a pas de problème qu’une absence de solution ne puisse résoudre».

Novena. La política tiene algo de infantil y por ello mismo es difícil envejecer sin un cierto escepticismo (que la persona noble intenta que no se degrade en cinismo). Tarde o temprano descubrimos tres cosas relevantes: (1) que estamos condenados a vivir en el mundo en que vivimos; (2) que todo presente está hecho con la inteligencia disponible en el pasado y (3) que no está nada claro que seamos más inteligentes que nuestros padres y abuelos. 

Décima. Aunque es difícil creer en la razón política, el desprecio por el debate público tiene efectos perversos. La misología conduce inexorablemente a la misantropía. En política lo imposible es inmoral y lo posible sabe a poco; lo posible se alimenta de lo real y lo deseable siempre es polémico. Pero no podemos dejar de ser ambiciosos. Decía Raymond Aron -aquel filósofo con el que los cursis del 68 se enfadaban porque tenía razón- que los que se ocupan de la política sin ser ambiciosos acaban transformándose en periodistas. Nosotros podríamos añadir que, con frecuencia en periodistas de sucesos. «No caigamos en el error», aconsejaba Aron, «de la mayor parte de los profesores que erigen en virtud propia la falta de ambición o la propia incapacidad para satisfacerla, y no postulemos como principio que la ambición de los políticos es una desgracia». Y como bonus track, una reflexión de Víctor Alba en 1991: «Tengo 75 años. He sobrevivido aquí a 6 regímenes políticos y, además de en mi país, he residido en otros cuatro. Toda mi vida he escuchado la misma canción: Todos los políticos son iguales, la abstención demuestra que la gente está desilusionada, prometen mucho y después no se acuerdan de lo que han prometido, un escándalo más y no irá nadie a votar… Si fuese cierto, no habría democracia en Francia, Suiza, los Estados Unidos, y la nuestra estaría agonizando. Pero por lo que veo, a la democracia le pasa aquello de los muertos que vos matáis gozan de buena salud

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