THE OBJECTIVE
Javier Muñoz Kirschberg

La doble nacionalidad

«Cabe preguntarse por qué estos mismos gobiernos que por fin nos dejan ser compatriotas de los franceses, llevan décadas intentando que no lo seamos de nuestro pasado»

Opinión
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La doble nacionalidad

Busto de Voltaire. | Pixabay

Cuando ves a un francés y sientes el estómago revuelto, eso es la patria. En el chascarrillo de mediados del siglo pasado, tal era la explicación de un sargento a un recluta interesado en saber qué significaba ser español. Desde hoy es posible tener doble nacionalidad con Francia. No se lo digamos al sargento, y disfrutemos de la posibilidad de tener como españoles, a los paisanos de Montesquieu o Descartes. 

Quizá de todos los posibles nuevos compatriotas por propiedad transitiva, el que más ilusión nos haga es Voltaire; no por sus escritos filosóficos, sino porque logró lo que muchos españoles ansían: amañar la lotería para que siempre le tocara el premio gordo. El gobierno francés diseñó un sistema para atraer inversiones: cada inversor podía comprar lotería; para que fuera accesible a todos, el coste de la lotería era proporcional a la inversión que cada uno hacía – si se invertía poco, el boleto costaba poco; para que fuera atractiva la lotería, todos los boletos tenían las mismas posibilidades de ser premiados. Voltaire vio en seguida que, si lograba hacer muchas inversiones muy pequeñas, tendría muchos billetes de lotería por muy poco dinero. Dicho y hecho – se presentó a cada sorteo de la lotería con muchos boletos, y, eventualmente, fue ganando todos los premios. Por supuesto, enviaba a otros a recoger el dinero, para que el estado no detectara la trampa. 

En el fondo, ser filósofo no obliga a ser buena persona y amar el bien, por mucho que el pobre Sócrates se revuelva en su tumba. Tampoco podemos argumentar que el filosofar te garantiza una mirada crítica al sistema (y si no, basta con recordar a Heidegger); ni siquiera podemos decir que estudiar filosofía permite ganar siempre la lotería (y esta, quizá, sea nuestra mayor pena).

¿Para qué sirve, entonces la filosofía? ¿Y la historia? ¿Y el latín? La respuesta es que estas materias nos dan herramientas que aquellos que sí desean ser mejores personas o mejores ciudadanos pueden usar. Todo este conocimiento es un país desconocido, qué al ser explorado, va revelando algunos de los secretos de los seres humanos. Aprendiendo de lo que pensaron otras personas, más inteligentes que nosotros, podemos evitar caer en trampas ya pasadas; aprendiendo lo que ya sucedió, entendemos mejor lo que sucederá. 

Todos estos países del saber pueden ser visitados por cualquiera en esta época de sobreinformación; pero es difícil que uno se sienta tentado de ir a un destino del que nada ha oído hablar. La función de la escuela es la de una agencia de viajes: nos enseñan material promocional de lo que podemos visitar; si es que queremos hacerlo. La escuela nos da un billete y un pasaporte. Una doble nacionalidad con nuestro pasado.

Cabe preguntarse por qué estos mismos gobiernos que por fin nos dejan ahora ser compatriotas de los franceses, llevan décadas intentando que no lo seamos de nuestro propio pasado. La respuesta será dolorosa; para endulzarla, podemos soñar con que nos toque la lotería.

Esta es una de las columnas ganadoras del curso de la Escuela ethos: cómo ser columnista paso a paso, impartido por Daniel Gascón. 

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