THE OBJECTIVE
David Mejía

El sueño de China

«Tras cuatro décadas escalando los peldaños de la prosperidad, el régimen de Pekín está mirando al exterior con algo más que intenciones comerciales»

Opinión
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El sueño de China

El presidente chino, Xi Jinping. | Reuters

A finales de 2012, Xi Jinping ascendió de vicepresidente a presidente de la República de China navegando sobre un lema: «El sueño de China». Fue en el 18º Congreso Nacional del Partido Comunista. Y hace unos días, Xi Jinping inauguró el 20º Congreso Nacional con un discurso triunfal, quizá queriendo mostrar a los 2.300 delegados del partido que le observaban que el sueño estaba cerca de cumplirse.

Aunque la autoría del eslogan es disputada, la mayoría de las fuentes apuntan que el lema se hizo popular en China tras una columna de Thomas Friedman en el New York Times. Lo que no está en disputa es el paralelismo -por lo menos, léxico- con el sueño americano que fue leitmotiv del siglo XX. El siglo XXI sueña en mandarín. A diferencia de la mayoría de eslóganes políticos, el sueño de China no es un lienzo en blanco sobre el que cada cual proyecta sus aspiraciones. El sueño que Xi quería cumplir era el de «el gran rejuvenecimiento de la nación china». Prueba inequívoca de que, además de las veleidades de la gestión diaria, existe una agenda nacionalista orientada a recuperar una grandeza subyugada.

«El poder, en todo relato nacionalista, no se gana, se recupera»

El sueño de China no se explica solo por una aspiración de prosperidad; es también una ambición de poder. Y el poder, en todo relato nacionalista, no se gana, se recupera. Reclama la soberanía de la Gran China: Taiwán, Tíbet o Hong Kong, y dará los pasos necesarios para colocarlos bajo su manto civilizatorio. Mientras que Mao trató de refundar China borrando su pasado ancestral y configurando la creación de un hombre nuevo, Xi busca reconectarla con su legado milenario. Pero esta reorientación no es un arrebato nacionalista, sino una estrategia de legitimación. Abandonado el marxismo, el Partido Comunista necesita conectar con un nuevo mesianismo que aglutine destinos y voluntades.

La expansión de la influencia de China en África y Latinoamérica es un hecho. Pero es cierto que su historial de expansionismo militar no llama a alarma: China no ha invadido ningún territorio desde 1979 -no podemos decir lo mismo de Estados Unidos, la Unión Soviética o Rusia-. No obstante, Xi reiteró la necesidad de acelerar la modernización de sus fuerzas armadas. Tras cuatro décadas escalando los peldaños de la prosperidad, China está mirando al exterior con algo más que intenciones comerciales.

El «fin de la historia» que decretaba el triunfo de la democracia liberal y el capitalismo sobre sus alternativas tiene una extraña encarnación en China, que ha demostrado que se pueden disfrutar las mieles de la libertad de mercado sin asomarse a las libertades civiles. La explicación es sencilla: la China soñada no es una China libre, sino una China grande.

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