¿Dóciles o imbéciles?
«Si no defendemos la libertad, independientemente de quién gobierne, estamos abocados al fracaso como sociedad»
Ya nos advertía Hayek en 1944 de los peligros de la política basada en el «bien común» y de los innumerables atropellos que se cometen al tratar de organizar la sociedad según ese precepto que únicamente puede llevarse a cabo mediante la coacción y la eliminación de libertades fundamentales. Sin embargo, nunca dejará de sorprendernos cómo los ciudadanos nos abandonamos a ese populismo inefable anestesiados por la falsa creencia de que, en realidad, alguien está velando por nosotros.
Millones de personas parecen no recordar ya cómo nos encerraron durante meses en nuestras casas. Cómo restringieron nuestras libertades más fundamentales, cómo nos decían dónde podíamos ir, cuándo y con quién. Cómo metieron a nuestros hijos durante meses interminables en casa mientras decretaban estados de alarma inconstitucionales y vulneraban derechos que parecían intocables. Cómo suspendieron la actividad parlamentaria en un acto de indiscutible totalitarismo con el apoyo de la práctica totalidad de nuestros representantes políticos. Todo se puede sacrificar en el altar del bien común mientras la masa salía a los balcones a aplaudir un día sí, otro también.
Vivimos sedados. Protestamos cuando nos dicen que lo hagamos y agachamos las orejas cuando así nos lo ordenan. Benjamin Franklin dijo: «Aquellos que sacrifican la libertad por seguridad no merecen tener ninguna de las dos». Y llevamos años ganándonos a pulso que nos quiten la libertad mientras los cantos de sirena de la seguridad nos llevan por derroteros que nos dejarán sin nada.
Vivimos intervenidos intelectualmente, en una especie de Troika cognitiva que nos sirve de coartada para mirar para otro lado conforme nos van arrebatando la dignidad de ser responsables de nuestras propias decisiones. La culpa nunca es nuestra, siempre es de otros. No somos responsables de nada, ni siquiera de elegir a los representantes que nos tratan como a niños amparados en las instituciones de un estado paternalista que se inmiscuye en los aspectos más fundamentales de nuestra vida, sin que apenas algunas voces se rebelen. Como muestra, hablemos de cómo opera el control social en ámbitos totalmente cotidianos, como los precios de la gasolina, los precios de la luz o la pobreza energética.
«La cruda realidad es que cuando gobiernan ‘los otros’ siempre se encuentran razones, pero cuando gobiernan ‘los nuestros’ únicamente tenemos excusas»
El año pasado, tras un cierto nivel de protesta social, el Gobierno instauró una bonificación de 20 céntimos en los precios de los carburantes debido a los altos precios de los mismos. Tras unos meses esas ayudas desaparecieron, pero hoy la gasolina vuelve a estar en niveles de precio similares a los que tenía cuando disfrutábamos de esas ayudas. ¿Dónde están las protestas sociales de entonces? Sirva como ejemplo de que lo realmente importante no es el qué, sino el cuándo.
El último año del mandato de Mariano Rajoy el precio medio de la luz en España fue de 0,18 euros por kWh. El precio medio de la luz en el año 2022 ha sido de 0,28 euros por kWh, un 54% más caro. Tal vez ya no recuerden cómo miembros de Podemos criticaban duramente a Rajoy porque la luz había subido un 16% en su legislatura, pero callaban miserablemente cuando el precio era mucho más alto con ellos en el Gobierno. La asociación de consumidores FACUA llegó incluso a acuñar el hashtag #TarifazoPPopular. ¿Dónde están esas protestas ahora? Este es un ejemplo de que lo realmente importante no es el qué, sino el quién.
En el año 2016, el entonces secretario general de Podemos –Pablo Iglesias– instó al Congreso de los Diputados a guardar minutos de silencio por las víctimas de la pobreza energética en España debido al gobierno del Partido Popular. La realidad es que la pobreza energética aumentó al doble con ellos en el Gobierno, mientras que en el relato oficial ya no existen personas que no pueden hacer frente a sus necesidades energéticas. Las personas que no pueden poner la calefacción en invierno ni el aire acondicionado en verano, simplemente, han debido desaparecer. Otro ejemplo más de que lo importante no es el qué, sino el quién.
La cruda realidad es que cuando gobiernan «los otros» siempre se encuentran razones, pero cuando gobiernan «los nuestros» únicamente tenemos excusas. Decía Lord Acton que «la libertad no es un medio para un fin político más alto. Es en sí misma el fin político más alto». Si no defendemos la libertad, independientemente de quién gobierne, estamos abocados al fracaso como sociedad. Si no defendemos las instituciones que fomentan la libertad, asistiremos (ya lo hacemos) al asalto de dichas instituciones por parte de personas con intereses espurios que utilizan el bien común como coartada. Si no volvemos a la senda humanista de los valores que hicieron de Europa la punta de lanza social, seremos perennemente una insulsa masa indefinida, maleable y sin alma, dócil e imbécil.