El principio del fin
«Que nadie esté por encima de las leyes es indispensable para que una sociedad sea justa. Y la sociedad que ignora este principio está condenada a la arbitrariedad»
En el nombre de España y por la convivencia entre españoles, Pedro Sánchez es capaz de las más grandes proezas, como amnistiar a los sediciosos catalanes y a sus piquetes violentos, los miembros de los Comités de Defensa de la República (CDR) y de Tsunami Democrático, organizaciones que, según reza en Wikipedia, más parecen congregaciones de misioneros que grupos de lanzadores de adoquines, acosadores y pirómanos.
La opinión pública echa humo ante tanta generosidad. Lamentablemente, demasiados españoles no entienden que el añorado «reencuentro» requiere de tratos de favor y privilegios, de indultos y amnistías ilegales, no de una justicia garantista que emite sentencias ajustadas a derecho. Lo mismo cabe decir de la corrupción proyectada durante décadas por el socialismo andaluz. ¿Cómo permanecer impasible ante la inhumanidad de las sentencias en el caso de los ERE?, ¿qué sentido tiene que José Antonio Griñán, uno de los nuestros, dé con sus huesos en la cárcel? ¿A qué tanta crueldad?
Desgraciadamente, hay mucho ingrato incapaz de entender que Pedro Sánchez, en su afán de velar por nuestra convivencia, se ve compelido a hacer de tripas corazón, a renunciar a la palabra dada y a violentar la legalidad. La paz social es un bien demasiado valioso como para supeditarlo al Estado de derecho.
Contemplar en todo su esplendor la generosidad de Sánchez, que nada quiere para sí, implica elevarse por encima de los hechos, sobrevolarlos con las alas de sus buenas intenciones. Porque los hechos no sólo son antipáticos sino que, en manos de los jueces, se convierten en enemigos del reencuentro. Como prueba de esta perversa simbiosis, la Asociación Profesional de la Magistratura (APM) ha emitido un durísimo comunicado en el que afirma que la amnistía supone «el principio del fin de nuestra democracia» y que lo que se pretende con ella es «volar por los aires el Estado de Derecho». No cabe duda, los jueces aborrecen la paz social.
«El Estado de derecho y la igualdad ante la ley son especialmente valiosos para la gente más humilde»
Que los jueces sean tan ruines va de suyo, al fin y al cabo, son de derechas. Pero nosotros ¿por qué nos molestamos tanto con Sánchez? ¿Acaso no hemos «avanzado en derechos»? ¿No somos gracias a él menos machistas, homófobos, tránsfobos y xenófobos? Con semejantes logros en su haber, no deberíamos irritarnos sino estar agradecidos. Es más, como muestra de nuestra gratitud deberíamos pasar por alto el desplome de los salarios y del poder adquisitivo o el aumento de la pobreza y la presión fiscal, el desempleo y el derroche administrativo, el declive demográfico y la mortalidad.
Sánchez nos proporciona bienes tan elevados que el Instituto Nacional de Estadística es incapaz de detectarlos. Lo cual es una suerte porque salvaguardar logros tan valiosos es mucho más fácil si no es posible contrastarlos. Frente a tanta benevolencia, es irrelevante que los españoles hayamos escalado cuatro posiciones en la Unión Europea hasta situarnos como el tercer país con un mayor porcentaje de personas que viven en la pobreza y en la exclusión social, o que 1,4 millones de personas con educación superior estén al borde de la indigencia, o que la pobreza energética afecte a 4,5 millones de ciudadanos y que 6,7 millones no puedan calentar adecuadamente sus casas. Y si la ruina material es irrelevante, ¿cómo no lo va a ser el Estado de derecho o la igualdad ante la ley que, en comparación, resultan mucho más abstractos?
Sin embargo, por abstractos que parezcan, el Estado de derecho y la igualdad ante la ley son especialmente valiosos para la gente más humilde, para quienes no tienen ni influencia ni posibles, porque los coloca en pie de igualdad frente a los que sí disponen de ambos. Que nadie esté por encima de las leyes es condición indispensable para que una sociedad pueda ser justa en su sentido más completo. Y a la inversa, la sociedad que ignora este principio está condenada a la arbitrariedad. He ahí el verdadero propósito de tanta generosidad.
La democracia moderna, según John Adams, se asienta en el convencimiento de que la libertad no puede preservarse sin un conocimiento general entre el pueblo, que tiene el derecho… y el deseo de saber. Sánchez es la negación de esta idea, y en consecuencia de la libertad, porque exige la renuncia al conocimiento y a la crítica a cambio de la promesa de un supuesto bien mayor o, en su defecto, de la evitación de un mal terrible. La amnistía es la sublimación de esta doctrina. Una aberración ante la que cualquier persona decente, independientemente de sus preferencias ideológicas, debe oponerse, pues no se puede delegar en ningún gobierno, sea cual sea su signo, el poder de hacer algo que sería ilegal en cualquiera de nosotros.