THE OBJECTIVE
Pilar Marcos

El maquillador de la ira

«Ay, si Pedro intentara ser tan amable, empático y aparentemente inofensivo como José Luis supo (y sabe) ser. Pero no, estos jóvenes no saben ni disimular»

Opinión
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El maquillador de la ira

Pedro Sánchez. | Alejandra Svriz

Un hombre que gasta tanto (dinero público) en maquilladoras tuvo que ver con enorme disgusto cómo, al menos, dos fotógrafos inmortalizaban toda la ira que inunda su carácter, carcome su guapura y le envejece a enorme velocidad. Porque es dificilísimo maquillar la ira, como muy bien puede verse en las impresionantes fotografías de Bernardo Díaz, en la portada de El Mundo, y de A. García, en las páginas interiores de El País de este miércoles. Ambas tomadas el 30 de enero, con Pedro Sánchez dirigiéndose a su escaño en el Hemiciclo del Congreso durante el debate de su amnistía a quienes rechazaron –ese mismo martes y en su cara- ser amnistiados por su iracundo benefactor. 

Las dos fotos resumen, mejor que las mejores crónicas, la furia apenas contenida de un hombre que contempla cómo su decisión de borrar delitos (personalizados) como método infalible para que determinados delincuentes dejen de serlo es menospreciada por esos mismos delincuentes que tanto tendrían que agradecerle. ¿Qué más quieren? Querrán estar seguros, claro, conociendo la afición por el embuste de su protector. Además, el debate de la amnistía mostró que quieren humillarle, han decidido mostrarle el camino de una mendicidad que acompañe su mendacidad, para que nadie tenga dudas de quién manda aquí. 

Si la foto de Bernardo Díaz a Pedro Sánchez –mano a la cartera, músculos de la cara contraídos, vena inflamada en la sien, boca entreabierta, mandíbula apretada…- hubiera tenido como protagonista, digamos, a un político de la derecha, la veríamos con más frecuencia, incluso, que la instantánea de Aznar y Bush con los pies en la mesa. Menos mal que ha sido al presidente Sánchez, que ese martes de su amnistía tuvo una mala tarde. 

El maquillador-comandante en jefe aterrizó al rescate y, sólo dos días después, el gesto –y la estrategia- del líder se habían recompuesto. En un foro en La Vanguardia (siempre en retaguardia), el expresidente Zapatero salió en defensa de su iracundo discípulo muy poco después de que éste, desde Bruselas, y con la mandíbula por fin relajada, compartiera con los periodistas una inopinada exhibición de silogismos falaces sobre el terrorismo y el independentismo:

Como todo el mundo sabe, el independentismo catalán no es terrorismo. No lo es. Y, por tanto, con este proyecto de ley, yo estoy convencido, y así al final lo van a concluir los tribunales, que van a estar todos los independentistas catalanes amnistiados, porque no son terroristas”.

«Su juego de palabras con el independentismo y el terrorismo da, como todo, mucho miedo»

Y aún quedan algunos incautos que ponen en duda el aristotélico cerebro de nuestro maquillado líder. Su juego de palabras con el independentismo y el terrorismo da, como todo, mucho miedo. “Como todo el mundo sabe” se trata de partir de una obviedad: en España ninguna ideología es, por sí misma, ni terrorismo ni delito. Y, desde ahí, ir avisando a los jueces para que se amolden y, si hace falta, insinuarnos a todos que aprobará una nueva definición del delito del terrorismo que amenaza con dejar en pañales el fiasco de la ‘ley del Sólo sí es sí’. 

¿Cuántos terroristas (yihadistas y etarras) hoy encarcelados estarán frotándose las manos? El sí es sí del terror ya está en marcha. Minucias. Lo importante es que el presidente Sánchez ha recuperado la prestancia perdida en el debate de su amnistía. Y ha contado para ello con el sólido respaldo del presidente Zapatero. 

No hay mejor publicista que Rodríguez Zapatero ni altavoz más influyente (no sólo en Cataluña) que La Vanguardia. «Mi admiración por el presidente Sánchez ha ido creciendo. Pero, fíjese, desde aquí [señala muy abajo] hasta muy arriba [lo muestra también con la mano]». Ése fue el corte sencillo que regaló Zapatero a todos los convocados por La Vanguardia a más de una hora de conferencia-coloquio. Conviene verlo entero para hacerse una idea de todo lo que está por venir. Ay, si Pedro intentara ser tan amable, empático y aparentemente inofensivo como José Luis supo (y sabe) ser. Pero no, estos jóvenes no saben ni disimular. Con lo bien que le fue a él (y le sigue yendo) fingiéndose Bambi. 

Zapatero desarrolló el falaz silogismo de Sánchez. Con su proverbial solemnidad dijo muchas veces “la ley, la ley”, para dejar caer que es la mayoría parlamentaria la que hace «la ley». Luego contó a los asistentes que el terrorismo en España «se acabó», y fue él mismo quien logró el acabose. Ojo, no derrotándolo, como tantas veces se dice, sino «dialogando» y pactando con él. 

También explicó Zapatero a la afición que, en 2015, con el incremento del yihadismo en Europa, se reformó la definición del terrorismo en el Código Penal y, a su juicio, quizá al legislador se le fue la mano. Por cierto, al endurecimiento de 2015 se sumó otro en 2019, con Sánchez en el Gobierno, para trasponer una directiva comunitaria sobre delitos financieros y de terrorismo. Son muy pesados estos europeos. Menos mal que no hay nada que no pueda reparar la actual mayoría parlamentaria. Y conviene ver las cosas con perspectiva. El rechazo de los amnistiados a su amnistía es un regalo de tiempo en el mejor momento posible: el de una campaña electoral… gallega, por más señas.

Es sorprendente la buena imagen del expresidente Zapatero. Nada parece dañarle: ni lo mal que salió del Gobierno, con la crisis financiera que negó hasta que se lo llevó por delante (a él y a la economía española), ni sus perniciosas (¿quizá provechosas?) amistades con el régimen de Nicolás Maduro, con el Grupo de Puebla y con otras muchas satrapías diseminadas por el Globo. Ni siquiera le pasará factura haberse cargado de un plumazo el Plan Hidrológico Nacional de Aznar, que hoy llevaría agua a una Barcelona agostada ya en febrero. Además, tras el prematuro fallecimiento del también bienhumorado e inteligente Miguel Barroso, Zapatero queda como principal asesor, muñidor y propagandista del presidente del Gobierno, y –desde luego- de sus alrededores mediáticos. Es, por méritos propios, su maquillador en jefe. Sólo necesita adiestrarle contra su propia ira, que ésa no hay quien la maquille

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