Olemos a naftalina
Sigo las crónicas de Vicente y Miguel Romero, reporteros de El Mundo desde Kenema, en Sierra Leona. Cuentan cosas como que el miedo hace que los médicos desplazados allí sigan disciplinas rigurosas.
Sigo las crónicas de Vicente y Miguel Romero, reporteros de El Mundo desde Kenema, en Sierra Leona. Cuentan cosas como que el miedo hace que los médicos desplazados allí sigan disciplinas rigurosas.
Hay lugares en el mundo habitados por personas a las que el destino les tiene viviendo al límite. Donde los recursos del estado no dan abasto en la población. Están inmersos en una historia carente de esperanza.
Vivimos en un país que ha importado el ébola en avión y lo ha llevado a un hospital que previamente ha desmantelado con recortes salvajes. En un país cuyos responsables políticos culpabilizan sin rubor a la víctima de su propio mal.
Muchas de estas «cobayas» humanas han sufrido esta epidemia como espectadores, han visto como amigos, compañeros o incluso familiares han caído ante las garras del ébola en Africa.
Menos cuando el mal llama a nuestra puerta. Ebola is coming fue la portada de la revista Bloomberg Businessweek. Al final, ha llegado. Y así fue como cundió el pánico en España.
Es el visitante inesperado que amenaza con arruinarnos la fiesta. Todos los demás -recortes, crisis, paro, deuda- estaban en la lista, aunque no nos gusten. Con este, en cambio, no contábamos.
José Luis Garayoa tiene dos manos. Nada fuera de lo normal. La proeza llega cuando, con esas dos manos, atiende doscientas aldeas, alimenta miles de bocas y limpia y cuida de pueblos enteros.
Más de uno me pondrá a parir por «obligarle» a seguir leyendo historias del ébola. Pero a mi me parece justo que hagamos una reflexión sobre esto.
El ébola cruza fronteras. Los esfuerzos por contener el virus en los países africanos más afectados han fracasado. Naciones de todo el mundo se preparan para enfrentar una enfermedad cuya letalidad alcanza a 90%. Plantarle cara costará, además de vidas humanas, cientos de millones de euros.
Nacer en África y fallecer prematuramente es una sucesión cotidiana de hechos incapaz de conmovernos. Sin embargo, tener al contagiado en casa saca a la luz la verdadera dimensión de lo que somos.
El primer contagio de ébola fuera de África paralizó y empapó de sudores fríos a un Ejecutivo acostumbrado a resolver los problemas que se le plantean con la varita mágica de la inacción y el esperar.
Escuchar a la Ministra de Sanidad afirmar sin sonrojarse que la información sobre el estado de salud de Teresa de la que dispone, es la que facilitan los medios de comunicación es cuanto menos sorprendente.
El ébola es uno de los virus más letales, ya que uno de sus síntomas es la fiebre hemorrágica. Fue descubierto en 1976 en una pequeña aldea de la República del Congo cercana al río Ébola, al que debe su nombre.
Un enemigo invisible, el virus perfecto, letal como ningún otro. Occidente no encuentra la forma de frenarlo y ya se prepara para una masacre inminente. Kent Bradley protagoniza Ébola, una historia de miedo, medios y racismo.
Ahora que es la hora de entender que vivimos una guerra mundial y nadie se da cuenta, o quizá ya entendieron. Ahora que una niña llamada Ébola reapareció en el mundo, o la hicieron reaparecer. Ahora que nos olvidamos de las barbaries en Sudán del Sur para irnos a los asesinatos de estudiantes en el sur de México.
Llueve. Y llueve muy fuerte, nos acercamos a un diluvio universal. ¿Veis la foto? Ya están los paraguas listos para que los cojáis e intentéis desviar cada una de las gotas que caen sobre nuestras cabezas.
Empezaré por lo más doloroso: la gestión pública. Traer contagiados de ébola a España sin plenas garantías, que los responsables intenten repartir la culpa y que Rajoy vuelva de Bruselas victorioso son solo muestras de una incompetencia ya conocida. Nadie esperó que Ana Mato gestionara bien.
Más allá de protocolos, de medidas políticas, de trajes de ciencia ficción, de manifestaciones improvisadas está Madrid, actuando como de costumbre, repitiendo una obra exitosa, la de los paraguas bajo la lluvia, la de las cervezas frías en Malasaña.
Lo único que crítico es que a estas horas echo de menos un atril como el de la foto. Un atril que en Estados Unidos es utilizado cada 6 horas por la Secretaría de Estado para dar la cara en su crisis del Ébola.
Pero en España ha anidado el pesimismo, y la desconfianza en los que mandan. Y desbarra la demagogia barata, de quinta. Los verdaderos expertos son escuchados por pocos y a la mayoría le gusta el lío, el jaleo, montarla parda. Ahora es el perro. Otras veces puede ser un gato. O un pajarillo.
Decía G.K. Chesterton que cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa. Hace dos siglos se comenzó por adorar el raciocinio y ciencia.
Pero el ébola ha tenido que aterrizar en los países supuestamente desarrollados para pasar a ser noticia frecuente. Mientras en África morían miles daba igual. ¿Cuándo entenderemos que aquello que toca a los pobres es asunto de todos?
Hay que ver cómo somos los españoles. Se ha armado un lío increíble por la muerte del perro mascota del marido de la enfermera internada con ébola. Hemos salido en las televisiones de medio mundo como seres crueles, inhumanos, faltos de sentimientos, dispuestos a sacrificar a un pobre perro.
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