Las mujeres no quieren dominarles, ni resistirse a toda autoridad, ni hacer con los hombres lo que algunos (demasiados) hacen con ellas. Tiren la toalla, sumérjanse y disfruten.
María Jesús Espinosa de los Monteros
Casualmente, esta columna se leerá un 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Y también, fortuitamente, yo he terminado de leer un libro tan radicalmente femenino que, naturalmente, se convierte en universal. Se trata de Primera persona, la obra de la colombiana Margarita García Robayo que acaba de ser publicada por la Editorial Tránsito.
Periodista es una palabra que me representa. Es de género femenino y mi sexo es masculino, pero me siento incluido en ella. Que alguien se dirigiera a mí como periodisto me supondría una aberrante forma de clasificación extemporánea, por no decir un insulto. Una parte (esto es importante) del movimiento feminista ha tomado el lenguaje inclusivo como símbolo de lucha, como seña de identificación, una bandera que enarbolar para demostrar en qué equipo juegas.
Estaba leyendo una biografía de Angelica Balabanova cuando me han dado las tantas y he salido apresuradamente a comprar el pan con la imaginación inundada por lo leído. En la esquina de la panadería me he encontrado con Eduardo Álvarez Puga, que fue el director de Interviú en los años gloriosos de la revista, los de la transición.
Mi abuela me deja en el contestador mensajes larguísimos, atropellados, que luego me llegan en forma de SMS y eso no hay Dios que lo transcriba. Cómo va a entender esa máquina estúpida su acento granaíno. Ella siempre avisa, como si no me saliese su número: “Lorena, soy la abuela”, así, reina y señora del sustantivo, matriarca del mundo. La Francis es niña de la posguerra. Hace muy poco, mi madre se enteró de que nunca había tenido una muñeca y le regaló una, a sus 73 años. Me mandaron fotos del encuentro tardío entre la anciana y el juguete y me pareció hermosísimo y triste.
Desde Platón, al menos, sabemos que ninguna cosa tiene el ser absoluto: ningún triángulo es un triángulo perfecto (salvo un triángulo ideal). Ningún humano reúne toda la esencia de lo humano (salvo la idea de lo humano, que al ser una idea no es una persona real). Ningún libro es el libro por antonomasia. Del mismo modo, nadie es la encarnación en la Tierra del feminismo, por mucho que pudiera complacerles a Barbijaputa o a Cristina Almeida parejo título. Todos tenemos en parte algo de feministas y todos tenemos otra parte que no. (Porque tampoco existe la encarnación en la Tierra del machismo, por más que ello incomode a la publicidad de ciertas activistas cuando hablan, sobre todo, de gente de derechas).
No estoy a favor de los concursos de belleza, pero menos aún de quienes se oponen a ellos por razones morales, o sea, por mojigatería.