María Vera ha tenido la vida del nómada. La joven poetisa nació en Madrid y vivió allí sus primeros tres días, hasta que sus padres se mudaron a Granada. De la ciudad de Federico García Lorca conserva los recuerdos de una infancia más o menos feliz que se interrumpió con el traslado a Cuenca –de allí es el marido de su madre– en los primeros años de adolescencia. “En Cuenca llegué a un instituto donde imperaba la ley de la jungla”, arranca. “Yo venía de un colegio de monjas y me veía modosita, muy poco espabilada. En Cuenca me junté con gente turbia en una época en que estaba confusa. Tenía problemas con mi identidad. Lo pasé mal. No sabía si tenía que ser malota, si seguir siendo una mojigata. En los chicos no sé cómo es el inicio a la sexualidad, pero en las chicas es bastante tormentoso. Por todo me insultaban. Si era timidita, por timidita. Si tenía relación con los chicos —te hablo de amistades—, por tenerlas. Me daban por todos lados, hiciera lo que hiciera. Me hacían bullying y yo sufría en silencio”.