«A este paso en las escuelas preguntaremos a los niños si sienten o no que dos y dos son cuatro»
«Uno se vuelve solipsista al vivir tanto tiempo en su memoria»
«Mientras me quejo del calor, es mi mujer la que pronuncia la sentencia: ‘Ya no habrá más otoños'»
No cuesta nada dar las gracias, pero como todo lo que es gratis, se siente dentro del cuerpo como una ganga, como un regalo inesperado
Siempre ha sido así: se me hace costoso, y hasta frustrante, materializar mis interioridades, volcarlas hacia fuera. Y es que en el caso del tímido este cisma tan humano —el de los dos hombres: el privado y el público— es abismal, mucho más lacerante.
En La democracia sentimental, Manuel Arias Maldonado escribe que “hay una estrecha relación entre radicalismo y felicidad […] El radicalismo hace más feliz que la moderación: sobre todo cuando el gobierno no nos representa.” Si a esto se le une una elevada sensación de pertenencia, una amenaza exterior o interior que funcione como chivo expiatorio, cierta disonancia cognitiva que te impida ver los errores propios y una sensación de superioridad moral, uno ha de ser enormemente feliz. Porque afrontar la complejidad de la realidad es extenuante. Y, bueno, a veces triste.
El dolor es natural, e incluso es saludable sentirlo. Pero de nosotros depende transformar el dolor en sufrimiento. Es una elección a la cual estamos tan acostumbrados que lo hacemos inconscientemente.
…la gente está harta de la sobreabundancia de noticias, aunque se presenten como textos de opinión, y les produce un mayor placer leer sobre el amor o la felicidad que documentarse sobre las desgracias que sacuden al mundo.
Nada como la caricia le puede decir al otro que le reconozco, que forma parte de mi mundo, y a su vez me introduce en el mundo del otro. Nada como la caricia le comunica al otro seguridad y confianza, protección y valoración, y como consecuencia autoestima. La caricia reconoce al otro en su irrepetibilidad.