En el convulso panorama turco, recientemente sacudido por un atentado perpetrado por un niño de 12 años, las manifestaciones tras el intento de golpe de estado y la purga política llevada a cabo por su presidente, establecer una salida para los derechos fundamentales de la comunidad LGTB parece haber quedado relegada a un segundo plano. Sin embargo, las muestras de odio y los brutales asesinatos siguen señalando una alarmante problemática que está lejos de solucionarse. Hace algunas semanas, se encontró el cadáver de un refugiado sirio homosexual, mutilado y decapitado en Estambul, y hace apenas unos días, el cuerpo mutilado y quemado de Hande Kader, que había sido violada en repetidas ocasiones y torturada por una banda. La cara de Kader era familiar para millones de turcos, ya que el año pasado fue una de las figuras representativas durante los enfrentamientos con la policía durante el orgullo gay Estambul; una marcha que intentó ser reprimida con balas de goma, cañones de agua y gas pimienta. Tras la muerte de esta conocida activista trangénero, manifestaciones y protestas intentan sacar a la luz el hecho de que el caso de Kader es uno entre cientos, que la falta de derechos de la comunidad LGTB en Turquía es una realidad sobre la que no se pone freno y que si nada se hace al respecto, los crímenes y actitudes homófobas no harán más que extenderse. Turquía tiene una tasa de homicidios transexuales mayor que cualquier lugar de Europa y Estambul tiene una gran importancia no sólo para la comunidad LGBT de Turquía, sino para múltiples minorías sexuales en todo el Oriente Medio, pero a pesar de la gravedad de la situación, la lucha por los derechos parece quedar silenciada por otros temas que suponen un «mayor estado de emergencia».