Vidas, secretos y mixtificaciones de Josep Pla
La biografía del escritor de Xavier Pla es una vasta obra de documentación fallida por una estrecha óptica nacionalista
La biografía del escritor de Xavier Pla es una vasta obra de documentación fallida por una estrecha óptica nacionalista
«Volvamos al mundo de Josep Pla, a defender la vuelta a una vida posible, una vida de un país diverso, unido por cocinar con aceite y comer con vino»
El ensayo, reeditado por Athenaica, ofrece en sus 200 páginas un análisis de la vida, obra y legado del escritor catalán
THE OBJECTIVE entrevista al escritor y periodista catalán con motivo de la publicación de su libro ‘Casa dividida’, su dietario correspondiente al año 2022
«’Casa dividida’, dietario y destilación del año 2022, confirma a su autor como el mejor diarista hoy de nuestra literatura, donde hay algunos notables»
El asesinato a modo de juego experimental o como acceso a la fama supera no pocas formas tradicionales del crimen, con la truculencia pavorosa que añade la desintegración social y moral que denotan los culpables. En otros casos, como en el asesinato de Diana Quer, todo puede ocurrir en cualquier otro lugar de cuyo nombre habrá que acordarse. Su asesino confeso, un sujeto como El Chicle, representa un vértigo de cambios sociales ajenos a la ley y que justificarían sobradamente el principio de tolerancia cero.
Quien sabe en qué estará pensando Chomsky ni qué queda de aquel Porto Alegre brasileño que iba a ser la nueva Roma de la antiglobalización. Lo que sabemos es que la aceleración del tiempo define nuestra época. La mentira como verdad existe desde siempre –con el paradigma de los ‘Protocolos de Sión’- pero la post-verdad es eso y algo más: su transmisión hiper-acelerada en el tiempo.
Indicios de conexión entre la CUP y la Rusia de Putin o sobre todo una implicación rusa en las tramas digitales del secesionismo catalán dan la medida de una toxicidad viral de conflicto programado que contrasta con el arcaísmo de un Puigdemont que, al modo de un conspirador decimonónico, busca refugio en feudos flamencos mientras en Cataluña el artículo 155 rehace de pies a cabeza la constitucionalidad.
Una de las facetas más abradacabrantes del secesionismo en Cataluña es pretender crear un estado “ex novo” sin tener la menor noción de lo que es un Estado
La respuesta vital del pueblo de Barcelona al atentado yihadista ha sido ejemplar, desde la recuperación inmediata del pulso de la ciudad a los héroes anónimos o al “No tinc por” de la Plaza de Cataluña, nucleado por la figura de Felipe VI.
La política a golpe de “twitter” subordina aún más el ejercicio de la ciudadanía al todo a un euro o al “fast-food”. De forma más súbita que paulatina, dejamos de leer. Aunque un poco más comedido en los últimos tiempos, Donald Trump tuitea ahí donde Demóstenes o Lincoln recurrían a la grandeza de la palabra.
La constatación de que un grupúsculo antisistema como la CUP puede determinar los presupuestos generales de Generalitat y las facetas más escabrosas del proyecto de secesión da una idea de la azarosa circunstancia que la sociedad catalana lleva viviendo desde hace tiempo. La CUP dio su apoyo a Junts pel Sí –es decir, Convergència y ERC- a cambio de que descabalgasen a Artur Mas y le sustituyeran, ya mucho más allá del principio de Peter, por Carles Puigdemont, aunque ambos comparten una aparatosa ignorancia sobre el Estado de Derecho y sobre la política y, en concreto, sobre la historia política de Cataluña y de toda España. Estamos en el ámbito del mito, irracional y primario. Los 300.000 votos de la CUP y sus diez escaños condicionan el futuro inmediato de una sociedad que por su parte ya ha desconectado de la desconexión, al contrario del microcosmos político nacionalista.
La norma no escrita de dar una tregua crítica a los cien primeros días de todo gobierno ha ido quedando arrumbada como un uso vetusto. En coincidencia cuantitativa con la duración del retorno de Napoleón desde la isla de Elba hasta Waterloo, esos cien primeros días a veces han ido a la par con el estado de gracia, un período de levitación en el que la confianza en el nuevo elegido parece casi unánime. No lo hemos visto con Theresa May pero sí con Macron. En general, una nueva presidencia de la Quinta República garantiza ese período de gracia. Tras la victoria presidencial, haber conseguido una nueva mayoría parlamentaria –para un partido de hace dos días- convierte a Macron en un político en estado de gracia, llegado en el momento más oportuno para, después del “Brexit”, rehacer el eje franco-alemán dándole un toque gaullista. ¿Hasta cuándo? En un mundo tan acelerado, la erosión política parece haber liquidado los privilegios del estado de gracia. Lo hemos visto otras veces: un político de nuevo cuño –caso Obama- se convierte en paradigma, para acabar entrando y saliendo del taller de reparaciones.
El paso de Donald Trump por Europa, la OTAN y el G-7 ha tenido algo del pistolero que llega al last chance saloon, marca territorio sin guardar las formas y acaba solo en la barra. La relación entre los Estados Unidos y Europa nunca ha carecido de tensiones pero en general se apostaba por mantener las formas, incluso a costa de abusar de la hipocresía geoestratégica. Al margen de otras consideraciones, Hillary Clinton hubiese llevado las cosas de otra manera, al igual que el viejo establishment republicano, los realistas de Bush padre o los republicanos centristas. El propio Obama, a pesar de su fase mortecina, mantiene en Europa una apreciación muy por encima de la del actual presidente de los Estados Unidos. Según un sondeo del Pew Center, el nivel de confianza europeo en Obama es del 77 por ciento mientras que su sucesor se queda en un 7 por ciento.
Esta decantación de Bruselas es tan asombrosa como cuando, dados los postulados derechistas de Haider en Austria, se dijo de modo reiterado que eso requería expulsar a los austríacos de la Unión Europea. No era así. En realidad, Haider sigue en Austria y Austria sigue en la Unión Europea.
‘La vista desde aquí’: una mirada no fatalista sobre la España moderna, no pocas consideraciones sobre Cataluña, abundante crítica social y cultural.
Siglos de fenomenología del golpe de Estado nos contemplan y vienen a poner una vez más en cuestión las tesis del final de la Historia o de la irreversibilidad de los procesos democráticos. Así hemos llegado al siglo XXI, hasta el extremo de que un país rico y estable como Venezuela, paradigmático en los años ochenta, está bajo la tutela ilegítima de un régimen cuyo poder ejecutivo ha echado a la papelera el poder legislativo eliminando las salvaguardas de la oposición –es decir, dos tercios de la Asamblea Nacional-.
Ante un paisaje político que parece dominado por la mediocridad, el arribismo y la partitocracia, cuando no la corrupción, el fatalismo de la ciudadanía puede sentirse legitimado pero siempre conviene asegurarse de que los árboles dejen ver el bosque. Miles de concejales se dedican todos los días al interés público y a un bienestar colectivo que discurre a pesar de los Bárcenas, la injerencia desfachatada en las cajas de ahorros, el tres por ciento del pujolismo, las adjudicaciones a dedo o el nepotismo. Aunque lo parezca ni la casta está tan generalizada como se dice ni la anti-casta de Podemos evita los vicios de la casta.
La Unión Europea tiene sus fases cíclicas, desde sus orígenes con la Comunidad del Carbón y del Acero. Pasa por fiebres parturientas aunque al mismo tiempo se diga que el futuro será perfecto. Raras veces todos los países-miembro marcan el paso, como ocurrió con la larga transacción del tratado de Maastricht y luego, de modo más accidentado, con el fracaso del tratado constitucional. La ventaja relativa es que esos ciclos, de una manera o de otra, ejercen una sedimentación propia. El año que comienza será equiparable a otros momentos de entreacto, con los actores revisando el maquillaje en sus camerinos, el público sin mucho entusiasmo en la platea y el autor de la obra, sometido a presiones, reescribiendo el segundo acto, como seguramente habrá de hacer finalmente con el tercero, de modo que los personajes no saben en qué intríngulis van a verse cuando suene el timbre y se alce el telón después de la pausa del primer acto.
El futurismo condensó tanta violencia en el arte que todo un siglo saltó por los aires al fundarse los totalitarismos. Fascismo, comunismo y anarco-sindicalismo aprenden de Georges Sorel el poderío de la violencia prefigurada en Mussolini nadando virilmente o Lenin llegando a la Estación de Finlandia en su vagón blindado. Barcelona llegó a ser conocida mundialmente como la ciudad de las bombas. En el anarco-sindicalismo, Georges Sorel –con sus “Reflexiones sobre la violencia”- impone la idea de que sin violencia no habrá capacidad colectivista. Casi cien años después, Georges Sorel logra su “remake” de la mano de la organización política conocida como la CUP. Todas sus propuestas son ultra-radicales, unilateralmente secesionistas y anti-sistema pero hasta ahora no habían proclamado que hará falta violencia política para que –como hipótesis- el Estado sienta la urgencia de la fuerza bruta. Es decir: hay que llevar la secesión unilateral hasta el límite, hasta que el Estado español entre “en contradicción antidemocrática” y tenga que recurrir “a algún tipo de fuerza legal o incluso de la fuerza bruta”. Es de una simplicidad que ofusca, sustancialmente porque el anti-sistema es un sistema paranoide. La CUP comienza quemando la Constitución en el salón de plenos del ayuntamiento de Barcelona y prosigue con una gestualidad consistente en quemar contenedores o cajeros automáticos. Tanta hostilidad se nutre del rechazo del Estado de Derecho, las formas pluralistas o el principio de la propiedad.
Inicia sesión en The Objective
Crea tu cuenta en The Objective
Recupera tu contraseña
Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective