Ucrania: la paz imposible
El único camino seguro es seguir armando a Kiev, pero esa opción no es incompatible con generar incentivos para que Rusia se siente a negociar
¿Cómo será posible la paz? Todos nos preguntamos cómo acabará la guerra que asola Ucrania desde hace casi un año y qué es lo que vendrá después. Lamentablemente, nuestra predicción es que la respuesta está más lejana de lo que todos deseamos, pero en política internacional es importante jugar con las realidades y no con los deseos. Nuestro propósito en este breve ensayo es intentar analizar lo ocurrido desde que las tropas rusas iniciaron la invasión el territorio ucraniano, tratar de dilucidar dónde estamos y plantear algunas ideas sobre cómo hacer posible una paz que hoy por hoy parece imposible.
En primer lugar, ¿cómo hemos llegado hasta el punto actual? Para responder a esta cuestión evaluaremos los cuatro frentes que comprenden este conflicto: la dimensión militar, la actualidad diplomática, la guerra económica y energética y, finalmente, la dimensión política en Ucrania y Rusia. Contemplaremos este análisis diseñando posibles escenarios de futuro y veremos lo posibles que son, intentando también dilucidar cual es el más probable.
La pregunta previa para entender este conflicto es: ¿por qué invadió Putin a su vecino del Sur, Ucrania, el 24 de febrero? Los analistas y expertos nos ofrecen dos explicaciones que determinan el debate sobre la causa del conflicto.
Por una parte, la posición realista argumenta que Rusia ha visto la expansión de la OTAN como una creciente amenaza existencial desde finales de los 90 y que solo era cuestión de tiempo que Moscú utilizara la fuerza para frenar el proceso. De hecho, la historia nos confirma que ninguna potencia hegemónica ha permitido que otra potencia o alianza rival se acercara a sus fronteras y ningún país vecino de Rusia es más importante para ella que Ucrania. Así, según esta línea de pensamiento, la decisión de invadir tenía como objetivo revertir el proceso de integración de Ucrania en la OTAN y que Kiev volviera al redil del mundo pan-ruso.
Por otra parte, la posición idealista le quita importancia al papel de la OTAN y se concentra en que la invasión de Ucrania hay que entenderla dentro de la dinámica de la evolución totalitaria y dictatorial del régimen de Putin; autoritario, corrupto y tirano que se presenta como alternativa al modelo democrático-liberal occidental.
Esta posición subraya que una Ucrania democrática, liberal y establecida en Occidente es una amenaza mortal al régimen de Putin porque demostraría a sus compatriotas rusos que un pueblo eslavo, exactamente igual que ellos, puede construir una democracia con libertades y prosperidad. Así que no es la OTAN, sino la idea de democracia y libertad lo que desagrada a Putin hasta el punto de provocar el conflicto.
Cabe aún una tercera explicación que tiene que ver con la naturaleza imperial de una Rusia animada por una fuerza histórica que la impulsa desde hace siglos a expandir sus fronteras. Putin querría pasar a la historia como el líder que restauró la grandeza rusa después de la derrota de la URSS en la Guerra Fría y la catastrófica disolución de la Unión Soviética. Ucrania, a la que se niega su propia condición de nación, sería la primera pieza en la recomposición imperial de Rusia. Estaríamos por tanto en una guerra mesiánica en la que la civilización rusa vencerá a una decadente e inmoral civilización occidental que amenaza con corromper el alma rusa.
Es probable que la respuesta a cómo ha sido posible la guerra sea una combinación de todas estas razones. Al margen de nuestra propia visión de la OTAN como una alianza defensiva, resulta innegable que la expansión de la OTAN hacia sus propias fronteras es percibida por Rusia como una amenaza a su seguridad y a sus intereses vitales. Por otro lado, una Ucrania democrática y pro-occidental es también considerada como una amenaza para el régimen cada vez más autoritario, represor y corrupto instalado en el Kremlin. Finalmente, el resentimiento larvado hacia occidente tras la derrota en la Guerra Fría ha hecho resurgir los sueños imperiales forjados a sangre y fuego durante siglos en lo más hondo del pueblo ruso.
La gran cuestión entonces es, ¿qué quiere Putin? En nuestra opinión, lo que Putin persigue es restaurar la grandeza rusa, que Rusia se sienta en la élite de las relaciones internacionales como una gran potencia igual que las otras grandes potencias globales en un mundo multipolar. Sus discursos y políticas hasta la fecha indican que esto significa que Rusia debe restablecer su área de influencia en su extranjero cercano, la antigua URSS, y participar en todas las grandes decisiones globales. Putin desea que las otras grandes potencias (USA, China, Alemania, India) le respeten y tengan en consideración los intereses rusos. Sobre todo, en su esfera de influencia histórica, que incluye la antigua URSS y de forma muy especial Ucrania, pieza fundamental en la narrativa de la construcción y grandeza del Estado Ruso tal como lo entiende su tradición estratégica, ya sea zarista, revolucionaria, democrática o autocrática. Ni Kerensky, ni Boris Yeltsin, abandonaron esa idea a principios y finales del siglo XX.
Putin vio además una ventana de oportunidad para lograr ese gran objetivo histórico a la vista de la evolución global tras la crisis financiera, la covid, la retirada estratégica de Afganistán y Oriente Medio y la debilidad y el fraccionamiento de la política en Occidente. El Kremlin y Putin decidieron entonces apostar por la vía militar en Ucrania para conseguir sus objetivos. Según sus estrategas era el momento óptimo para dar el golpe de gracia al sistema internacional que tanto detesta y pretende remplazar.
La otra pregunta que debemos hacernos es ¿qué quiere Zelenski? El actual líder ucraniano puede ser definido como un político pro-occidental que logra el poder tras una crisis estructural generada entre otras razones por la pérdida de Crimea y las provincias del Este en 2014. Hereda un país corrupto, clientelar y en crisis, que pretende enderezar consolidando su giro hacia Occidente. Tras ganar las elecciones en el 2018, promueve y logra aprobar una Constitución, que incluye los objetivos del país. Dos de ellos son su incorporación a la OTAN y la Unión Europea. A su vez, la nueva Constitución subraya la integridad nacional con las fronteras de 1991 y la identidad ucraniana como «europea» rechazando las tesis paneslavas e identificándose con la identidad ucraniana heredera del Imperio Austrohúngaro y no zarista o soviético.
Su objetivo es que Ucrania se convierta en un estado independiente con la libertad de ejercer su derecho a decidir su futuro en seguridad, economía y relaciones internacionales. Así pues, exige la retirada de Rusia a las fronteras ucranianas y la seguridad de que no volverá a sufrir agresiones.
Una vez definidos los objetivos de las dos partes en conflicto veamos los resultados de esa decisión de Putin a principios de 2022. Empezaremos por la dimensión militar: diez meses después de la agresión de Rusia a su vecino del sur, estamos en lo que, en ajedrez, un deporte que adoran los rusos y los ucranianos, se llama la fase media de la partida. Una fase que se caracteriza por el intercambio de piezas clave y esfuerzos de ambos jugadores por ocupar los espacios de cara a la fase final.
Así, tras fracasar, en su intento de decapitar al gobierno de Kiev con una operación relámpago de tres días o una semana en febrero, Moscú optó por sucesivos cambios de estrategia y táctica, tras los continuos fracasos cosechados como consecuencia de la inesperada respuesta y resistencia de Ucrania y sus aliados.
Algunas ideas preliminares que podemos obtener de estos diez meses de guerra serían:
- La disuasión nuclear disuade a la OTAN, pero no a Rusia.
- Ucrania ha demostrado una gran fortaleza. Desde 2014 Ucrania ha reconstruido y reforzado sus fuerzas armadas con la ayuda de Occidente y su pueblo está demostrando una resiliencia que roza en muchos casos el heroísmo.
- La tecnología occidental es muy superior a la rusa, el fracaso de la invasión rusa es buena prueba de ello.
- La logística, entrenamiento y C3I ruso han sido decepcionantes. Rusia había tenido éxitos en operaciones menores, pero un conflicto de esta magnitud ha puesto de manifiesto todas sus carencias. Chechenia, Siria o el Sahel no son precedentes para este conflicto.
- El sistema político y de poder en Rusia es una carga para gestionar la guerra. La verticalidad del poder refuerza errores y no facilita la discusión y la evaluación de estrategias.
- Tras una fase de guerra de movimientos que duró hasta la mayo-junio, la guerra se enquistó con acciones puntuales y cambio de objetivos por parte de Moscú, una vez que se abandonó el objetivo del cambio de régimen y/o la conquista total de Ucrania.
Hay que subrayar que Moscú llevó la iniciativa hasta el 30 de agosto, cuando se destroza el puente de Azov y se revitaliza la ofensiva ucraniana en los flancos de la ocupación rusa.
- Ucrania pasa a la ofensiva para recuperar su territorio, obtiene éxitos espectaculares con la recuperación de casi 80 mil kilómetros cuadrados y alcanza su estatus como aliado fiable de Occidente.
- Rusia en septiembre da muestras de agotamiento y ordena una movilización parcial y la anexión de las provincias ocupadas para frenar la ofensiva ucraniana y ganar tiempo hasta que el barro estabilice el frente y permita reforzar sus posiciones, como en buena medida ha hecho en los últimos meses tras su retirada táctica de Jerson. Su agotamiento se refleja en sus repetidas amenazas nucleares que se traducen (quizás por consejos de sus asesores militares) en una ofensiva de ataque a infraestructuras y objetivos civiles que tiene un efecto similar al nuclear, es decir, crear temor y debilitar al régimen de Zelenski. Sin embargo, esa estrategia no ha logrado por el momento su objetivo, sino que más bien ha servido para cohesionar aún más a la sociedad ucraniana y fortalecer la alianza occidental con Ucrania frente a la brutalidad del agresor.
Estamos pues en una fase relativamente estable tras el intercambio de piezas en la fase media de esta guerra. Conviene recordar que nunca desde los primeros meses de la Operación Barbarossa, en junio – octubre de 1941 el ejército ruso ha tenido tantas derrotas seguidas como en agosto – octubre de 2022. Pero, no nos engañemos, la guerra está lejos de acabar. Rusia todavía controla el 15% del territorio ucraniano (aproximadamente una extensión igual que Portugal). Su ejército se ha reforzado con unos 150 mil efectivos enviados al frente y otros 150 mil reservistas que se han situado en retaguardia para cubrir bajas. El «General Invierno» no ha paralizado las operaciones, aunque las ha ralentizado con avances muy limitados a pesar de la crudeza de los combates, especialmente en el frente Este. Localidades como Lyman, Kreman, Khersen o Jerson ya han caído bajo control ucraniano, pero los rusos tratan de recuperar otras localidades en la región de Donetsk como Bankhmut. Ucrania considera también la amenaza de que Rusia trate de lanzar una nueva ofensiva desde Bielorrusia sobre Kiev, pero Rusia tiene serias dificultades para abrir varios frentes simultáneos y por el momento solo mantiene la ofensiva en el Este.
Por otro lado, la ofensiva ucraniana se está volviendo más lenta tras varios meses de ofensiva. Hay problemas con el suministro de municiones, las reservas de tropas entrenadas no llegan en números suficientes y el mal tiempo reduce la efectividad de la superioridad tecnológica en los drones, inteligencia y artillería.
Vamos pues a otra fase más estática que durará previsiblemente hasta febrero en la cual se estabilizan los frentes y ambas partes se prepararan para la siguiente fase. También será una ventana de oportunidad para actuar el frente diplomático.
Analizaremos a continuación la dimensión diplomática: ¿es posible una salida negociada? ¿Ha habido esfuerzos para un acuerdo que ponga fin a las hostilidades? Desde el 24 de febrero se han producido dos esfuerzos por la paz y muchos sondeos sin resultados.
El 29 de marzo en Estambul negociaron rusos y ucranianos, reuniéndose en torno de un proyecto de paz apadrinado por el presidente turco Erdogán. Rusia presenta un programa de máximos cuyos puntos principales son:
- Reconocimiento de Crimea como parte de Rusia, así como las provincias de Luganesk y Donests.
- No integración de Ucrania en la OTAN y confirmación del estatus de «no alineado».
- La prohibición de partidos, asociaciones «neonazis» y la derogación de amnistía a personajes antirrusos.
- La lengua rusa reconocida en Ucrania como segunda lengua oficial.
Ucrania presenta a su vez sus condiciones:
- Alto al fuego inmediato.
- Retirada de fuerzas rusas de todo territorio ucraniano definido por las fronteras de 1991.
Bajo estas premisas, las negociaciones duraron tres horas. A pesar del fracaso, los rusos se mostraban optimistas, pues la delegación ucraniana les entregó un documento de trabajo de 10 puntos en los que se aprobaba una especie de neutralidad armada. Ucrania a finales de marzo había constatado que no podía contar con la implicación militar directa de la OTAN y aún menos con su integración a corto plazo. Así pues, Kiev estaba dispuesto a adoptar un estatus «de no alineado y no nuclear». Además de comprometerse a no albergar bases, ni contingentes extranjeros de forma permanente.
A cambio, Ucrania exigía «garantías internacionales de seguridad» indicando que fueran proporcionadas por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, a los que podrían sumarse Alemania, Israel, Canadá, Italia, Turquía y Polonia. Estas garantías no eran aplicables en Crimea y Donbás, con el fin de no poner a los países garantes en potencial conflicto con Rusia y así negarse a participar. Además, Ucrania exigía un punto, el tercero, que pretendía un compromiso de «Seguridad Colectiva» automática ante una agresión de cualquier tipo, equivalente al artículo 5 de la OTAN. Finalmente, un punto octavo exigía hacer de Crimea un tema a debatir entre ambas partes durante 15 años. Este punto fue una línea roja para Moscú.
La negociación fracasó al considerar Moscú las concesiones de Kiev insuficientes y retractarse Ucrania de sus propuestas tras descubrir la matanza de Buahia tres días más tarde. Tras el encuentro en Estambul, los negociadores solo volvieron a encontrarse a nivel de subgrupos para preparar con la ONU y la Cruz Roja intercambios de cadáveres y prisioneros. Además de negociar los corredores humanitarios.
Por casualidad, en la primera semana de septiembre, cuando el magnate Elon Musk reclama que alguien le pague por dar internet gratis a Ucrania (23 millones de dólares al mes), propuso un «plan de paz» muy cercano a los objetivos del Kremlin, que Kiev rechazó. Sus puntos principales eran:
- Ucrania acepta la anexión de Crimea.
- Ucrania se compromete a no entrar en la OTAN.
- Ucrania acepta un proceso electoral para determinar el estatus de las provincias ocupadas por Rusia.
Por su parte, Kiev proponía:
- Retirada rusa de todos los territorios ocupados.
- Compromiso de Rusia, avalado por las grandes potencias, de un pacto de no agresión mutua.
- Exigencia de reparaciones y reconstrucción de Ucrania por parte de Rusia.
- El procesamiento de criminales de guerra, genocidio y guerra de agresión a través de los buenos oficios de la ONU y el Tribunal de la Haya.
La visita de Zelenski a Washington este mes de diciembre ha reforzado el apoyo de Estados Unidos a la posición ucraniana. El Congreso ha aprobado un nuevo paquete de ayuda por valor de 45 mil millones de dólares y se facilitarán nuevas armas más sofisticadas y de mayor alcance, incluyendo baterías de misiles Patriot, que hasta ahora se negaban a Ucrania y que pueden dar nueva ventaja a las fuerzas ucranianas en el campo de batalla. La prioridad ahora para Ucrania y sus aliados es reforzar la defensa aérea tras los masivos ataques con misiles y drones de Moscú contra todas las ciudades ucranianas.
Moscú rechaza todas estas condiciones y tras diez meses de guerra ambas partes optan por posiciones de máximos a la vista de la operación militar. Putin ha declarado este mes de diciembre que Rusia está preparada para una guerra larga en la que está dispuesta a asumir cualquier sacrificio hasta lograr la victoria. En la situación actual, sus declaraciones de estar abierto a conversaciones de paz parecen más bien retóricas. Su ministro de exteriores, Lavrov, lo ha dejado claro señalando que o Ucrania acepta sus condiciones o el ejército ruso se encargará de que las acepten.
Conviene, por último, aunque sea tan sólo enumerar los esfuerzos multilaterales y las posiciones de las organizaciones intergubernamentales. Así, tanto la OTAN, liderada por Estados Unidos, como la Unión Europea han mostrado un apoyo reiterado y consistente a la posición ucraniana. Ese respaldo firme a Ucrania se ha producido también en todas las reuniones del G7, como se ha constatado nuevamente en la última propuesta de poner un precio máximo a las exportaciones de petróleo ruso. Por su parte, el Consejo de Seguridad de la ONU ha estado en todo momento bloqueado por el veto ruso, pero la Asamblea General ha votado dos resoluciones de condena aprobadas por amplia mayoría. Sin embargo es muy significativo que esas resoluciones han cosechado también 45-50 abstenciones del denominado sur global y China.
El G20 ofreció en la primera cumbre de Bali posibilidades de constituir un foro de conversaciones, pero el comunicado final fue más bien favorable a las tesis ucranianas, dejando abierta la puerta a la negociación. Finalmente, mencionar por su relevancia en la guerra energética la posición de la OPEP+, que se ha limitado a buscar el mejor precio. El 3 de septiembre, acuerdan reducir la producción en dos millones de barriles/día. Arabia Saudí se convirtió así en un aliado energético de Rusia, Iraq, Irán, Venezuela y Qatar. No parece sin embargo que los países de la OPEP vayan a respaldar el intento de Rusia de reducir producción como reacción al tope impuesto por el G7 y la Unión Europea al precio del petróleo ruso.
Se han celebrado a su vez dos Foros especiales. El primero, impulsado por el presidente turco con la ONU, Rusia, Turquía y Ucrania que permitió el pasado junio liberar los cereales ucranianos permitiendo las exportaciones de grano. Por otro lado, hay que destacar el papel jugado por Turquía como intermediario que tiene la confianza de Kiev y Moscú, en un alambicado papel de difíciles equilibrios entre Rusia y occidente. Por último, podemos mencionar a Israel y Qatar como posibles alternativas a futuras negociaciones.
Ucrania está intentando actualmente lanzar una iniciativa diplomática en el marco de la ONU para convocar un foro multilateral de paz en el mes de febrero. Sin embargo, la exigencia ucraniana de un Tribunal Internacional para crímenes de guerra como condición previa y la posición de Rusia de no participar en un foro de esa naturaleza ponen en duda la efectividad de la iniciativa. Tanto esta propuesta como las declaraciones de Rusia de estar preparada para una negociación de paz parecen más bien maniobras de cara a la galería.
Así pues, con ambas partes apostando por opciones miliares enquistadas y con la vía diplomática en dique seco, la evolución del conflicto depende en gran medida de lo que ocurra en las respectivas retaguardias. Ambos contendientes se muestran convencidos de estar en el lado correcto de la historia y consideran que el tiempo juega a su favor. Pero ¿por cuánto tiempo? Los ucranianos confían en que el efecto de las sanciones impuestas a Rusia desde febrero, así como la entrega de armas por sus aliados, inclinarán la balanza a su favor. Los rusos, por su parte, confían en que Ucrania sufrirá un derrumbe económico e incluso una implosión política, así como la erosión y la fatiga del apoyo internacional. Todo esto sobre un fondo de crisis económica en Europa, con altas tasas de inflación y crisis de suministros alimentarios y energéticos a nivel global.
La gran baza estratégica de Rusia es lograr romper el apoyo occidental a Ucrania. Para ello no duda en agravar la crisis adoptando restricciones sobre sus exportaciones de gas. Es más, con la voladura de los Nord Stream 1 y 2 del Báltico demuestra que es capaz de acabar con las infraestructuras energéticas del continente. Por su parte, Kiev reprocha a los europeos, principalmente alemanes, por su lentitud en el desbloqueo de ayudas militares y financieras prometidas.
El problema es que la dimensión de las ayudas requeridas por Ucrania es enorme y no fáciles de sostener indefinidamente. En abril Kiev declaró que necesita 7.000 millones de dólares al mes para mantener el Estado. En julio lo aumentó a 9.000 millones de dólares y con una caída del PIB esperada del 35-45% en 2022, la cifra para enero sería de 11.000 – 12.000 millones de dólares al mes. Hoy en día, apenas se cubre la mitad de esta cifra. La destrucción sistemática de infraestructuras civiles y de energía conduce a Ucrania a una grave crisis humanitaria este invierno. Está por ver en que medida la nueva mayoría republicana en el Congreso de Estados Unidos mantiene el nivel de las ayudas prestadas hasta la fecha y cómo reaccionará la opinión pública europea ante un agravamiento de la crisis económica provocada por la guerra.
En todo caso, continuar la vía militar constituye el principal escenario contemplado por Rusia. Golpeada por las sanciones y por una opinión pública adversa o ausente, el régimen aumenta la represión. La sociedad se enfrenta a un progresivo empobrecimiento, con una pérdida del PIB de 8-10%. El Kremlin, frente a esta guerra económica de occidente, cree que no tiene nada que ganar deteniendo las operaciones militares. Así, tanto en Moscú como en Kiev, nadie parece, hoy en día, sensible a la idea de una paz levantada sobre concesiones negociadas. Los dos tienen más confianza en una paz impuesta por las armas, pese a los riesgos de inestabilidad y revanchas que eso supone, que en dar fin al conflicto.
En este escenario en el que ambos contendientes están determinados a continuar la guerra, surgen posiciones divididas en la comunidad internacional sobre cuándo y cómo alcanzar la paz. Hay quien considera que una paz justa pasa necesariamente por restituir las fronteras de Ucrania a las previas a la invasión e incluso a las anteriores a la ocupación rusa de Crimea y la franja oriental del país, que Ucrania recupere plenamente su soberanía y pueda integrarse en la Unión Europea y en la OTAN, que son necesarias reparaciones de guerra por parte de Rusia y que los criminales de guerra respondan ante un tribunal internacional por sus crímenes. Esta concepción de una paz justa es coincidente con la posición de Kiev.
Una posición contraria es la de quiénes consideran que no hay solución «militar» al conflicto, que ninguno de los dos bandos puede alcanzar la victoria total, ni los ucranianos pueden acabar con la maquinaria bélica rusa por muy inoperante que se haya mostrado en esta guerra, ni los rusos podrán derrotar a los ucranianos, ocupar toda Ucrania y reintegrarla a Rusia, especialmente tras las heridas profundas que dejará la guerra. El riesgo de una guerra larga que genere un enorme número de bajas en ambos bandos, un sufrimiento desmesurado a la población ucraniana, la practica destrucción del país, así como el empobrecimiento y aislamiento de Rusia, dominada por un régimen cada vez más represor y tiránico, es cada vez mayor. Una parte de ese sufrimiento podría ahorrarse si ambas partes alcanzaran una solución de compromiso, con cesiones mutuas, en lugar de un enquistamiento de la guerra que lleve a un final por agotamiento en unas condiciones no muy diferentes a las que podrían acordarse actualmente.
Hay también un debate sobre el momento en que debe impulsarse una vía negociada. La mayoría de los analistas occidentales considera que obligar ahora a sentarse a negocia a Ucrania, tras el éxito de su contraofensiva, sería contraproducente en términos estratégicos. La idea misma de un alto el fuego rompe la dinámica de la ofensiva ucraniana, frenaría la recuperación de territorios ilegítimamente invadidos por la potencia agresora, permitiría a Rusia recomponer y reforzar sus unidades militares de cara a posteriores ataques y debilitaría a Ucrania en una hipotética mesa de negociación futura. Por el contrario, hay quien considera que el invierno puede suponer una ventana de oportunidad para retomar la vía negociada.
El final de la guerra tiene también mucho que ver con el origen de esta. Si la guerra tiene su origen en una visión imperial rusa que considera a Ucrania una pieza irrenunciable y esencial de esa gran Rusia es muy difícil que puedan encontrarse formulas de compromiso. Si estamos además en una guerra mesiánica contra un occidente decadente que debe ser derrotado, las posibilidades de un acuerdo de paz se complican aún en mayor medida. Por el contrario, si la preocupación de Rusia tiene que ver con su percepción de amenaza y sus intereses de seguridad, entonces pueden encontrarse mecanismos que satisfagan parcialmente a ambas partes. Incluso para la cuestión territorial, por difícil que parezca, sería posible encontrar algunas soluciones, como ese plazo de quince años para definir el estatus de Crimea que al inicio de la guerra propuso Ucrania en la primera mesa de negociación.
En el campo occidental las posiciones sobre una posible paz negociada difieren también en función de los intereses nacionales y las distintas visiones sobre la futura arquitectura europea de seguridad y el nuevo orden mundial. Así, los Estados Unidos, Reino Unido, Noruega y Bálticos, junto con Polonia y Eslovaquia, indican que de lo que se trata es de provocar un cambio de régimen en Rusia y crear una barrera oriental del Báltico al Mar Negro, con el propósito de contener a Rusia, recuperando así los principios de «equilibrio de poder», pilar de la estrategia británica en Europa en los últimos cinco siglos.
Por el contrario, la vieja Europa, es decir, Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Austria, España, Portugal, Chipre y Grecia, optan por el contrario por no «acorralar a Rusia», no provocar cambios de régimen en Moscú e incorporar al mundo exsoviético en el nuevo orden de seguridad europeo, con el eje en una Unión Europea con una dimensión de seguridad y defensa propia, pero sin renunciar al paraguas de la OTAN.
En nuestra opinión, una derrota de Ucrania tendría consecuencias desastrosas para occidente. En primer lugar, porque la historia nos demuestra que permitir al agresor lograr sus objetivos mediante el uso ilegitimo y criminal de la fuerza no hace sino aumentar su apetito. Si no detenemos hoy a Putin en Ucrania probablemente tendríamos que hacerlo mañana en los países bálticos, en Polonia o más allá. En segundo término, porque estaríamos generando un antecedente nefasto para otros regímenes que aspiran a ampliar sus fronteras o someter a sus vecinos mediante el uso de la fuerza, comenzando por la creciente amenaza de China sobre Taiwán. Por último, pero no menos importante, porque una derrota ucraniana sería percibida fuera del bloque occidental como una derrota más de un occidente decadente, que perdería definitivamente toda credibilidad como actor estratégico. El propio Putin lo ha verbalizado en diferentes ocasiones, está en guerra con occidente y Ucrania es la primera y decisiva batalla.
Por otro lado, una derrota de Rusia plantea también riesgos. El primero y más obvio es el riesgo de que un Putin acorralado recurra al arsenal nuclear en un acto de desesperación. Aunque la probabilidad de un escalda nuclear sea baja el escenario es lo suficientemente apocalíptico como para no tomarlo en consideración. El segundo es que una humillación pueda provocar el colapso de Rusia, su desmembramiento e incluso una guerra civil. No parece realista pensar hoy en un cambio de régimen democrático en Rusia y la implosión de ese país puede generar una ola de inestabilidad en toda Europa del Este y en Asia Central difícil de gestionar. Finalmente, una Rusia arruinada y derrotada puede eliminar la amenaza a corto plazo, pero a largo podría convertirse en un problema aún mayor de lo que es hoy. A occidente tampoco le interesa una Rusia convertida en un estado vasallo de China, ni convertir Moscú en una Pyongyang europea.
No hay final fácil a la actual guerra en Ucrania. Una derrota de Ucrania resultaría letal para occidente y una derrota de Rusia sumamente difícil de gestionar. Nuestra propuesta sería intensificar el apoyo militar y económico a Ucrania de forma que en ningún caso pueda producirse una victoria de Putin en esta guerra. Pero simultáneamente a nuestro apoyo a Ucrania en el campo de batalla deberíamos incentivar una vía diplomática que permita alcanzar cuanto antes un final de la guerra que permita una reconstrucción rápida de Ucrania, restaurar su soberanía e integridad, de garantías de seguridad a este país a largo plazo, permita poner fin a las sanciones económicas a Rusia y permita a largo plazo sacar a este país de su creciente aislamiento y reincorporarlo algún día a la comunidad internacional.
En todo caso, en las circunstancias actuales el único camino seguro para alcanzar una paz justa es seguir armando a Ucrania e incluso aumentar la efectividad de ese apoyo ante la brutalidad demostrada por Rusia. Para ello resulta imprescindible incrementar la entrega de material militar, incluyendo un número significativo de carros de combate y acelerar el adiestramiento de los militares ucranianos. Pero esa opción no es incompatible con generar simultáneamente incentivos para que Rusia tenga interés en sentarse a negociar la paz. Es un error pensar que la diplomacia y la guerra son realidades incompatibles.
Una cosa es segura: mientras ambos contendientes consideren que una solución militar favorable es posible, la perspectiva de un cese de hostilidades parece lejana y un acuerdo de paz es por el momento ciencia ficción. La vía diplomática se halla en punto muerto y las posiciones se han endurecido. Nos tememos que el final de este conflicto va a ser lamentablemente más cuestión de meses que de semanas. No existe aún una visión clara de cómo se resolverá este conflicto, pero tras este duro invierno veremos si para la primavera de este 2023 ambas partes mantienen su entusiasmo por la opción militar o ya estarán buscando alternativas realistas. El problema entonces será que seguramente esa solución ya no dependerá exclusivamente de Kiev y Moscú. Continuará.
Ignacio Cosidó es director del Centro para el Bien Común Global de la Universidad Francisco de Vitoria y Andrew Smith es investigador principal del Centro de Seguridad Internacional de la UFV. El Centro para el Bien Común Global es un think-tank de investigación creado en la Facultad de Derecho, Empresa y Gobierno de la Universidad Francisco de Vitoria con el objetivo de contribuir a la seguridad internacional, el desarrollo económico y la libertad y la justicia en el mundo