Masturbación compulsiva: cuándo es un problema y se vuelve adicción
No importa cuánto, sino que importa el cuándo, el cómo y, sobre todo, el por qué
La masturbación, tanto masculina como femenina, es un placer sano, libre y gratuito que más allá de ciertos estigmas religiosos no supone una gran complicación para aquellas personas que se dedican a darse amor propio. Con independencia del género y de la edad, tanto hombres y mujeres se masturban, y tampoco tiene que ver que puedan tener pareja o no.
Tradicionalmente condenada por ese vestigio de religiosidad, la realidad también supone desmitificar algunos de esos mantras infantiles con los que muchos de nosotros crecimos en torno al tabú de la masturbación. Imposible no recordar aquella ingrata teoría que asociaba la masturbación a un exceso de acné o, la aún más divertida teoría, de que masturbarse provocaba ceguera.
Lo verdaderamente cierto es que la masturbación, no digamos como hobby —pues no entraría en esa categoría— sino como parte de nuestra vida sexual puede incluso tener una serie de beneficios que pueden repercutir positivamente en nuestra salud, existiendo estudios que avalan las ventajas que masturbarse —de una forma comedida— implican.
Habitual es citar la tarea hormonal de reducción del estrés y la ansiedad que supone, pues cuando alcanzamos el orgasmo a través del onanismo el organismo se convierte en un torrente de hormonas que nos tranquilizan y relajan. Sucede con las endorfinas, responsables de la reducción del dolor, o de la oxitocina, otra hormona que ejerce de reguladora del estrés y del dolor, algo que también sucede en cierto modo con la serotonina, que también disminuye esos niveles de estrés y actúa como equilibradora del estado de ánimo.
Ventajas que no vienen solas, aunque van asociadas al orgasmo más que a la propia masturbación, pues podría existir masturbación sin orgasmo. No es frecuente, pero puede haberla. En ese caso, citar la capacidad orgasmática del organismo también se vincula a una mejora en la calidad del sueño, fruto de ese torbellino hormonal que liberamos y que, entre otras cosas, está muy relacionado a por qué nos dormimos después de tener sexo.
Eso no exime a la masturbación de ciertos riesgos asociados cuando comienza a ser un hábito demasiado frecuente, lo que conoceríamos como masturbación compulsiva, pero sí es conveniente acabar con otros prejuicios que acusan a masturbarse de una práctica sexual insana entre los que citaríamos a la disfunción eréctil, a la impotencia, infertilidad o un bajo recuento de espermatozoides. Nada más lejos de la realidad, pues la masturbación podría mejorar la vida sexual de las personas que la realizan, aunque también implica complicaciones cuando pasa a ser una rutina, aunque también podría ser dinamita para nuestro semen.
Masturbación compulsiva: cuándo empieza a ser perjudicial
Primero hablemos de cantidades: ¿cuándo es demasiado? Pues dependerá de nuestra edad, de nuestro género y de nuestra propia vida sexual. Lógicamente, no es lo mismo el boom hormonal que puede suponer la adolescencia con el decaimiento generalizado que podría perseguirnos más allá de la cincuentena. Pretender que tengamos la misma actividad sexual o vigor en la veintena que en la madurez es una incongruencia que, en caso alguno, no significa que la masturbación esté presente.
Distintas encuestas sitúan en cualquier caso que los hombres son más propensos a masturbarse, haciéndolo unas cuatro veces a la semana, mientras que las mujeres se alivian en soledad un par de veces por semana. Sin embargo, la masturbación compulsiva o encontrar el momento en que lo placentero acaba convirtiéndose en adictivo no tiene que ver con la cantidad de ocasiones en las que nos entregamos al amor propio.
La realidad es que la masturbación compulsiva se identifica cuando lo que sucede es que se presente como un impulso recurrente que influye en nuestra vida cotidiana y que en ocasiones acaba con la propia barrera de la intimidad. De hecho, el término adicción a la masturbación existe y se considera una adicción de proceso, no por la respuesta de una sustancia externa, sino por las reacciones químicas que el propio cerebro provoca al alcanzar el orgasmo.
Adicción a la masturbación: trastorno y no vicio
Del mismo modo que una persona que es adicta a ciertos tóxicos como puede ser el alcohol y otras drogas, el adicto a la masturbación experimenta un síndrome de abstinencia al no poder completarla. Este ‘mono’ se caracteriza por irritabilidad, malestar, cambios de humor y también de ciertas alteraciones en el plano físico como el dolor de cabeza, el insomnio o variaciones en el apetito, pudiendo comer compulsivamente o lo contrario y dejar de tener apetito.
Lo que al principio acontece como una falta, con el tiempo puede además disociarse del mero disfrute. En ese caso vemos cómo la masturbación deja de ser una respuesta a un estímulo sexual puntual, sino a una práctica reiterativa que no obedece como búsqueda de un placer u orgasmo, sino como herramienta para disminuir esa ansiedad ante su falta de actividad.
Buena forma de comprobar que empezamos a hablar de masturbación compulsiva o de adicción es por ese aumento de la necesidad masturbatoria. Por así decirlo, nuestro cerebro se ‘engancha’ a la reacción que la liberación hormonal supone y pide más, por lo que no deja de pedir recursos para mantener la estimulación.
El riesgo, como es evidente, entra además en conflicto con el resto de nuestras actividades cotidianas. Dejar de hacer planes, postergar tareas en el trabajo, descuidar los horarios de comida y de otras obligaciones son signos que alerta de una adicción a la masturbación que trastoca nuestras rutinas habituales. Pueden ser laborales, sociales o incluso interferir en nuestra propia vida en pareja, pues el adicto a la masturbación puede preferir el placer propio a compartido.
La masturbación compulsiva como riesgo en pareja
Esto no significa que el simple hecho de masturbarse signifique preferir la autocomplacencia sexual frente al hecho de mantener relaciones sexuales con otra persona, matiz importante, pues masturbarse no tiene por qué estar reñido con una actividad sexual conyugal o en pareja saludable.
Entre las complicaciones está el hecho de considerar que, como en otras adicciones, dejamos la masturbación cuando queremos y en no considerarla como una adicción o trastorno, sino como un vicio. Algo que también puede sacudir la propia vida marital o en pareja, pues la reacción ante la respuesta sexual de la masturbación puede ser distinta de la respuesta ante el resto de los estímulos sexuales, reduciendo así las posibilidades de sentir placer en el sexo compartido.
Por todos estos motivos es recomendable que cuando notemos que esta adicción a la masturbación aparezca, seamos consecuentes y busquemos ayuda terapéutica en psicólogos y psiquiatras para comprobar el origen de la adicción y saber cómo afrontarla, bien sea con la propia terapia o poniendo metas y límites al vicio de Onán.