La ciencia de la felicidad: tres lecciones de un psicólogo experto para vivir bien (de verdad)
Aunque queremos alcanzar la felicidad, a menudo nuestro cerebro nos lo pone difícil. Por ello, conviene saber qué hacer
Sobre la felicidad se ha escrito mucho, pero parece que siempre disponemos de información nueva y relevante, la cual siempre viene bien, ya que aunque todos queremos ser más felices, a menudo nuestro cerebro nos lo pone difícil, especialmente cuando estamos demasiado enfrascados en nuestras cabezas, nos obsesionamos con nuestros defectos, nos comparamos con otros y no logramos ver todo lo bueno que hay en nuestras vidas.
En el libro La ciencia de la felicidad, el psicólogo y experto en la disciplina Bruce Hood demuestra que la clave para ser feliz no es el autocuidado, sino la conexión. Y para romper los patrones de pensamiento negativo y volver a conectar con las cosas que realmente importan, nos presenta una serie de lecciones sencillas pero realmente eficaces.
Basado en décadas de estudios de neurociencia y psicología del desarrollo, La ciencia de la felicidad repasa lo que sabíamos sobre las raíces del bienestar y los obstáculos que se interponen en nuestro camino hacia él. Con lecciones prácticas y claras, el profesor Hood demuestra cómo podemos aprovechar los hallazgos de esta ciencia para reprogramar nuestro pensamiento.
¿Por qué nos cuesta tanto ser felices? La respuesta está en la infancia
Antes de entrar en materia y detallarte tres de las lecciones que Bruce Hood comparte en su libro, es interesante que leamos qué opina él de la infelicidad de nuestros tiempos.
«Como científico, siempre quiero saber los porqués. ¿Por qué algunos nos sentimos infelices? ¿Por qué la felicidad es tan frágil? ¿Y por qué funcionan las intervenciones de la psicología positiva? Creo que las respuestas se hallan en la infancia. En la mayoría de las familias, los niños son el centro de atención. Aún no se han enfrentado al competitivo mundo de las relaciones sociales ni a la aguda sensación de ser evaluados o juzgados por los demás, que es en lo que básicamente consiste la vida cuando llegamos a la adolescencia», detalla el doctor Hood —galardonado catedrático de Psicología del Desarrollo de la Universidad de Bristol y autor de libros como SuperSense, The Self Illusion o The Domesticated Brain— en la introducción del libro.
«La mayoría de los niños son felizmente egocéntricos: viven el momento presente, con poco margen para lamentarse por el pasado o preocuparse por el futuro. Sin embargo, a medida que los niños crecen y se adentran en el mundo de los exámenes, las relaciones, las redes sociales y el trabajo, se dan cuenta de que ya no son el centro de atención. Deben aprender a llevarse bien con otras personas que también compiten por ser reconocidos y alcanzar una buena posición. A menudo estallan conflictos cuando los unos no aprecian el punto de vista de los otros. Queremos poseer un buen estatus y despertar la admiración de los demás, pero esto también causa conflictos. Es difícil ser un as y, al mismo tiempo, saber jugar en equipo».
«(…) Al llegar a la edad adulta, hemos acumulado más preocupaciones de las que teníamos cuando éramos más jóvenes. De modo que, una vez que nos vemos atrapados en nuestro universo egocentrado —lo cual ocurre a menudo—, es fácil que dejemos de poner el foco en nosotros mismos y lo dirijamos hacia nuestros problemas, y que entonces lo saquemos todo de quicio. Cuando somos egocéntricos, dominamos el centro de nuestro universo y percibimos una tendencia unidireccional en las relaciones. Causamos un efecto en los demás, pero cuando los demás lo causan en nosotros, no hay demasiado intercambio porque tendemos a desestimar la perspectiva de la otra persona».
Es posible ver el mundo desde un punto de vista centrado en el otro, o alocéntrico, que toma en consideración la perspectiva de los demás y el carácter interconectado del mundo social
«A diferencia de los niños, los adultos egocéntricos son muy conscientes de los problemas presentes y de los que puedan surgir en el futuro. Nuestros problemas nos parecen mayores de lo que en realidad son. (…) Sin embargo, es posible ver el mundo de otra forma: desde un punto de vista centrado en el otro, o alocéntrico, lo cual puede conducirnos a una mayor felicidad. Un punto de vista alocéntrico toma en consideración la perspectiva de los demás y el carácter interconectado del mundo social».
«Nuestro yo mengua, y entonces ya se puede comparar con el de los demás. Nuestras relaciones son más recíprocas y somos conscientes de que hay cuestiones que afectan a otras personas que son más importantes para ellas que nuestros problemas para nosotros. Desde este punto de vista, relativizamos nuestras preocupaciones, lo que hace que a menudo se vuelvan más livianas. (…) Cuando pensamos y actuamos de modo más alocéntrico, nos beneficiamos del apoyo social que recibimos y de la inesperada felicidad que podemos hallar al tender la mano a los demás. La mayoría de los adultos pueden salir de su ego y adoptar una perspectiva alocéntrica cuando lo necesitan».
¿La felicidad y la infelicidad son hereditarias?
«Lo que hace que un niño sea feliz se debe en parte a los genes que heredamos de nuestros padres. Al medir la felicidad tanto de gemelos univitelinos —que comparten los mismos genes— como de gemelos bivitelinos —que comparten la mitad de los genes—, los científicos pueden averiguar qué porcentaje de la variación en las puntuaciones se debe a la biología y cuál al entorno. Esto se denomina heredabilidad, y cuando se comparan los indicadores de bienestar, las diferencias y semejanzas debidas a los genes no superan, por término medio, el 40-50 por ciento, una estimación que no difiere demasiado de la correspondiente a la inteligencia. Cada cual hereda de sus padres una parte de sus propensiones, tanto buenas como malas, pero no todas. La felicidad, al igual que otros aspectos de la personalidad, no puede explicarse exclusivamente en términos biológicos», apunta Hood.
Cada cual hereda de sus padres una parte de sus propensiones, tanto buenas como malas, pero no todas. La felicidad, al igual que otros aspectos de la personalidad, no puede explicarse exclusivamente en términos biológicos
«(…) ¿Significa esto que si hemos tenido una infancia infeliz no podemos ser felices de adultos? (…) Ignoro a qué se puede deber, pero sí sé que es posible hacer que las personas sean más felices mediante la educación, y dispongo de pruebas que lo respaldan. (…) Existe un mecanismo común en la infancia que podría dar respuesta a algunas preguntas sobre la felicidad. Puede que nuestro sesgo egocéntrico nos acompañe siempre, pero podemos aprender a pensar de un modo más alocéntrico. Alcanzar un equilibrio entre el egocentrismo y el alocentrismo es fundamental para este proceso y constituye el núcleo de todos los consejos prácticos de este libro. (…) Hemos de ejercitarnos y practicar la felicidad para conseguir beneficios duraderos».
Tres lecciones de Bruce Hood para alcanzar la felicidad
Aunque en su libro, el doctor Hood comparte siete lecciones para alcanzar la felicidad, hoy en THE OBJECTIVE nos vamos a centrar en tres de ellas:
1) Cambia tu ego
Relacionado con lo expuesto anteriormente, Hodd hace hincapié en que debemos ampliar nuestro punto de vista alocéntrico, para así «hacer que los problemas y preocupaciones que nos echamos a la espalda sean más livianos, y beneficiarnos del apoyo y la objetividad que proporcionan las interacciones sociales. (…) Si queremos mejorar, necesitamos conocer la verdadera naturaleza del yo, cómo se construye y cómo puede cambiar, porque no podemos ser más felices sin saber más sobre nosotros mismos. Nos aferramos tanto a la experiencia del yo que creemos que está disociado de la experiencia y alejado de los demás».
«Como un observador del mundo, en vez de como algo construido a partir del mundo, vemos nuestro yo como algo aparte. Ni siquiera creemos que vaya a cambiar con la edad, a pesar de que la mayoría reconocemos que hemos cambiado desde la infancia. El supuesto de que hemos alcanzado el punto final de nuestro desarrollo se conoce como la ‘ilusión del fin de la historia’. Lo cierto es que podemos cambiar —y probablemente lo haremos— a medida que nuestro yo se reescribe a través de las experiencias. Si queremos ser más felices, tenemos que aprovechar esta oportunidad para vernos como el producto de nuestra interconexión con los demás, y no como una isla», añade Hood, quien es miembro de la American Psychological Society, la Royal
Institution of Great Britain y la British Psychological Society.
2) Rechaza las comparaciones negativas
«Como estado mental, la felicidad es totalmente subjetiva y se presta a interpretaciones. La forma en que juzgamos nuestra felicidad suele depender de aquello con lo que comparamos nuestro estado mental. (…) Este juicio puede depender incluso de las versiones de nosotros que estemos comparando. ¿Soy más feliz ahora que cuando era adolescente? ¿Soy más feliz que ayer?».
Hood asegura que es importante recordar que, cuando emitimos un juicio, lo hacemos por comparación, y que las comparaciones que hacemos determinan el juicio: «Eso no quiere decir que todas las comparaciones sean una pérdida de tiempo. Hay verdades objetivas en el mundo que repercuten en lo felices que nos sentimos —nuestro estatus, nuestro salario, nuestras deudas—, pero a la hora de evaluarlas somos subjetivos, sobre todo respecto a su influencia en nuestra vida emocional».
Muchos de los objetivos que perseguimos, como la riqueza material y la fama, no garantizan la felicidad
«Si preguntamos a la gente qué les haría felices, entre los primeros puestos de la lista suelen figurar la riqueza, un buen trabajo, la fama, el sexo, las relaciones amorosas, los lujos y un cuerpo perfecto. Son cosas que las personas anhelan. Algunas de ellas satisfacen antiguas necesidades para la supervivencia; la mayoría son placenteras, mientras que otras establecen un estatus. Se da prioridad a algunos deseos frente a otros, pero todos tienen un defecto fundamental: no nos hacen tan felices como suponíamos. Esta es una de las principales afirmaciones del movimiento de la psicología positiva, a saber, que muchos de los objetivos que perseguimos, como la riqueza material y la fama, no garantizan la felicidad».
3) Sal de tu cabeza
«Empezamos siendo unos bebés indefensos, necesitados de unos padres con los que, por nuestra predisposición biológica, formamos vínculos emocionales. Al principio, estos vínculos abarcan a nuestra familia inmediata, pero después se extienden a los amigos y a otras personas conforme forjamos una identidad social estable y formamos grupos durante la infancia. Como individuos, empezamos teniendo un sentido del yo que en primera instancia es egocéntrico, pero que se integra cada vez más con los demás, aunque el sesgo egocentrado nunca desaparece del todo».
«Cuando nos vemos amenazados o estamos estresados o bajo presión, volvemos a nuestro yo egocéntrico y nos centramos en nosotros mismos. Esto tiene sus inconvenientes, porque siempre que ponemos el foco en nuestros problemas desde el punto de vista egocéntrico nos preocupamos en exceso y rumiamos pensamientos negativos. Tratamos de ser felices, pero nos lo impide un cerebro que emite juicios poco ajustados a la realidad y presta demasiada atención a la información negativa, sobre todo a cualquier cosa que pueda amenazar nuestra posición social o conducir a la exclusión o al aislamiento», afirma.