Así es como afecta una catástrofe como la DANA a la salud mental, según una psicóloga
Estas son las secuelas psicológicas que pueden dejar vivir una catástrofe de estas dimensiones en primera persona
En situaciones como las que estamos viviendo ahora de catástrofe natural, solemos centrar nuestra atención en los daños físicos y materiales, pero existe otro tipo de impacto, menos visible, pero igual de devastador, que afecta a quienes viven esta experiencia de cerca.
Estas son las secuelas psicológicas que pueden dejar vivir una catástrofe de estas dimensiones en primera persona. Y es que pueden ser duraderas y difíciles de superar
Desde la perspectiva de la psicóloga Blanca Alcanda, exploramos cómo la salud mental se ve comprometida y qué aspectos del bienestar emocional son más vulnerables en estas situaciones de crisis.
¿Qué secuelas son las más frecuentas en catástrofes naturales?
La psicóloga Blanca Alcanda explica que, aunque cada individuo reacciona de manera única ante desastres naturales como la erupción de un volcán, un terremoto, una inundación o un tornado, existen patrones comunes de respuesta emocional y mental que tienden a surgir en estas circunstancias extremas.
Estas situaciones suelen confrontar a las personas con experiencias que desafían sus límites emocionales: la exposición a lesiones graves, el riesgo de muerte propia o ajena, el dolor de ver a familiares y vecinos afectados, y la pérdida irreparable de hogares y posesiones construidas a lo largo de años.
Alcanda señala que este tipo de trauma deja una huella duradera en la mente y el cuerpo, manifestándose en una serie de patologías psicológicas que pueden persistir en el tiempo.
Trastornos frecuentes y síntomas psicológicos
Blanca Alcanda comenta que algunas de las secuelas más comunes tras una catástrofe natural incluyen trastornos de ansiedad, estrés postraumático, depresión y alteraciones del sueño.
El impacto inmediato de una situación catastrófica puede crear una sensación de hiperalerta, en la que la persona se siente constantemente en peligro, un estado que, según Alcanda, es común en el trastorno de estrés postraumático (TEPT).
En este estado, cualquier sonido, imagen o incluso pensamiento relacionado con el desastre puede desencadenar una reviviscencia del evento traumático, causando episodios de pánico, recuerdos intrusivos y evasión de actividades cotidianas.
La psicóloga resalta que también es frecuente la aparición de depresión en estos contextos. Y es que las personas que han experimentado la pérdida de sus hogares o han sido testigos de la devastación de sus entornos suelen sentir una profunda tristeza y desesperanza.
Estos sentimientos pueden ir acompañados de un bajo estado de ánimo, pérdida de interés en actividades, baja autoestima y, en algunos casos, un sentimiento de impotencia al enfrentar una realidad que no pueden controlar.
Otra secuela común, según Alcanda, es la alteración del sueño. Las personas afectadas por el trauma de una catástrofe natural suelen experimentar insomnio, pesadillas recurrentes o despertares frecuentes.
Estas interrupciones en el descanso son producto de la ansiedad y el miedo persistente, que mantienen a la persona en un estado de alerta constante, incluso cuando el peligro ha pasado.
El papel de la comunidad y la salud mental colectiva
Además, Alcanda destaca que el apoyo emocional y la reconstrucción de una comunidad de apoyo son fundamentales para el proceso de recuperación.
Al compartir experiencias con otros que también han vivido el desastre, los afectados encuentran comprensión y un sentido de pertenencia que contribuye a mitigar la sensación de aislamiento.
Este enfoque colectivo ayuda a aliviar el peso emocional, promoviendo un sentido de seguridad y recuperación psicológica a través de la empatía y la solidaridad.
Un proceso de sanación a largo plazo
Blanca Alcanda enfatiza que la recuperación emocional tras una catástrofe es un proceso largo y complejo, que requiere tanto apoyo profesional como una red social sólida.
Los efectos del trauma pueden aparecer incluso meses después del percance, cuando la vida comienza a regresar a la normalidad y las personas enfrentan las secuelas reales de sus pérdidas.
Para Alcanda, es crucial integrar el bienestar psicológico en la respuesta a emergencias, ya que la atención a la salud mental juega un papel fundamental en la resiliencia y la capacidad de superación de las personas afectadas.