Vinícius y la verbena de los palomos
«En el deporte no es conveniente celebrar la victoria final antes de consumarla»
Se dice que la erótica del poder es la atracción y excitación que sienten los poderosos al ejercer esa función; en román paladino, lo que viene a ser disfrutar de la Moncloa como si fuera el tálamo de las walkirias mientras no se transformen en walpurgis. El político se siente poderoso en la cima; el deportista es feliz cuando la alcanza. En una cena privada, con amigos y familiares, posterior a la entrega del Balón de Oro, el licenciado Rodri –lo es en Administración y Dirección de Empresas– cantaba a coro «Ciao Vinícius», entre sorbito y sorbito de champán, brindando por ese trofeo que sólo ningunean los perdedores. También Rodri, junto a Morata, entonó aquello de «Gibraltar español» después de ganar la Eurocopa, y Ceferin, como si su misión en los ratos libres fuera joder la marrana, les sancionó con un par de partidos. En ocasiones, la UEFA y la FIFA son como una gota fría que te arrastra cuando menos te lo esperas. Afortunadamente, lo que prevaleció de la entrada de Rodrigo Hernández en el Olimpo fue su conquista y fueron sus emotivas palabras las que trascendieron al recoger el premio. Reivindicó el fútbol español, protagonista casi exclusivo en la noche parisina; se acordó de Iniesta, de Xavi, de sus entrenadores y de Carvajal, que bien merecía estar en su lugar, reconoció.
Entre 24 y 48 horas después, la polémica suscitada por los partidarios de Vinícius, y la incomparecencia del Real Madrid en la ceremonia, fue sepultada por una DANA que sembró de destrucción y cadáveres las tierras de Valencia, sobre todo. La frustración balompédica del momento, que también englobaba el 0-4 del Clásico y en otro apartado el 1-0 del Betis al Atlético, tendió a evaporarse en medio del drama y sus terribles y sobrecogedores efectos multiplicadores. Empero, no tardó en salir a la superficie la imagen de Vini y todo lo que representa. Tampoco desapareció la vergonzosa estampa del Atleti en el Benito Villamarín, antesala de otra jornada rocambolesca.
Antes de conocerse el resultado de las votaciones del Balón de Oro, Vinícius y su peligroso entorno se frotaban las manos con la cantidad de dinero que el evento les iba a proporcionar. Volvía a aparecerse el fantasma del fútbol saudí y su pila de millones como amenaza de futuro para el Real Madrid. El contrato expira en junio de 2027 y los agentes del figura, convencidos de la victoria, preparaban un nuevo frente de batalla, una vez asimilado por el club el millón de euros tras la conquista del más preciado título individual y el correspondiente ascenso en el escalafón salarial, con un incremento anual de cinco millones para situarse en los 15 netos. Preludio de lo que tenían preparado fue la celebración del segundo tanto de Vinícius al Borussia Dortmund, cuando se despojó de la camiseta y bajó el calzón lo justo para mostrar descaradamente la marca de los gayumbos, que es la de su patrocinador, el que pensaba convertirle en becerro de oro. El chasco fue de tal magnitud que el futbolista se apeó en marcha y logró que el Madrid le secundara. El triunfo de Rodri estropeó la fiesta y el cuento de la lechera volvió a repetirse.
En fútbol no es pertinente tocar la copa antes de ganarla, da mala suerte, dicen, y en el deporte no es conveniente celebrar la victoria final antes de consumarla. En el Tour de 1989, aquel que partió de Luxemburgo con Perico en Babia, a falta de la última etapa, una contrarreloj de 24,5 kilómetros entre Versalles y París, Laurent Fignon aventajaba en 50 segundos a su inmediato perseguidor, Greg LeMond. El 22 de julio, víspera de la traca final, Guimard brindaba desde el coche del director con su pupilo y el Super U celebraba la apoteosis del maillot amarillo, protegido por un muro de casi un minuto, en las inmediaciones de la meta situada en L’Isle D’Abeu. Pan comido… Al día siguiente, LeMond compareció en la salida de Versalles montado en una bicicleta provista de un extraño artilugio, el manillar de triatleta. Pulverizó la ventaja de Fignon y ganó el Tour por 8 segundos. Moraleja universal: no vendas la piel del oso antes de cazarlo. Es lo que hicieron Vinícius, Nike y el Real Madrid, quien, por cierto, incluso premiado como mejor equipo, con el mejor entrenador y con varios jugadores destacados, entre ellos Mbappé, renunció a las pompas y cedió todo el protagonismo del fútbol español al Barcelona.
Hace ya muchos años, Florentino Pérez siguió a Ronaldo (Nazario) en la estrambótica ‘no-boda’ que el as brasileño organizó en París, cómo no. Bueno, aquello podía entenderse; pero dejar el camino expedito al Barça para que Vinícius volviera a respirar no tiene sentido. Mientras el jugador alisaba el esmoquin, maduraba un plan preconcebido con ojos de Tío Gilito. El caso es que en el Bernabéu hay un cierto hartazgo, y si llegara esa cacareada oferta árabe de 400 millones por esta estrella emergente no iban a demorarse en ponerle un lacito. Todo tiene un límite, también la paciencia del seguidor rojiblanco en la acera de enfrente.
Mientras Vini vuela cual pichón desbocado, cada partido del Atleti es una bufonada, una parodia, una risión, la verbena de los palomos. Y lo malo es que siempre puede hacerlo peor. El primer tiempo contra el Betis fue de suspensión de empleo y sueldo, con la recurrente imagen del entrenador pidiendo el finiquito. No hubo dimisión ni despido tras el bochorno sevillano y lo siguiente fue el infame partido de Copa en Vic. Un “quinta división” tuvo al borde de la bancarrota al tercer presupuesto de la Liga. Cuando los jugadores parecen peores de lo que son la culpa es del entrenador, Simeone en este caso. El equipo, sumido en el caos habitual, tardó 81 minutos en marcar y de penalti. Contra diez, el 2-0 llegó en el 89, también de Julián Álvarez, 90 millones de inversión. Se agotan las excusas para mantener al «Cholo». Se le reconocen los servicios prestados y puerta, camino y El Viti. Con esta, tres temporadas en el alambre, partidos tan apestosos que no se los comería una cabra y el riesgo de llegar al segundo tercio de la competición con todo perdido.
Pero hay pérdidas y derrotas. Pérdidas irreparables cuando el terror se impone. Saqueos, robos, pillaje, desesperación, hambre, sed, indefensión, abandono, horror, catástrofe, muertos, centenares de muertos y de desaparecidos; destrucción, impotencia, soledad, una tragedia torrencial; desorganización por falta de aptitud, de unos y otros, de quienes practican la erótica del poder. Lodo terrenal y fango político. Disponen los poderosos de suficientes recursos para aliviar las pérdidas y mejorar la vida de los afligidos, pero son incapaces de distribuirlos. Se pelean entre ellos a golpe de eslogan. Carentes de sentimientos y de iniciativa, se atollan en el barrizal y oscilan entre desalmados o incompetentes. Un drama descomunal que empequeñece el pataleo de Vinícius y del Madrid, que difumina el paupérrimo fútbol del Atlético, que termina por confundir al Cholo con quienes miran embobados el espanto en derredor con las manos en los bolsillos. Palomos verbeneros disfrazados de halcones, pájaros de mal agüero que no dan la talla en situaciones críticas. Por mucho que repitiera Bill Shankly que el fútbol es una cuestión de vida o muerte, lo realmente trágico es imitar a Nerón mientras arde Roma, cuando Valencia desaparece bajo las aguas.