Amenazas híbridas: la omnipresente lucha por el poder
La globalización, las nuevas tecnologías y la posmodernidad han cambiado radicalmente el tablero de juego del poder
Lejos del pensamiento racional quedan los agoreros acólitos de las profecías apocalípticas. El mundo, por más que esté condenado a la extinción, no arderá en las llamas sagradas de Dios como en el Apocalipsis y vida de san Juan. No se puede decir así de los imperios, que, como bien advirtió Jean Baptiste Duroselle, ante o después, todos perecerán.
Occidente ha orquestado las armonías del mundo durante siglos. Su batuta, armada con las más férreas y actualizadas herramientas de control, ha marcado los compases de los pueblos hasta hacer de su superestructura un tótem de obligada pleitesía. Hoy, y tras bailar sobre el filo de una navaja gran parte del siglo XX, Occidente parece condenado a abandonar el trono. No porque haya otro rey que se lo dispute, sino porque el reino, antes amplio e incierto, pero uno, se ha vuelto accesible y conocido, pero múltiple. Donde un único solio se disputaba resplandecer, ahora muchos han logrado encontrar su zona de influencia. Si antes Goliat batallaba con sus semejantes, desde los inicios de la globalización son diversos David los que se disputan el poder unos a otros en la sala de profesores del escenario internacional. Eso ha hecho que Occidente, como núcleo, como conjunto cultural y promotor de una forma de vida basada en su determinante industria cultural, su dominio económico y su potencia militar sea, hoy, antes un recuerdo que un hecho. Y si esa desarticulación ha tenido lugar es porque, siendo legión quienes se disputan el poder, legión son también las amenazas que lo provocan. Amenazas que ahora llamamos híbridas.
La guerra no se invoca solo en el cuerpo a cuerpo, sino en la domesticación de la mente de los ciudadanos, en la manipulación de la diplomacia, en la inversión de capitales extranjeros, el control empresarial, la intervención de agentes no gubernamentales y hasta la cooperación al desarrollo.
Lejos quedan las batallas, románticas contiendas bélicas donde los corazones de los hombres se exponían a la tortura del barro mezclado con sangre, a la insobornable muerte enamorada y la pastosa, e invasiva, ceniza de los cadáveres desnudos. Frentes en todas direcciones a los que las tropas acudían por miles para medirse en valentía, preparación y estrategia, contra los enemigos de su país, por más que, y eso no ha cambiado realmente, aquellos que alumbrasen la leyenda de esos peligros para la patria quedasen siempre a buen recaudo de sentir en las entrañas los ahogados gritos de las tropas. Con el nacimiento de la globalización, de la interconectividad mundial, la guerra no se invoca solo en el cuerpo a cuerpo, sino en la domesticación de la mente de los ciudadanos, en la manipulación de la diplomacia, en la inversión de capitales extranjeros, el control empresarial, la intervención de agentes no gubernamentales y hasta la cooperación al desarrollo. Parece que la arena de combate es en las amenazas del presente un terreno menos provechoso que domar los impulsos de consumo, y los razonamientos en la opinión, de los sujetos y estructuras que dan cuerpo a los Estados.
Así lo ve claramente el diplomático lituano Eitvydas Bajarūnas, quien opina que Occidente no abrió los ojos realmente a esta nueva realidad hasta el conflicto de Crimea en 2014 cuando Rusia —según Eitvydas el actor estatal que mejor ha entendido los beneficios de estas amenazas híbridas— se anexionó el territorio en detrimento de su Estado original, Ucrania: «Los ‘hombrecitos verdes’ sin insignia», dice Eitvydas refiriéndose a grupos paramilitares supuestamente financiados por el gobierno de Putin, «no sólo se convirtieron en un símbolo de este manipulador acercamiento, sino que su presencia también indicó a Occidente que Ucrania estaba sufriendo una presión política, diplomática, energética y económica agresiva, así como un engaño masificado, fundamentado en una guerra de información sin precedentes con ataques cibernéticos y acciones de las fuerzas especiales rusas (los Spetsnaz), que finalmente se convirtieron en una acción militar convencional».
Las amenazas actuales se cimientan en la ambigüedad del conflicto y desdibujan intencionalmente los términos guerra y paz, antes claramente delimitados
Tejidas bajo un vasto crisol de intereses y actores, las amenazas actuales se cimientan en la ambigüedad del conflicto y desdibujan intencionalmente los términos guerra y paz, antes claramente delimitados. Esta ambigüedad en la naturaleza de las interacciones se ha visto tan catapultada a la cotidianidad de los conflictos internacionales que ha recibido el término «zona gris». Abrigados por la esquizofrénica personalidad indefinida de los escenarios en «guerra», tanto Estados, como actores no gubernamentales, aprovechan esa opacidad para generar acciones en pro de sus intereses con consecuencias mínimas. Acciones tan dispares como ciberespionaje, violación de espacios aéreos, descrédito de líderes políticos, campañas de desinformación y propaganda, operaciones clandestinas, boicots, explotación de vulnerabilidades en las administraciones públicas, espionaje industrial.
La cosa «híbrida» es tan gaseosa que hasta su conceptualización se pone en duda. Como bien señala Guillem Colom Piella, colaborador del Instituto de Estudios Estratégicos Español: «Esta idea, que siempre ha mantenido una calculada ambigüedad por sus limitaciones inherentes, se ha estirado tanto que cualquier actividad extraña —desde un tweet a la suplantación o spoofing de la señal del GPS de un avión— puede ser considerada como algo constitutivo de lo híbrido». En otras palabras, la posmodernidad ha traído consigo un escenario de una paranoia tan absoluta que hasta el más ínfimo detalle puede llegar a ser denominado amenaza.
«Esta idea se ha estirado tanto que cualquier actividad extraña —desde un tweet a la suplantación o spoofing de la señal del GPS de un avión— puede ser considerada como algo constitutivo de lo híbrido».
Guillem Colom Piella, colaborador del Instituto de Estudios Estratégicos Español
Pero si todavía no nos convence su ambigüedad, no hay más que leer la definición aportada por la Comisión Europea en su documento A Europe That Protects: Countering Hybrid Threats, donde se especifica que: «Las amenazas híbridas combinan actividades militares y no-militares convencionales y no-convencionales que pueden ser utilizadas de manera coordinada por actores estatales y no-estatales para lograr sus objetivos políticos. Las campañas híbridas son multidimensionales, combinando medidas coercitivas y subversivas, utilizando herramientas y tácticas tanto convencionales como no convencionales. Han sido diseñadas para ser difíciles de detectar y atribuir. Estas amenazas apuntan a vulnerabilidades críticas y pretenden generar confusión para dificultar la toma de decisiones rápida y efectiva».
¿Queda claro? No. Lancémonos a una personificación del concepto. Si las amenazas híbridas fuesen un sujeto de carne y hueso; hablaríamos de un ser hermafrodita de género fluido con tendencia hacia lo cis-trans, vegetariano apasionado de la carne roja, católico practicante del ateísmo y hasta gótico satanista adorador de Mr. Wonderful. La amenaza híbrida es un elemento tan fluido que incluso aquellos que la practican podrían vacilar a la hora de reconocerse ejerciéndola. Y no por ello debemos, no obstante, apartar la vista del ejercicio militar clásico, armado y marcial, el cual, sea como fuere, es uno de los pilares principales, no ya para hablar únicamente de «amenazas híbridas», sino de «guerras híbridas». Tal vez la corporalidad de esta forma de lucha por el poder sea dismórfica, mimética, como el villano de Terminator 2, pero al igual que el obcecado androide del futuro, todo termina en el ejercicio de la dominación y el terror armados.
Se suele destacar en este escurridizo término de lo «híbrido» el concepto «desinformación», ya mencionado antes, en ocasiones casi hasta favorecer una monopolización. Como si estas amenazas pudiesen verse únicamente orquestadas desde la manipulación, la restricción o la promoción de informaciones en beneficio de un ejecutor activo. Nada más lejos de la realidad, la desinformación es sólo una parte del conglomerado de tretas disponibles en el mapa de las amenazas híbridas. Pero, no siendo la única, sí es aquella que más interfiere directamente en la ciudadanía. Nuria Portero, analista de amenazas híbridas y desinformación actualmente en el Instituto Europeo de Estudios de Seguridad, afirma para THE OBJECTIVE que: «La desinformación y la propaganda son herramientas de amenaza clásicas. Sin embargo, la metodología es diferente. La metodología se ha adaptado igual que lo han hecho las mentes de los gobernantes y los instigadores. Tendemos a pensar que la posmodernidad es una cualidad estrictamente occidental, cuando la inmediatez de las interacciones o la fluidez multidisciplinaria de las acciones cometidas con el objetivo de obtener beneficios son ejercicios que países, o no sólo países, sino también actores no estatales, chinos, rusos o de oriente medio, desarrollan constantemente».
«Tendemos a pensar que la posmodernidad es una cualidad estrictamente occidental, cuando la inmediatez de las interacciones o la fluidez multidisciplinaria de las acciones cometidas con el objetivo de obtener beneficios son ejercicios que países y actores no estatales, chinos, rusos o de oriente medio, desarrollan constantemente».
Nuria Portero, analista en el Instituto Europeo de Estudios de Seguridad
Esto puede conducirnos a pesados interrogantes acerca del papel de la población en estas batallas. Cabría decir que, en lo que a amenazas híbridas se refiere, los ciudadanos de a pie seriamos como peones destinados a ser manipulados para convertirnos en agentes del interés ajeno. Y no sólo del de actores acampados en un anónimo territorio sin extradición del extranjero, sino de nuestros propios gobiernos y camaradas patrios.
Como Portero destaca: «Existe una fuerte desinformación externa promovida desde difusores locales. Los Estados, además de una importantísima cantidad de otros sujetos, manipulan activamente a la población. Y eso se suma a que no podemos olvidar como, si ya de por sí tenemos sesgos, las circunstancias actuales construyen nuestros imaginarios de una forma tremendamente agresiva. Actualmente, y a diferencia de contextos previos, aducimos de la presuntuosidad de creernos libres en cuanto a las informaciones de que disponemos, no obstante, estamos lejos de esa autonomía. La amenaza híbrida es un proceso a largo plazo que se diferencia mucho del lavado de cerebro que puede encontrarse, por ejemplo, en las captaciones del Estado Islámico. Su objetivo no es inminente, pero sus acciones son constantes».
Como si hubiésemos asomado la cabeza a una película de espionaje, las amenazas híbridas parecen condicionar la cotidianidad de nuestras acciones hasta el punto de la paranoia más absoluta. Detrás de muchas de nuestras decisiones podría esconderse, sin siquiera darnos verdadera cuenta, toda una red de intereses comprometidos en hacer de nuestra individualidad una bisagra en favor del movimiento de la maquinaria destinada a coronar sus objetivos. Porque, aunque cueste creerlo, no son pocos los acontecimientos recientes que se han confirmado tocados por este viejo, pero reformulado, sistema de dominación.
«Desde el Brexit, las elecciones presidenciales francesas o estadounidenses, pasando por las campañas de desinformación en los Balcanes, hasta llegar a los ciberataques rusos destinados al robo de información sobre la vacuna de la Covid-19 en Reino Unido, o al parlamento alemán en 2021, e incluso interferencias en universidades, una herramienta muy usada por China… Todos han sido objeto de procesos híbridos destinados a desequilibrar el statu quo económico-político internacional en favor de sus instigadores», afirma Portero.
Si en los siglos pasados los grandes marcadores de certeza de la sociedad hacían de la ignorancia declarada la mayor fuente de ceguera para el pueblo, el actual milenio ubica a las personas en la misma situación de discapacidad, sólo que esta vez es la inmensa luz, el inabarcable foco de intérpretes de esta gran tragicomedia por el orden mundial, la que invalida su mirada.
«La importancia de esta mecánica híbrida puede observarse en el esfuerzo que algunos actores, principalmente occidentales, y de entre los que cabe destacar la Unión Europea, están haciendo por combatir, no sólo ciberataques y acciones concretas, sino toda la telaraña de desinformación que caza a los ciudadanos»
Nuria Portero, analista en el Instituto Europeo de Estudios de Seguridad
¿Se salva alguien? ¿Existe alguna fuerza por encima de la atrofia visual de los individuos que combata su condición de títere? Según Nuria Portero, «la importancia de esta mecánica híbrida puede observarse en el esfuerzo que algunos actores, principalmente occidentales, y de entre los que cabe destacar la Unión Europea, están haciendo por combatir, no sólo ciberataques y acciones concretas, sino toda la telaraña de desinformación que caza a los ciudadanos. Por ejemplo, se están promoviendo activas campañas para la alfabetización digital, grandes difusiones mediáticas tratando la desinformación, grupos de análisis e investigación e incluso un videojuego con el que aprender a distinguir la desinformación respecto a la pandemia llamado: Go viral game. Nadie dice que esto sea algo maniqueo, aquí no hay buenos ni malos, pero lo que está claro es que, si nos ponemos a comparar a potencias como Rusia, China, o incluso Estados Unidos, lo que sí podemos asegurar es que la Unión Europea es el actor que está siendo más transparente en su batalla contra el ejercicio de las amenazas híbridas».
Europa, una vez más, objeto y testigo como ha sido de las mayores atrocidades de los últimos siglos, ansia colgarse el manto público de la honradez. Esto no quiere decir que sus manos estén cicatrizadas, como bañadas en teflón antiadherente, frente a las amenazas híbridas. Pero sí nos indica, habrá quien diga que a costa de perder poder y persuasión, y otros que no es más que un espejismo propagandístico, que la Unión Europea es algo más transparente en su orgánica lucha por la influencia y la conservación de su autonomía como potencia mundial.
Sea como fuere, lo que los ciudadanos de a pie hemos de comprender es cómo, a nuestro alrededor, en este preciso instante, hay una guerra. Una guerra agazapada en la información que recibimos, en los políticos que votamos, las monedas que compramos, los trabajos que elegimos, los estudios que realizamos e incluso las ideas a las que nos encomendamos como si fueran nuestras. Una contienda abstracta, arenosa y vírica que se ha ganado una condición que a Dios se le arrebató con su muerte; la omnipresencia.