Valentí Puig y su taquigrafía de la vida
THE OBJECTIVE entrevista al escritor y periodista catalán con motivo de la publicación de su libro ‘Casa dividida’, su dietario correspondiente al año 2022
Valentí Puig (Palma de Mallorca, 1949) debutó en la literatura en 1982 con un dietario escrito en catalán –Bosc endins– y ha seguido cultivando el género -en castellano y en catalán- con asiduidad. Ahora llega a las librerías Casa dividida (Destino), que reúne las notas de 2022. El lector encontrará en sus páginas desde apuntes íntimos hasta reflexiones sobre política y actualidad; retratos contundentes y sutiles esbozos paisajísticos; apuntes sobre literatura y arte; evocaciones del pasado… Todo ello escrito con una de las prosas más elegantes y afiladas de nuestro entorno, capaz de asestar un letal zarpazo en una frase telegráfica y de capturar la volatilidad de un instante con una diestra pincelada. El autor aplica también su contrastada perspicacia al análisis del agitado panorama político, ofreciendo un despliegue de inteligencia y sensatez.
Puig ha ejercido el periodismo en las más importantes cabeceras de la prensa española y ha cultivado también la novela, el relato, la poesía y el ensayo. Pero es quizá en sus dietarios donde se concentra la esencia más destilada de su mirada y su prosa. Hemos conversado con él a propósito de la aparición de Casa dividida.
PREGUNTA.- ¿Qué pautas debe cumplir un buen dietario?
RESPUESTA.- Tener algo de taquigrafía de la vida y que, con la pretensión de que consiga ser literatura, se convierta en jardinería. Hay dietarios chismosos, otros pecan de abstracción, los hay que te cambian algunos muebles de lugar. Es lo memorable de los buenos dietarios, la partitura y la cacofonía, describir algo de extrema fugacidad. Hay dietarios sin voluntad expresa de ser literatura y lo son; otros van tan sobrecargados de bisutería que se mustian al momento.
P.- ¿Qué le ofrece el dietario que no le ofrecen los otros géneros que ha cultivado?
R.- Sobre todo, no tener que pensar en una trama, como en las novelas. Los personajes son como perfiles en un cuaderno de dibujante, las reflexiones son inmediatas. No hay un sistema o una argumentación como en los ensayos. El dietario es mirada, interrogación, perplejidad.
P.- ¿Cuál ha sido el proceso de escritura? ¿Hay sedimentación y retoque o prima la inmediatez?
R.-Este dietario, desde el uno de enero de 2022, está escrito con la intención de que fuera libro. Contaban con ello los editores. Las anotaciones muy privadas o confidenciales se han quedado fuera. No he eliminado contradicciones, por ejemplo, en ir viendo cómo transcurría de guerra de Ucrania. Pero, como en todo dietario, la mezcolanza es impredecible. Iba fluyendo, a su aire. De algo me servía dar un paseo por las mañanas, mirar los árboles y las montañas desde la ventana, y también los disparates de la política y el cafarnaum de nuestra época, con tantos actores aficionados. Las correcciones han sido para evitar reiteraciones. Y luego hacer al mismo tiempo la versión en catalán y la castellana.
P.- ¿Quiénes son sus maestros en este género?
R.- Lo primero que supe del dietarismo fue ese hombre enfermo de dietario que era el suizo Amiel. Mi padre tenía el ensayo de Marañón sobre Amiel. Me intrigó. Y al cabo de un tiempo leí a Amiel. Pero lo que me llevo al dietario fue querer pasar de los poemas de adolescencia a tener prosa. Ya más tarde, el Diario argentino de Gombrowicz me sobresaltó. Y tantos otros, de Junger a Jules Renard, Pla y, por un tiempo, Stendhal especialmente.
P.- Escribió usted un ensayo de referencia sobre ese gran escritor de dietarios que fue Pla: El hombre del abrigo. ¿Qué virtudes destacaría en él?
R.- En catalán no hay otra prosa como la de Pla. En francés puedes escoger Proust o Cèline, prosa impresionista o neoclásica, gran estilo o energía demótica. En catalán solo hay Pla. Y luego está el Pla gran observador, el escéptico un poco iluso, el retratista, un analista político muy certero, el hombre que cree estar de vuelta de todo pero se conmueve escuchando al ruiseñor. Al personaje se le acusa de espiar a cuenta de Franco o se le atribuyen virtudes gastronómicas cuando en realidad bebía más que comía. Ahora me gusta el Pla más salvaje. Está de moda decir que no sabía narrar. Será porque no han leído sus relatos de Berlín.
«Hay un periodismo de la epidermis, como hay una política del Twitter»
P.- En Casa dividida aparece por primera vez la senectud. ¿Cómo la afronta como objeto de reflexión literaria?
R.- Yo creo que con esperanza. Ofrece registros que no tenías en cuenta. El tiempo pasa de otro modo. Ya no tienes urgencias profesionales, puedes ser algo más contemplativo. Le das más vueltas a lo cotidiano. Respetas. Se te cuelan matices nuevos y eso da satisfacciones. He dejado de ser optimista o pesimista. Me atengo a la realidad con esperanza, a pesar de los grandes desatinos de este nuevo siglo.
P.- Ha vivido en ciudades como Londres, Barcelona y Madrid. Ahora vive en Centelles, un pueblo de la Cataluña interior. ¿Las cosas se ven de forma distinta desde esta distancia?
R.- La vida pública sigue interesándome, a pesar de todo, pero con otra distancia. Hay que ver el tiempo que uno pierde cuando estás en el periodismo político. Ahora esta sociedad psicoterapéutica ha desdeñado el carácter y se ha entregado al emocionalismo. Véase la empatía, por ejemplo. Veo la política desde muy lejos, pero no con indiferencia.
P.- En la primera entrada apunta que va a ser «un año trans, un año previsiblemente intranquilo» y habla de «una sociedad que cada vez genera emociones más mediocres y más supersticiones». ¿Vamos irremediablemente a peor o hay esperanzas de regeneración política y cultural?
R.- Sospecho que estamos en una fase de transición y no sabemos definirla. Eso impide prever evoluciones de futuro. En general, lo preocupante es que se vuelvan a propugnar cambios en la naturaleza humana como forma de progreso. Esos experimentos, sean totalitarios o tecno-científicos, siempre acaban mal. Después de lo ocurrido en el siglo pasado, ¿cómo se puede volver a hablar de un «hombre nuevo»?
P.- Se ha declarado liberal conservador, lo cual es casi provocador en el mundo cultural español, que ha tendido a declararse mayoritariamente de izquierda. ¿Se considera una rara avis, una especie en peligro de extinción?
R.- Al contrario. Creo que despunta una nueva generación, más interesada por las ideas que por las ideologías. Si contemplamos el panorama actual, se ve una izquierda tambaleante que no sabe qué hacer después de la socialdemocracia o se dedica al neocomunismo. Al otro lado del río, tenemos el liberalismo clásico y el libertarismo. Y luego, la posición conservadora, que a veces se confunde con la reacción. En el pensamiento conservador queda mucho por trillar. Sería esclarecedor para una época tan confusa.
P.- También se ha declarado católico, en tiempos en que, entre el laicismo, los incesantes escándalos de pederastia y el entusiasmo multiculturalista de nuestros políticos, tiene algo de desafiante. ¿Qué valor tiene ser católico hoy?
R.- No es un valor que se cotice en Bolsa. Eso lleva dos mil años ahí. Es un paisaje del espíritu y explica tanto la gestación de las catedrales, Bach o la Divina comedia, la conexión entre fe y ciencia.
P.- Escribió un libro titulado Moderantismo. ¿Qué virtudes tiene ser un moderado? ¿Es posible apostar por la moderación en un panorama político que se nutre de la crispación?
R.- Ahí está la figura de Jovellanos, por ejemplo. Si hubiese estado en las Cortes de Cádiz, la Constitución hubiese sido más razonable. Todo consiste en optar por la reforma, si es necesaria, y no por la revolución. Por reconstruir y no caer en el absolutismo racionalista. Intentemos ser razonables.
P.- En el dietario expresa su admiración por políticos el pasado como DeGaulle, Eisenhower o Adenauer y es muy crítico con los actuales. Acuña el concepto «líderes teflón» para referirse a Sánchez, Macron, Trudeau y Sanna Marin; habla de «política de parque jurásico» al referirse a Trump y Bolsonaro, y a Yolanda Diaz la llama «Cruela de Vil poscomunista». ¿Tendemos a perdonar errores y mitificar a las figuras del pasado, a darles un aura de titanes, o verdaderamente la política actual ha degenerado?
R.- Es comprensible que cuando crecen los enanos, haya quien sienta la necesidad de titanes, pero eso es un consuelo tonto. El mundo ha cambiado, la política ha cambiado, los algoritmos avanzan. Ya no está Angela Merkel. Trump es un ego enloquecido. A ver si resulta que el menos alterado es Jinping.
P.- Usted ha tenido trato directo con algunos políticos como Aznar y Pujol, y ha conocido la política de cerca como periodista y como intelectual. No le voy a poner en un compromiso, pero dígame si destacaría a algún político español que le haya sorprendido positivamente.
R.- Adolfo Suárez era el gran seductor, el encantador de serpientes. Le conocí cuando lanzó el CDS. Él sabía que carecía de cultura política. Es curioso, Fraga la tenía toda, pero la Transición estuvo en manos de Suárez y con Fraga hubiese podido ir mal. Los últimos años de Suárez son trágicos, quedarse sin memoria, no saber dónde estaba físicamente. Cuando apareció en un cartel electoral con las manos en los bolsillos, la gente supo que Suárez era el cambio.
P.- Hay sectores empeñados en liquidar lo que llaman el Régimen del 78, en denostar la Transición. Usted que la vivió, ¿qué opinión tiene al respecto?
R.- Se dice que hay que cambiar la Constitución del 78 porque hay otra generación. La verdad es que no se pide a la vez el cambio de código de circulación o de las reglas del tenis. ¿Régimen del 78? Yo le llamo portento colectivo.
«Ahora esta sociedad psicoterapéutica ha desdeñado el carácter y se ha entregado al emocionalismo»
P.- Hablemos de la «superioridad moral de la izquierda». ¿Cómo se puede articular en España un discurso conservador que no parezca estar siempre pidiendo disculpas? En la cultura, por ejemplo, el discurso de la izquierda a veces parece hegemónico.
R.- A mi entender la hegemonía cultural de la izquierda acabó hace ya tiempo. Ahora imitamos el discurso USA de las guerras culturales. Lo usa mucho Vox. Lo que tenemos son grandes debates en profundidad –la regulación del ciberespacio, la corrección política, cuestiones como la eutanasia, la inmigración o la deuda pública-, pero los tratamos como anécdotas pasajeras y no como cuestiones vitales. Hay un periodismo de la epidermis, como hay una política del Twitter.
P.- Entre la cultura, el multiculturalismo, la corrección política, las cancelaciones y demás, ¿hemos llegado al final de una etapa de la cultura occidental y nos adentramos irremediablemente en una nueva?
R.- Es probable. Algo se acaba. Supongo que lo relevante es el ritmo. Hemos pasado de medir por décadas a actualizarnos al segundo. Es difícil diagnosticar una civilización como cuando los monasterios benedictinos salvaron a Occidente de la barbarie. Estamos en otra galaxia, pero seguimos siendo seres frágiles, finitos y desconcertados.
P.- Habla en el libro de cómo «las sociedades abiertas de Europa se transforman en archipiélagos de guetos migratorios, un drama sin posible desenlace pragmático». Es un tema espinoso que también aborda Finkielkraut en La posliteratura. ¿Corren peligro la identidad europea y el sistema de libertades de las sociedades liberales?
R.- Cuando te crees que todo es gratis porque el Estado lo paga, tu individualidad pierde iniciativa, entidad. Entonces parece que nadie sabe lo que quiere, pero tampoco es así. Soy moderado en casi todo, pero no en la gran reforma educativa necesaria, y que por ahora es imposible. Familia, educación y clase media eran un zócalo insustituible. Lo que el comunismo no consiguió liquidar lo ha trastocado el relativismo.
P.- Es usted un mallorquín que vive en Cataluña. Habla de «callejón sin salida» tras el procés. ¿Cómo salimos del callejón? ¿Cómo reconducir la situación si los causantes del desaguisado siguen gobernando? ¿Cómo se puede articular en Cataluña una propuesta constitucionalista con posibilidades de ganar en las urnas?
R.- Son varios callejones sin salida, un verdadero laberinto. Me temo que la sociedad catalana no está dispuesta a requerir una política distinta. Hay más propensión a abstenerse o a seguir confiando en políticas que han sido fraudulentas. La articulación del centrismo en Cataluña tardará. Vea cómo el post-procés eleva el señor Trias a los altares obviando que fue él quien abrió las puertas a Ada Colau.
«Es lo memorable de los buenos dietarios, la partitura y la cacofonía, describir algo de extrema fugacidad»
P.- ¿Es posible el encaje de Cataluña en España o hay que resignarse a la famosa «conllevanza» de Ortega y a periódicos estallidos como el del procés?
R.- El encaje de la Cataluña real –la bilingüe, pluralista y productiva- está en las páginas de 1978 y ya desde siglos antes. Pero con la clase política que fraguó el procés no hay nada que hacer. Es el problema del PSC: pactar con ERC porque Pedro Sánchez necesita esos votos en el Congreso de los Diputados.
P.- Ha vivido en Barcelona y en Madrid. ¿Cómo ve en la actualidad el equilibrio de fuerzas entre las dos ciudades?
R.- Considerablemente desequilibrado y también económicamente hablando. Y recordemos que el actual presidente de la Generalitat era muy locuaz en la campaña «España nos roba». Culturalmente, el dirigismo de los años Pujol y la inmersión lingüística pueden tener un efecto letal.
P.- Ha trabajado -como corresponsal, columnista y editorialista- me atrevería a decir que en todos los periódicos españoles importantes, tanto tradicionales como digitales. ¿Cómo ve la profesión en la actualidad?
R.- Siempre habrá buenos y malos periodistas, lo que ha cambiado mucho es el ritmo y la necesidad de acaparar audiencias. Adaptarse a la realidad digital también es trabajoso. Es inevitable que el periodismo esté en una fase confusa, aquí y en todo el mundo. En Cataluña, el dinero público sigue fluyendo hacia el búnker digital del procés.
P.- ¿Se plantea escribir sus memorias o en estos dietarios está todo lo que quiere contar sobre su vida y sus relaciones con el periodismo y la política?
R.- No hay que abusar de los lectores hipotéticos. Tal vez escriba alguna memoria sobre una parte de mi vida que no aparece en los dietarios. Con la edad uno tiene la infancia más presente que nunca. Somos aquel niño que veía pasar un organillo por debajo del balcón de casa.