THE OBJECTIVE
Ignacio Peyró

El pitillo perdido de Josep Pla

Los cigarrillos terminarán en los mismos desvanes de olvido que los parasoles, los miriñaques o los corsés de ballena, quizá por demostrar que las victorias del progreso no son siempre las victorias de la estética. De momento, las playas van a verse libres de colillas, pero la población mundial –según doctos estudios al respecto- fuma y fuma sin parar. Será por ese gozo imbatible de saltarse los mandamientos de la OMS, por una crianza más afecta a la autoliberación que al autodominio o –en el mejor de los casos- porque el tabaco, como quería el antropólogo Fernando Ortiz, no es sino “la búsqueda del arte”.

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El pitillo perdido de Josep Pla

Los cigarrillos terminarán en los mismos desvanes de olvido que los parasoles, los miriñaques o los corsés de ballena, quizá por demostrar que las victorias del progreso no son siempre las victorias de la estética. De momento, las playas van a verse libres de colillas, pero la población mundial –según doctos estudios al respecto- fuma y fuma sin parar. Será por ese gozo imbatible de saltarse los mandamientos de la OMS, por una crianza más afecta a la autoliberación que al autodominio o –en el mejor de los casos- porque el tabaco, como quería el antropólogo Fernando Ortiz, no es sino “la búsqueda del arte”.

Hace ya sesenta años que Dunhill fils escribió en su tratado que el de fumar era precisamente “un arte perdido y un placer limitado”. Reducidos al furtivismo, hoy recordamos que los cigarrillos pusieron valor en el pecho del soldado, fueron la cortesía que uno tenía incluso con el enemigo, el pretexto para trabar conversación con un extraño o la ligazón perfecta del romance. Véase que su prestigio placentero ha sobrevivido a los agolpamientos arteriales, el sombreado en amarillo de los dientes o ese ahogo congestivo al final de un tramo de escaleras. Tantas veces ocurrió que se encendía un cigarrillo y –gesto fotogénico- se encendía la pasión. Los pitillos, en fin, han sido lo único que tenía quien ya no tenía nada, la mejor manera de hacer tolerables parásitos constantemente humanos como la soledad, el aburrimiento o el insomnio. Hacían la mejor pareja de baile, ay, con las copas. Puestos a enterrar los cigarrillos, quizá también debamos alzarles –pese a todo- un panteón de agradecimiento.

En “El contrapunteo cubano del azúcar y el tabaco” entrevemos algo de la belleza perdida y de la literatura nicotínica: “por el fuego lento con que arde es como un rito expiatorio. Por el humo ascendente a los cielos parece una invocación espiritual. Por el aroma (…) es un sahumerio de purificación. La ceniza final es una sugestión funeraria de penitencia tardía”. Ahora que el tabaco se divorció de la belleza, no podemos agarrarnos al vapeador sin evocar aquellos tiempos eduardianos de boquillas de ámbar y cigarrillos egipcios etiqueta Laurens. Y ahora que perdió la batalla de la literatura, no podemos dejar de pensar en ese Josep Pla que, alta la noche, enciende un pitillo en busca del adjetivo capaz de iluminar como una pentecostés en cada página.

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