Las mujeres, los hombres y la poesía
«Para escribir poesía no hace falta sólo talento y trabajo, sino también algo de alegría»
Algunos de los peores poetas de España se llevaron un enorme disgusto en la mañana de Reyes, hace apenas cuarenta y ocho horas, al ver la portada del Babelia. Figuraban allá nueve mujeres, nueve poetas, de modo que enseguida las redes sociales de esos a los que aludo se convirtieron en el coloquio de los señoros (y de las señoras), que encontraban innumerables motivos para la indignación, para la burla, o simplemente para no dejar de aportar su pequeño enfado o su intento de chiste en lo que enseguida se confirmó como la gran fiesta del envilecimiento. «Aquí la envidia y mentira / me tuvieron comentando»…
Dejando al lado el hecho evidente de que cualquiera de esas personas tan iracundas hubiera corrido a Madrid si les hubieran invitado a posar entre ellas a modo de «referente de la poesía», de «faro de la generación», de «maestro de poetas» (ellos), o como una invitada más, aunque sólo fuera para hacer bulto al fondo… (ellas), llamaba la atención lo rápido que la cortedad de miras salta a la superficie en cuanto el corral se revoluciona un poco, ante la mínima, minúscula, aparente «provocación».
Los más imprudentes, por ejemplo, atacaban la manera de posar de las poetas, que era perfectamente normal, al menos si tenemos en cuenta los parámetros habituales. No hace falta haber posado nunca para un fotógrafo de prensa para saber o al menos intuir las ocurrencias y manías que tienen, sobre todo cuando se trata, como era el caso, de retratos de grupo. Siempre se hacen indicaciones –«tú mejor de pie», «a ver, ponte de lado un momento…», «la de azul que se cruce de brazos»…–, pero por ello la fotografía es un acto de creación y sus resultados van firmados, pues hay una autoría, una mirada, una formación, una habilidad, unas decisiones. Ha habido veces en que otros poetas han posado en una revista de moda, con ropa de marca de la que se da cumplida cuenta, y eso es algo que, sin caer en la cólera de muchos a los que eso les parece horriblemente intolerable o incoherente, a mí sí me ha podido resultar, digamos, inadecuado, innecesario. Pero no era el caso: estas nueve poetas del sábado posaban sin más, sentadas o de pie, mirando a la cámara, sin la menor estridencia y sin nada llamativo o subliminal que pudiera apuntarse sobre sus vestuarios, sus posturas o sus actitudes. Dio igual: fueron insultadas por ello.
Los más pedantes, previsiblemente, discutían la nómina, algo que, si no se es muy inteligente, se hace con una alegría conmovedora. Pero resulta que ese reportaje no era una antología o un congreso, situaciones para-literarias ante las que sí es tan legítimo como ocioso discutir los elegidos, deplorar alguna ausencia, lamentar alguna presencia sobrevalorada… No: era un artículo del periódico, y ni siquiera El País tiene la fuerza suficiente como para reunir en el Círculo de Bellas Artes a todas las que, potencialmente, podrían estar. Sea como sea, si algún día se juntan todas las que fueron reclamadas a lo largo del sábado, o cuyo «olvido» se denunció, la portada resultante parecerá una página de ¿Dónde está Wally?
Pero lo cierto es que si se sabe algo de poesía es difícil no observar que el grupo estaba elegido con bastante buen gusto y con criterio reconfortante, sobre todo viendo la poesía que se defiende y se difunde en los últimos años, especialmente la que promociona El País (no tanto desde Babelia como desde la sección de cultura), y muy especialmente esa con la que está obsesionado Jesús Ruiz Mantilla, que era quien firmaba el texto (que a todo esto, por cierto, era muy malo, totalmente desinformado, a ratos un poco sonrojante por el manifiesto despiste…, pero prefiero no entrar en eso, pues este artículo no trata sobre el artículo sino sobre las reacciones que despertó). Ya he dicho que es absurdo decir que no están todas las que son (¿cómo podría haber sido así en una foto?), pero resulta que sí son todas las que están, y eso ya es mucho, muchísimo, viendo hacia dónde deriva no la poesía sino su crítica, su publicidad, su «aparato», así como las tendencias editoriales, algunos premios… Y sin embargo ese grupo llamaba la atención por su notable calidad, algo que yo no hubiera esperado de antemano: allí había poetas cuya obra me gusta poco, como Raquel Lanseros o Elena Medel, pero lo cierto es que las dos son poetas, mientras que al menos seis de las presentes son muy buenas autoras, con el acierto añadido –y supongo que previsto, no casual– de que responden a líneas estéticas muy dispares (de María Gómez Lara sólo he leído un libro, demasiado poco como para poder opinar).
Por ejemplo, Ada Salas y Ana Merino son dos excelentes representantes de sus opciones literarias, más hermética pero siempre profunda e impactante la primera, más «conversacional» pero nunca plana o trivial la segunda, y buenísimas las dos. Por otro lado, si no fuera por las contracubiertas o las solapas de sus libros no siempre sería fácil saber de qué habla Julieta Valero en sus poemas, pero lo cierto es que muy a menudo se adivina en ellos algo que late con buena fuerza, que contiene una verdad o al menos una intuición bien vista, bien retenida, bien captada. La narradora Lara Moreno ha logrado también poemas alucinados, hermosos, duros, certeros, y Ángela Segovia y Berta García Faet son, simplemente, en mi opinión, poetas importantes, dos mujeres de 1987 que están dándole la vuelta a la poesía española, buscándole las cosquillas, alegrándola de una forma muy visible e influyente, y de hecho las dos tienen ya no sólo algunas/os discípulos/as (¡bien!), sino algunos epígonos o imitadoras (¡mal!).
Curiosamente, entre los indignados del sábado casi nadie se pitorreaba de la que a mi juicio era sin duda la mayor estupidez de esa cubierta, que era el título, «Poetas para un nuevo 27». Creo que, por mucha voluntad que haya de rebajar el nivel del periodismo, de hacerlo «accesible» y «atractivo», de «acercarlo a la gente» (¿pero por qué dan por supuesto que la gente es boba?), la desdicha intelectual de ese título debería haber sido rectificada a tiempo. Tampoco puedo entrar en detalles porque aún no he llegado al párrafo donde quiero explicar lo que me importaba, pero, en fin, sí quiero decir que la presencia de Segovia y García Faet en la foto hacen que sea remotísimamente aceptable la gratuita, exangüe, pueril y poco documentada comparación con la interesadísima y discutibilísima operación de la «generación del 27», pues cien años después esas dos chicas geniales andan haciendo algo parecido a lo que aquel grupo consiguió hace un siglo: alegrar un tanto la tradicionalmente triste (por sus temas, más que por sus tonos) poesía española, colorearla, rejuvenecerla, espabilarla, despertarla a base de collejas dadas con muchos recursos y un inmenso talento, ventilar el hogar de nuestros versos, actualizar su diálogo con los de otros países, otros idiomas y otras tradiciones (algo que, a partir de Juan Ramón Jiménez, también explotó en el 27)…
Y por fin, aunque ya casi sin espacio: no faltaron, por supuesto, los que protestaban por que figuraran exclusivamente mujeres, los que ya no creen en la pertinencia de estas reivindicaciones, los que… En fin, ya saben: ésos. Yo pienso que estamos felizmente cerca de que estas distinciones resulten anacrónicas, o de que nuestras hijas o nietas no las entiendan ni las acepten, pero hoy por hoy me siguen pareciendo generalmente ejemplares, sobre todo cuando, como es el caso, hay un motivo que lo autoriza. No lo digo por lo del 27 (que, insisto, era el modo más inmaduro imaginable de presentar el asunto), sino por el hecho de que, sobre todo entre las nuevas generaciones, son las mujeres las que probablemente estén poniendo sobre la mesa la mejor poesía nueva.
Hubo un momento, hace tres o cuatro años, en que reparé en que yo apenas había leído a poetas más jóvenes que yo, y me puse a curiosear. Me resistía a creer a los que despreciaban en bloque a todos los veinteañeros y, en efecto, me encontré con una hornada poética magnífica, con muchos nombres que mantienen ya no encendida sino bien alta la llama de la poesía. Repartido entre tres grupos bien diferenciables (los cristianos, los queer y las filólogas, aunque hay por supuesto todo tipo de solapamientos: cristianas queer, filólogas creyentes, homosexuales que lo saben todo sobre los pronombres en Gonzalo de Berceo…), hay un talento abrumador, y efectivamente destaca en él la tremenda y reparadora fuerza femenina: las citadas Segovia y García Faet podrían ser las abanderadas de una antología de poetas menores de cuarenta años que andan experimentando con sentido, jugando con criterio, divirtiéndose con rigor, disfrutando con mucha seriedad. También hay intrusos/as, claro, pero los ha habido desde la Edad Media. Y tanto por lo que respecta a los jóvenes, en general, como a las mujeres, en particular, me parece que es un fenómeno felizmente irreversible: no sé lo que pasará con la siguiente generación, pero de momento ésta está salvada en lo creativo, y los lectores tenemos buena poesía para rato, con un nivel de calidad al que, por muy insistente o desesperadamente que lo intente, es improbable que pueda acceder la vociferante mediocridad de los amostazados señores y las hurañas señoras del sábado. Y es que para la poesía no hace falta sólo talento y trabajo, sino también algo de alegría.