THE OBJECTIVE
Jaime G. Mora

La pesadumbre del vivir

Delibes salió del pozo con ‘Señora de rojo sobre fondo gris’, un libro dedicado a la mujer que, «con su sola presencia, aligeraba la pesadumbre del vivir”

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La pesadumbre del vivir
Miguel Delibes acostumbraba a sentarse en su casa de Valladolid en una silla colocada debajo del cuadro de la señora rojo sobre fondo gris, Ángeles, la mujer con que estuvo casado durante 27 años. “Cuando la conocí, era tan bonita, inteligente y atractiva que tenía alrededor un centenar de moscones”, le dijo el escritor vallisoletano a Juan Cruz en 2007, dos años y medio antes de morir: “Yo tenía un par de años más que ella, pero nos enamoramos, en el 46 nos casamos y en el 73 la perdí. Eso duró mi historia sentimental”.
La repentina muerte de Ángeles de Castro, cuando aún le quedaban tantos años por delante, sumió a Delibes en una pena tan profunda que durante casi dos décadas no fue capaz de mandar ningún libro a la imprenta. “Yo escribía para ella. Y cuando faltó su juicio, me faltó la referencia. Dejé de hacerlo, dejé de escribir, y esta situación duró años –así de intolerable le resultaba la ausencia de su mujer–. En ese tiempo pensé a veces que todo se había terminado”.
Cuando Delibes logró salir del pozo lo hizo con Señora de rojo sobre fondo gris, un libro dedicado a la mujer que, «con su sola presencia, aligeraba la pesadumbre del vivir”. La frase no era suya, la pronunció Julián Marías, pero cuando la escuchó lo dejó con un nudo en la garganta, pensando que “exactamente eso era ella”. En el libro Ángeles es Ana, y Miguel Delibes es Nicolás, un pintor que desde la muerte de su esposa no ha conseguido volver a terminar un cuadro.
Nicolás le cuenta a su hija cómo era su madre, lo que ella se perdió porque no había nacido o era demasiado joven para advertir el modo en que Ana –Ángeles–, deslumbraba a todos cuando entraba en una fiesta o la destreza con que en las fiestas pasaba de un interlocutor a otro sin que nadie se sintiera agraviado. Nicolás le cuenta también a su hija lo que ella se perdió aquel verano que pasó en la cárcel por su militancia antifranquista: la enfermedad que le arrebató a Ana la vida.
“Cuando enfermó, a los 48 años, seguía tan grácil y atractiva como cuando la conocí en el parque a los 16”. Lo escribe Delibes en el conmovedor monólogo de su única novela biográfica y José Sacristán lo recita sobre el escenario del Teatro Bellas Artes. Es domingo en Madrid y fuera han quedado las multitudes de Gran Vía, cabezas huecas torturan a sus novios posando como modelos delante del Oso y el Madroño, y la atronadora megafonía de la Vuelta a España, que ha montado en Cibeles la fiesta de celebración de la última etapa.
Sacristán, a sus 81 años, aborda el primer monólogo de su carrera vestido con un jersey rojo y una americana gastada. En el escenario bebe porque solo así, en ese estado de duermevela, puede tolerar su soledad. Y su voz a veces se quiebra, pero nunca se rompe. Y los susurros se escuchan con nitidez en la última fila del anfiteatro. Ni siquiera las toses de los espectadores groseros rasgan la hondura de su voz, grave, ni los móviles de los necios rompen el hechizo de su mirada perdida.
Sacristán dice las últimas palabras y mientras el telón baja los aplausos de un público paralizado, ahora sí, estremecido, tardan unos segundos en llegar. El actor va y vuelve, vuelve y va y pide silencio. Que la función de hoy, dice, sirva para recordar la memoria de Miguel Delibes y Ángeles de Castro.
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