THE OBJECTIVE
Félix de Azúa

Sobre las virtudes

«Incluso los asnos más sabios y bondadosos llega un momento en que se niegan a seguir caminando por donde manda el amo»

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Sobre las virtudes

Ansgar Scheffold | Unsplash

A un amigo, para celebrar su ciudadanía honoraria de la ciudad de Nápoles, le dedicaron un cuadernito con el título Le virtù morale dell’asino. En él se recoge un discurso del médico y naturalista napolitano del siglo XVIII Domenico Cirillo, en defensa del asno, burro, pollino o borrico como uno de los animales con más alta autoridad moral. Es un texto ingenioso y típico del siglo de las Luces, cuando los asnos participaban de la vida común de los ciudadanos napolitanos. Sus virtudes, como puede imaginarse, son sobre todo la paciencia, la resolución, la bondad y tantas otras como la de no despeñarse nunca por los senderos imposibles de la alta montaña. Ahora que han desaparecido los asnos de nuestra vida, es conveniente reflexionar sobre ellos porque en buena medida les hemos sustituido.

Aún he alcanzado a ver el respeto y cariño que tenía Manuel Arroyo por los dos asnos que cuidaba en su jardín de El Escorial, y de qué modo tanto cariño como respeto le eran devueltos por los pacíficos animales. Amar a los burros es síntoma de bondad moral. Aún recuerdo cómo me horrorizó y me sigue horrorizando, en una ocasión en que se me ocurrió cruzar la península Anatolia, el modo de arrear a los burros que se estilaba entre aquellas gentes semi bárbaras. Llevaban una cuchilla curva, una uña metálica, atada a la muñeca y con ella herían el cuello del animal. Todos los asnos de la zona (y llegué hasta la frontera con Armenia) tenían una terrible llaga sangrante en el cuello. Nunca he vuelto a apreciar las virtudes del pueblo turco.

Pues bien, como decía, este admirable animal, paciente, bueno, reflexivo, es capaz de morir si no alcanza a decidirse en un dilema severo. Seguramente todos recuerdan al asno de Jean Buridan, el cual, puesto entre dos montones de heno exactamente iguales, incapaz de inclinarse por ninguno de los dos, se dejó morir de hambre. Del mismo modo los actuales votantes de la partitocracia española soportamos con una paciencia infinita que nuestros representantes nos traten como asnos, que nos mientan, que nos tomen el pelo, que decidan sólo lo que les conviene a ellos y nunca lo que podría ayudarnos a nosotros, y si no nos arrean con una cuchilla es porque ya están sus mesnadas de torturadores en la red y en la prensa subvencionada clavando sus cuchillas en nuestra débil persona.

Ahora bien, cuando todos los partidos actúan del mismo modo, siempre podemos dejarnos morir de hambre en las elecciones y votar al Partido en Defensa de la Burricie. O, aún mejor: incluso los asnos más sabios y bondadosos llega un momento en que se niegan a seguir caminando por donde manda el amo. Se plantan en sus cuatro patas, y no los mueve ni dios. Así, con su fortaleza moral, no matan como los tigres, no devoran como las hienas, no desgarran como los buitres. Simplemente, dicen que no. Y se acabó. A lo mejor nos ha llegado ese momento.

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