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Ferran Caballero

Nuestro Nam

«El optimismo de Iceta, esa rara frivolidad que le caracteriza, podría ser tan útil como pretendían los bailecitos para enfriar el ambiente si estuviese tan caldeado como tantos fingen creer»

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Juan Herrero | EFE

Iceta goza de un optimismo francamente envidiable. Se diría que infantil, pero sólo es progresista. Se basa en la idea de que el mañana le pertenece, a él y a los suyos, y que las penas se van cantando. Y seguramente tenga razón, porque aunque no siempre le haya salido perfecto, a él siempre le ha ido bastante bien. Por eso se presentó bailando a las elecciones catalanas del 21-D, las de después de un 155 que también fue suyo y que tantos de sus entonces rivales y ahora socios consideraron las más importantes de la historia por todo aquello de recuperar la democracia. Y se presentó el otro día, creo que en la radio, diciendo que tranquilos todos que esto de la mesa de diálogo es como lo de Vietnam. Pero sin gravedad ninguna. Hay indepes (aunque queden cuatro) que plantean esta mesa casi como un tratado de paz entre potencias enemigas, pero no es el caso de Iceta. Hay ministros que plantean esta mesa como una «oportunidad histórica». Histéricos y exagerados. Tampoco es el caso de Iceta.

Lo que a Iceta le interesaba hasta el punto de parecerle casi fascinante, ilusionante se diría por su tono de voz, no eran las bombas ni las trincheras ni las trampas ni las torturas ni demás, aunque algo de eso siempre hay, sino el tiempo que se tomaron discutiendo sobre la forma de la mesa. No sobre los temas, los integrantes o los plazos. Sobre la forma. Que si redonda o cuadrada y que si más o menos larga o más o menos ancha. Eso es lo que parece llenar de admiración el corazón de nuestro ministro. El ver que hay políticos que son capaces de dilatar la historia y pasarse días sino semanas sino meses (¿años quizás!) discutiendo sobre la forma de una mesa. Y lo cierto es que no está solo. Si estuviese solo parecería ridículo pero, acompañado como está por los dos gobiernos y los nosécuantos partidos que los conforman, parece un estadista. No es que esto sea Vietnam, pero él es casi un Kissinger. Es uno de esos hombres que le ponen una coma a la historia por la mañana y se la borran por la tarde y se van a la cama con el deber cumplido. Y en Cataluña y en estos momentos, eso es lo que todo el mundo espera porque es lo que todo el mundo necesita.

Lo necesita el PSOE, que tiene mucho más a ganar con sus ganas de dialogar que con cualquier posible diálogo o pacto y ya no digamos compromiso. No tenemos prisa, esto va a durar años, advertía Sánchez. Tantos como podamos, se olvidó añadir. Lo necesita ERC, que gana con esa misma buena voluntad y que no puede por el momento, aunque todo se andará, dar por terminada la negociación sin lograr lo que no puede lograrse, es decir, Amnistía y Referéndum o similar. Y lo necesita hasta Junts, que necesita que dure tanto como que fracase para ir convenciendo a la opinión pública ya no de que la mesa de diálogo es un engaño, que eso lo sabe todo el mundo, sino de que hay alternativa unilateral al autonomismo, porque eso ya no se lo creen ni ellos.

El optimismo de Iceta, esa rara frivolidad que le caracteriza, podría ser tan útil como pretendían los bailecitos para enfriar el ambiente si estuviese tan caldeado como tantos fingen creer. Pero en el ambiente actual, la frivolidad de Iceta ni siquiera desentona y sólo sirve para poner en mayor evidencia las miserias y el cinismo de los sentaditos y de algunos más. 

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