THE OBJECTIVE
Paco Segarra

El obrero, ese desconocido

Loss intelectuales de izquierdas son clasistas y les gusta teorizar sobre la clase obrera desde restaurantes japoneses, como hace Ignacio Escolar, vistiendo camisas de «El Ganso»

Opinión
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El obrero, ese desconocido

Loss intelectuales de izquierdas son clasistas y les gusta teorizar sobre la clase obrera desde restaurantes japoneses, como hace Ignacio Escolar, vistiendo camisas de «El Ganso»

La socialista Bachelet ha ganado las elecciones chilenas. Yo no sé si esta señora ha conocido a algún obrero en su vida. Karl Marx no sólo no conoció a ninguno, sino que los despreciaba como buen burgués. Engels tampoco les tenía gran aprecio; los intelectuales de izquierdas son clasistas y les gusta teorizar sobre la clase obrera desde restaurantes japoneses, como hace Ignacio Escolar, vistiendo camisas de «El Ganso». A mí me gustan mucho los restaurantes japoneses y las camisas de El Corte Inglés, pero yo soy un reaccionario y no un revolucionario, valga el ripio. Como decía Gómez Dávila, un revolucionario es un funcionario en potencia.

Mi compañero -de The Objective, no de copas-, Pablo Iglesias, dice que vive en Vallecas y es posible que conozca obreros e incluso es probable que confraternice con ellos. Tiene pinta de sincero, aunque algunos le sacan eso de que cobra de Maduro, y no sé si es un bulo con mala leche de los que inventan periodistas poco escrupulosos, cosas del oficio, vaya.

Un servidor conoció obreros como el Cecilio, que era franquista y se hizo de CC.OO, lo cual duró hasta que montó un tallercito y envió el paripé comunista a tomar viento. El Maximiliano se hizo sociata y lo sigue siendo y vive modestamente, como Anguita. Y el Eustasio tiraba hacia el PCE y mi padre venía a decirle que tenía que leer a José Antonio, ese socialista vestido de católico bajo una bandera que es un calco de la rojinegra de aquellos anarquistas de la CNT, salvajes pero honrados.

Los obreros de ahora tiran de iPhone y de Seat León y son más pragmáticos que sus padres, porque han descubierto que el Ché era un pijo de la familia Guevara Lynch-De la Serna y sólo se acuerdan de él cuando lavan la camiseta con algún detergente de Procter&Gamble. Todo tan capitalista, ya ven.

Espero que Bachelet no estropee Chile como hizo aquel Allende que lo dejó hecho unos zorros. O sea.

O sea, así, de postre, es un final de Umbral -otro ripio, qué día tengo-, a quien Cela puteaba a conciencia y a quien copian tan mal los aprendices de periodista que pululan por el mundo.

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