THE OBJECTIVE
Óscar Monsalvo

La función social de la vergüenza

Todo lo que somos es en buena parte el resultado de procesos de selección natural. Tenemos ojos, dos piernas y un cerebro desarrollado debido a una mezcla de azar y factores ambientales que hicieron que algunas características de individuos y grupos se transmitieran porque resultaban, de algún modo, útiles. Como eran útiles, los individuos que las poseían tuvieron más posibilidades de sobrevivir y de reproducirse. Y así se fueron transmitiendo las características que son comunes en nuestra especie. Podemos ponernos creativos, pero no hay más. No hay ningún diseño detrás de lo que somos, a pesar que muchas veces nos salga el «para» finalista. No tenemos ojos para ver. Vemos porque tenemos ojos. Y tenemos ojos como podríamos no haberlos tenido.

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La función social de la vergüenza

Todo lo que somos es en buena parte el resultado de procesos de selección natural. Tenemos ojos, dos piernas y un cerebro desarrollado debido a una mezcla de azar y factores ambientales que hicieron que algunas características de individuos y grupos se transmitieran porque resultaban, de algún modo, útiles. Como eran útiles, los individuos que las poseían tuvieron más posibilidades de sobrevivir y de reproducirse. Y así se fueron transmitiendo las características que son comunes en nuestra especie. Podemos ponernos creativos, pero no hay más. No hay ningún diseño detrás de lo que somos, a pesar que muchas veces nos salga el «para» finalista. No tenemos ojos para ver. Vemos porque tenemos ojos. Y tenemos ojos como podríamos no haberlos tenido.

Además de piernas, ojos y un cerebro tenemos la capacidad de sentir miedo y vergüenza. Ambas son herramientas que nos han sido útiles y que han sobrevivido con nosotros. Cumplían y cumplen una función, a pesar de que «función» remite a diseño y por lo tanto no es del todo correcto. El miedo nos permite evitar situaciones que pondrían en peligro nuestra supervivencia. Aunque hay ocasiones en las que ese mismo miedo es precisamente lo que pone en peligro nuestra supervivencia. El miedo puede hacer que nos bloqueemos cuando deberíamos huir, por ejemplo. O puede hacer que nos resulte muy difícil acudir al médico. Esto último lo llevo siempre en la mochila. Herencia genética, imagino. No es tanto el hecho de acudir al médico como una percepción exagerada de los riesgos y una imaginación desbocada ante cualquier síntoma sospechoso.

La vergüenza también es útil, no tanto para la supervivencia individual como para la supervivencia del grupo. Y también permite que cada individuo pueda hacer frente a sus debilidades y a sus temores.

Hace unos días me enteré de que la hermana de una persona necesitaba un trasplante de médula. Encontrar a un donante compatible es complicado, por lo que pedía que todos los que pudieran se hicieran donantes. Difundir la petición estaba bien, pero no es suficiente. Necesitaba donantes, no gestos. Y ahí aparece el miedo. Quirófano, anestesia y la palabra «riesgo», aunque vaya precedida de «no hay». En cuanto empecé a leer perdí cualquier rastro de racionalidad. Justo en ese momento aparece la vergüenza. ¿Cómo iba a volver a mirar a esa persona a la cara si ante un caso así me limitaba a un simple click?

Lo curioso del asunto es que, en realidad, no conozco a esa persona. No puedo volver a mirarle a la cara porque no sé qué cara tiene. Y aun así, la sensación de vergüenza sigue ahí, peleando con el miedo. Afortunadamente.

Esa persona es @Mercutio_M, y en su cuenta de Twitter está toda la información que hace falta.

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