THE OBJECTIVE
Lea Vélez

Todo lo demás es literatura

«La burocracia está infravalorada y es el género de la supervivencia»

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Todo lo demás es literatura

Escribo una carta a la dirección del centro donde estudian mis hijos. Se trata de una petición de adaptación de contenidos para atender las necesidades educativas de ambos niños en base a un informe psicológico externo. La cosa se resume en que son niños con una creatividad desbordante que se ve sesgada, día tras día, por la burocracia estudiantil.

Paso todo el fin de semana en ello y al final, cuando ya he desahogado todo lo que necesito decir y explicar sobre las Altas Capacidades, el enriquecimiento, la pasión por aprender, cuando he puntualizado en mi escrito sobre las actuaciones pasadas y las conversaciones con tutores, las horas de llanto, los días sin fin, las promesas hechas y rotas y el dolor maternal, la borro entera. Me doy cuenta de que está escrita con todo eso que usamos los autores, los que expresamos el alma y los anhelos con palabras: lo literario. Así pues, la corto y recorto, hasta dejarla en varias frases formales, amables y burocráticas.

La burocracia es uno de esos demonios sociales que odiamos injustamente, me digo. Debo abrazar la burocracia. La odiamos, es aburrida, pero es un bien imprescindible. La burocracia ha evolucionado desde aquel día en que un hombre subido en un burro le rompió la cabeza a otro para pasar por un camino hasta convertirse en la solicitud civilizada y neutra de un señor que quiere usar un camino y echa una instancia para que le dejen atravesar todos los jueves con su burro sin tener que partir cabezas.

La petición formal y neutra, o burocrática, es el vehículo necesario para la correcta comunicación entre el profesor y el padre, el jefe y el empleado, el editor que quiere que su autor corte morralla del texto y el escritor picajoso que no quiere que le digan cómo queda mejor su novela, incluso. Es una evolución del lenguaje a un plano puramente utilitario, que evita la ofensa, el despertar de las emociones ajenas con una frase coloquial o un prejuicio mal colocado. La burocracia es como el agua pura sin monstruos bajo la superficie y es justo lo contrario a las expresiones literarias y sus distintos géneros inmortales.

La burocracia es el eunuco de la lengua, y su lenguaje formal, despegado de toda pasión, es un invento alucinante de la sociedad al que la sociedad ha llegado sin inventarlo, a base de ejercer la necesidad común de ser como el de al lado. Es el autobús democrático para todos los colores y todos los tamaños, que generalmente no te lleva a ninguna parte, pero que todos debemos tomar si queremos llegar a nuestros objetivos.

Si en Facebook nos comunicáramos a base de instancias, no se producirían los incendios de redes a los que estamos acostumbrados, porque la burocracia es la esencia de lo que queremos pedir sin sacar un pie fuera del tiesto y todo lo demás, como dijo Verlaine, es literatura. Es decir, todo lo demás no importa y además es literatura, literalmente.

Vamos, que fuera de lo que es burocracia, de lo que son las frases neutras petitorias, rogatorias, legales, incoativas pero despersonalizadas, estamos hablando de desahogo, de queja, de pasión interior, de emoción, de antojo, de lucha. Todo aquel texto que explica en detalle circunstancias vitales, o momentos vividos, aunque su fin sea el de realizar una comunicación de un padre con la dirección del colegio, de un subordinado con su jefe, de un editor con ese autor que se desmanda y escribe capítulos demasiado largos… es literatura y y o bien no le importa a nadie que no comparta tus emociones o bien es mala literatura, aborrecible de leer aún más que la burocracia plana y utilitaria.

Todos escribimos literatura (buena o mala ya es otro cantar) en nuestros emails, en nuestros estados de Facebook, en nuestras explicaciones en la agenda del colegio sobre el motivo de que el niño no presentara los deberes a tiempo y la ejercemos a lo loco. Seamos burócratas de fe. No nos olvidemos de su función social.

Me hizo gracia al escribir este texto qué habría pensado el destinatario de mi burocrática carta al colegio si yo hubiera decidido escribirla en uno de los distintos estilos literarios que estudian mis hijos en primaria. Si hubiera hecho mi solicitud de pedir que se les enriquezcan contenidos, que se les eliminen los ejercicios burocráticos en favor de otros más personalizados, más… ¿literarios?, con una bonita carta en rima o con la fábula de la liebre y la tortuga, que tan bien simboliza al niño de Altas Capacidades, pues se echa a dormir durante la carrera porque la tortuga no es reto. O podía haberla escrito en forma de reportaje científico, con tantos por ciento de fracaso escolar, casos de estudio y tal. Todo era ridículo y absurdo. Era literario. Reí. Pensé de nuevo en mi carta, en modo epistolar, género que también se enseña en las aulas. Daba igual su inapelable lectura y emoción maternal solicitando que las necesidades especiales de mis hijos fueran atendidas para que dejasen de sufrir. Iba a resultar una carta odiosa, porque estaba bien escrita y apelaba, en cierta medida, a la emoción.

Me reí de mí misma, de ser escritora. Me puse en mi lugar borrándome del texto y abracé la bendita burocracia aburrida para pedir creatividad. Qué maravillosa paradoja.

La burocracia está infravalorada y es el género de la supervivencia, el lugar donde se embozan los escritores para parecer mucho peores y al que se abrazan los malos literatos para convertirse en los autores literales de nuestro país.

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