THE OBJECTIVE
Guillermo Garabito

Pasar el mono

«El peor de los traumas es el de no haber llegado nunca a cambiar el colchón de la Moncloa cuando todos te decían durante doce años que acabarías viviendo allí»

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Pasar el mono

Albert Rivera ha sido el presidente del Gobierno más breve que ha tenido España. Lo fue exactamente durante media hora, que es lo que duró la rueda de prensa que convocó un lunes por la mañana. Hizo lo que no había hecho siquiera Mariano Rajoy, que es citar a los medios para contarles dónde va a trabajar a partir de ahora. Todavía si hubiese sido para anunciar el nombre de la criatura que espera con Malú, tendría una disculpa. Pero cada uno lleva los lunes como puede: unos leemos el periódico y Albert Rivera echaba de menos salir en él.

Irse de la Moncloa, ya se sabe a ciencia cierta después de 40 años, es un trauma del que uno nunca llega a recuperase. Todos los presidentes, a excepción de Suárez, tienen hoy unos tics como si acabasen de volver de servir en Vietnam. Pero el peor de los traumas es el de no haber llegado nunca a cambiar el colchón de la Moncloa cuando todos te decían durante doce años que acabarías viviendo allí. De ese trauma no se sale. Puede que por eso, después de volver de vacaciones tras dinamitar Ciudadanos, se comporte de esta forma extraña, como si cada español cada vez que cambia de trabajo, en vez de ponerlo en Linkedin, diera una rueda de prensa.

Cuando uno es expresidente del Gobierno puede ponerse a hacer abdominales para pasar el mono o convocar a los medios de comunicación y darse autobombo. Y así lo hizo Albert Rivera, juguete roto de la política patria, niño bonito de un centro cada vez más polarizado en España. Él, que quiso ser un político de la Transición y acabó siendo únicamente un líder de transición. Albert Rivera, que se sigue creyendo Adolfo Suárez cuando ni siquiera llegó a ser Hernández Mancha.

Mi vocación, lo descubrí con Zapatero, es ser expresidente del Gobierno y tenderme a mirar las nubes en el jardín de La Mudarra. Lo que ocurre es que, como muchas otras vocaciones, uno la va posponiendo, sobre todo por ese requisito imprescindible de tener que ser presidente previamente. ¡Rivera siempre lo hizo todo al revés! Se desnudó antes de ser famoso, que es una cosa que está muy mal pensada, principalmente porque debe de estar muy mal pagada. Y en vez de ir perdiendo el pelo, le fue creciendo en los años que estuvo en política. El lunes perpetró la mejor de sus hazañas: llegar a expresidente sin haber pasado nunca por la Moncloa. Anunció dónde trabajará a partir de ahora, del nombre del bebé no dijo nada y aprovechó —ya que estaba— para dejar caer que publicará otras memorias.

La única forma que he encontrado de satisfacer mi vocación de ser expresidente —a falta de consejo de administración— ha sido gracias a Raúl del Pozo, que nos lleva a comer a la mesa de Lucio donde se fotografiaron Felipe, Aznar, Zapatero y Mariano con don Juan Carlos. Porque “si quieres ser alguien, en Lucio no puedes comer en la planta de arriba”. Y así cada español, por un módico precio, puede sentirse expresidente del Gobierno un ratito sin armar el circo que armó el lunes Albert.

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