THE OBJECTIVE
Antonio García Maldonado

¡Noticia bomba! (o no tanto)

«Hay un punto óptimo de consumo de información a partir de cual uno puede que se entretenga, pero no se informa»

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¡Noticia bomba! (o no tanto)

JOSHUA ROBERTS | Reuters

Si el Real Madrid juega contra el Alcoyano y gana, poco hecho noticioso hay. Así se habría contado en los medios, como lo esperado ante el equipo de Alcoy, presente en el lenguaje popular a través de una mítica moral de victoria que supuestamente le hacía pedir prórrogas al árbitro cuando iba perdiendo por cinco o seis. Pero el Real Madrid perdió y el resultado que eliminaba a los blancos de la Copa del Rey fue noticia en prensa, telediarios y redes. Era lo esperado: se sabía qué resultado significaba una cosa y cuál otra. Los periodistas y los espectadores sabíamos a qué atenernos a la hora de narrar y observar. Y lo mismo puede aplicarse a unas elecciones, con sus favoritos, sus perdedores esperados, las encuestas o el ambiente general entre la ciudadanía. Pero algo ha cambiado a este respecto en los últimos tiempos de información 24 horas 7 días a la semana gracias a la digitalización y a las redes.

Durante la noche electoral de Estados Unidos, un conocido periodista hizo un directo de 15 horas para contarnos cómo iba el recuento, con invitados en su mesa de análisis y algunos corresponsales en Nueva York o Washington dando claves locales de lo que sucedía en distintos estados o condados con peso específico. El caso es que aquella noche no iba a ocurrir nada, porque el recuento se demoraría en varios estados dado que no había habido ni ola demócrata ni republicana y las cifras estaban muy ajustadas. De ahí que muchos de los análisis de los contertulios se pudieran resumir en una frase sorprendentemente habitual: «puede pasar cualquier cosa». ¿Tenía sentido periodístico esa maratón una vez se sabía que había que esperar? Se me podrá decir que yo era soberano para ponerme una película o apagar la televisión y las redes e irme a la cama a leer.

Sin embargo, el argumento no tiene en cuenta la capacidad que esos debates, ese enfoque y el formato tienen para capilarizar y condicionar la cobertura del resto de medios y las redes, de modo que al final todos terminamos por hablar de lo mismo, por nimio o chistoso que sea el detalle: ahí están los memes de Bernie Sanders o del periodista –magnífico, por cierto– Emilio Doménech y su trasunto andaluz en redes, DOMENE. Bromas graciosas y creativas aparte, que siempre son bienvenidas, queda cada vez menos clara la jerarquía de la información, de lo que hace que un hecho sea noticioso o no. Así ocurrió hace unos días con la toma de posesión de Joe Biden pocas horas después del asalto al Capitolio por parte de las hordas trumpistas. En esas horas previas al juramento en la escalinata habíamos podido leer o escuchar que el Servicio Secreto temía amenazas, que Biden y los asistentes corrían peligro por la supuesta infiltración del supremacismo blanco entre algunos agentes y en el Ejército, que el FBI había apartado a varios de los guardaespaldas por vínculos con los lunáticos de QAnon, o que, pese a todo eso, el presidente electo se había negado a desistir del paseo triunfal por Washington hasta el Capitolio.

El día de la jura me senté a ver la ceremonia sin tener ni idea de qué iba a pasar («puede pasar cualquier cosa», me decía a mí mismo) a pesar de la ingente cantidad de horas que había dedicado a leer artículos o escuchar noticias sobre todo aquello. Todo para nada, o casi nada, hasta el punto de reconocerme incapaz de identificar qué sería noticia y qué no. Si a Biden lo hubiera asesinado un extremista, habría sido evidentemente noticia. Pero, dados los temores, también lo fue que todo discurriera con normalidad.

–¡Han disparado al presidente!

–¡No han disparado al presidente!

–¡Trumpistas impiden la toma de posesión pese al blindaje policial!

–¡Los trumpistas no aparecen por la toma de posesión en una ciudad blindada!

Hay un punto óptimo de consumo de información a partir de cual uno puede que se entretenga, pero no se informa. Quizá, incluso, se desinforma al perder los puntos cardinales y las referencias de la realidad que pretende analizar. Y así discurre el gran carnaval. Al que yo, por otro lado, siempre termino por acudir.

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