THE OBJECTIVE
Andrea Fernández Benéitez

La libertad como individualismo

«Como bien ha explicado Díaz Ayuso durante la pandemia, libertad es ir a tomarte una caña cuando sales de trabajar, ir a misa, a los toros o al último bar de Madrid»

Opinión
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La libertad como individualismo

Ballesteros | EFE

La victoria de Isabel Díaz Ayuso en Madrid ha dejado boquiabierto a gran parte del país y, en particular, a la izquierda madrileña. Es cierto que a toro pasado es muy fácil hacer análisis, y también es cierto que las habitantes del resto del país estamos hastiadas de escuchar hablar de este tema, por eso quiero avisar de que simplemente usaré el éxito de la derecha madrileña como paradigma para exponer aquello de lo que verdaderamente quiero hablar: qué significa hoy la palabra libertad.

Como bien ha explicado Díaz Ayuso durante la pandemia, libertad es ir a tomarte una caña cuando sales de trabajar, ir a misa, a los toros o al último bar de Madrid. Es no encontrarte a tu ex. En definitiva, la libertad apela a todas aquellas acciones o elecciones a las que puedes aspirar como individuo; evoca al yo. Es decir, cuando habla de libertad se refiere realmente a la individualidad porque obvia cualquier referencia a la comunidad. No existe un nosotros, ni la sociedad, ni un espacio común para la convivencia pacífica donde la vida de sus integrantes se entrelace en la cooperación y el apoyo mutuo: existe únicamente la referencia al individuo y, en el mejor de los casos, al consumo.

Sin embargo, este marco político con el que ha jugado magistralmente el PP de Madrid no es nuevo y si ha prosperado es porque lleva más de una década ahí, cayendo como el agua fina que no moja pero acaba calando. La idea de que la libertad individual es pretexto suficiente para validar cualquier opción de vida es una máxima general que vemos con claridad, por ejemplo, cuando hablamos de vientres de alquiler o de prostitución. Una parte significativa de la sociedad entiende que la decisión de tener hijos biológicos o de acceder a sexo a cambio de dinero es exclusivamente individual, sin importar las circunstancias que rodean a estos fenómenos. Es más, muchos tienden a empatizar con quien paga por tenerse hijos sin reparar en la idea de que se excluye de esa familia a la mujer que ha gestado a un bebé en su vientre obviando toda implicación que se aleje de lo comercial. También hay quien entiende que se pague por una felación sin tener en cuenta los derechos humanos de la persona que se ve en la tesitura de tener que hacerla. Son ejemplos especialmente relevantes porque incluso hay una parte de la izquierda que asume estos postulados como si no estuvieran rodeados por una realidad estructural que los motiva. La felicidad, la realización personal y lo individual tiene una pátina de cultura pop que hace enemigo a quien decide cuestionarlo.

Quizás otro ejemplo sea la cierta hostilidad que existe hacia el sistema fiscal y cómo se vuelven populares medidas como la eliminación del impuesto de donaciones y sucesiones -imprescindibles ambos para la redistribución de la riqueza-. Llegados a este punto parece, además, que la libertad está muy relacionada con la capacidad de pagar por aquello que la otorga. Evidentemente, nuestro sistema de valores se ve impregnado por este contexto.

Lo más novedoso que nos ha traído este tiempo es la individualidad -y por tanto el individualismo- como identidad política. En esa apelación constante al yo el debate público ha comenzado a girar sin fin sobre las identidades de cada individuo: nos define quiénes somos, cómo somos, qué queremos o de dónde somos por encima de lo común. Esto entronca también -entre otros factores- con la proliferación de nacionalismos y regionalismos que se construyen a base de identidades territoriales siempre en el agravio y frente a los otros.

Evidentemente, favorecer la singularidad de cada persona es una buena noticia para cualquier liberal y debemos aspirar a sociedades donde puedan convivir el mayor número de proyectos de vida buena posibles. No obstante, no podemos olvidar que las circunstancias actuales nos exigen reflexionar en común incluso por encima de las lógicas nacionales. En definitiva, la socialdemocracia entendida como proyecto político debe recuperar la noción de libertad a través de la igualdad y eso solo se consigue con un proyecto que busque la implicación y la participación de la sociedad. Además, debe aspirar a mejorar las condiciones materiales de la gente: educación, empleo, transición justa, vivienda y salud son algunos de los grandes retos pospandemia. Sin un marco político cosmopolita y cooperativo no habrá futuro.

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