THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Eros y literatura

«Detrás de la poesía de Cristina Peri Rossi está el Eros como la mejor manifestación del vitalismo y memoria, también, del origen»

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Eros y literatura

El Premio Cervantes tiene la curiosa alternancia de que un año es para un escritor español y al siguiente para un escritor americano en lengua española. Digo curiosa porque si hablamos de literaturas contemporáneas la vastedad estaría en América, no aquí, con lo que la proporcionalidad no existe. Y sólo un año se concedió ex aequo a cada lado del Atlántico: Borges y Gerardo Diego fueron de la mano en ese premio y aunque se lo merecieran los dos, creo que no fue de justicia emparejarlos. Pero las cosas de los premios van como van y a menudo pesan más las circunstancias –la edad que apremia, viejas amistades, voluntad política, modas…– que lo principal del asunto, que es –o debería de ser– la literatura.

En el Cervantes de este año la alternancia desaparece y lo hace por el carácter híbrido de la premiada, Cristina Peri Rossi: nacida en Uruguay en 1941 y residente en España desde 1972. Treinta años en su país natal y salvo su breve paréntesis de apátrida parisina, casi medio siglo en Barcelona, ciudad donde la conocí y empecé a leer su poesía –no he dejado de hacerlo– con entusiasmo de joven amante universitario (y disculpen, que lo explico luego) de otras jóvenes amantes universitarias. Porque la literatura, más que la cama, ha sido siempre el territorio del deseo y una de las zonas más libres del sexo. Y los amantes que no se leen, son menos amantes de lo que creen. Ya escribió John Donne que un cuerpo es el libro donde se lee –la pasión– y la figura no era azarosa sino exacta. Pero sigamos con los libros, que el tiempo no suele perdonar. Ni al amor tan siquiera perdona el tiempo. De hecho es a lo que menos perdona.

Vuelvo, pues, a Cristina Peri Rossi, de la que no me he ido nunca y a la que leíamos en la cama, ya dije, con nuestras novias y amigas y no teníamos las manías que hay hoy por ahí. Mediaban los 70, éramos muy jóvenes y en materia de amor valía todo, sin necesidad de reivindicarlo con filosofías baratas, muy inferiores, por cierto, a la calidad y el empuje del deseo mismo. Habíamos leído a Cavafis, como habíamos leído a Catulo y a Marcial y a Safo y recuerdo que en la poesía de Peri Rossi hallábamos la continuación de esa tradición con un lenguaje contemporáneo y algunos ecos de la estética modernista o art-nouveau, siempre, digamos, tan lujuriosa. Recuerdo muy especialmente el impacto de sus libros Descripción de un naufragio y Diáspora como recuerdo su efecto –también leíamos Museo de Cera, de José María Álvarez y el efecto era similar– en los ojos de mis amigas (y en ambos poetas estaba Cavafis al fondo). La última vez que vi a Cistina Peri Ross fue hace más de quince años en Barcelona –ambos éramos miembros de un jurado de novela– y mientras le hablaba de estas cosas, la nuestra era la complicidad de haber sido felices –o haberlo creído– en un mundo ya inexistente.

En ese mundo la literatura era –y había sido– un mapa libre de prejuicios y mujeres y homosexualidad eran algo tan habitual de ese mapa como la heterosexualidad: sólo habría faltado que no lo fueran. Quiero decir que hoy en día se descubre América cada dos por tres cuando América lleva muchos siglos descubierta y la ignorancia no es ni debería ser ley. Cristina Peri Rossi era en los 70 una capital de ese mapa, no un accidente geográfico y si ha habido en los últimos tiempos premios institucionales dados por el hecho de ser mujer, éste no es el caso. Ella siempre estuvo ahí. Como lo estaban Marta Pesarrodona y Ana María Moix, por citar sólo a dos de aquel tiempo y lo estuvieron Rosa Chacel y María Zambrano mucho antes. Peri Rossi siempre fue leída –la más leída– por sus contemporáneos. Poeta del deseo como –vuelve a aparecer, es inevitable– Cavafis. Del amor como Pedro Salinas (no olvidar nunca su historia con su amante norteamericana). De la contemplación del sueño después del amor, como Homero Aridjis. De la imposibilidad como en la maravillosa Idea Vilariño, uruguaya como ella. Pero además, en Peri Rossi también había un eco discursivo de la Beat Generation y otro meditativo que venía de Eliot, que la engrandecían.

La mañana del jueves, al enterarme de su Premio Cervantes, fui a buscar algunos de sus libros en los estantes donde tengo la poesía americana. Ahí estaban: entre Prosa del observatorio de Cortázar y un par de poemarios de José Emilio Pacheco. No hay azar, o el azar es siempre objetivo. Julio Cortázar amó su poesía y la acogió en su época de París, y la poesía de Pacheco tiene algún que otro punto de concomitancia con la de Peri Rossi. Pero sobre todas las cosas, detrás de la poesía de Cristina Peri Rossi está el Eros como la mejor manifestación del vitalismo y memoria, también, del origen. Y en el origen siempre encontramos –en ella y en todos nosotros– las devastadoras pérdidas del amor y la construcción de una compleja arquitectura para defendernos de las mismas. También eso –y su celebración– son los poemas de la flamante Cervantes de este año.

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