THE OBJECTIVE
Enrique Calvet Chambon

España, ¿primera velocidad o farolillo rojo?

«En una UE a varias velocidades, lo importante para los españoles es que España se sume desde el primer momento a la primera velocidad»

Opinión
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España, ¿primera velocidad o farolillo rojo?

Pedro Sánchez y Emmanuel Macron. | Gao Jing (Xinhua News)

Este primer semestre del 2022 podría (y debería) ser clave en el devenir de la Unión Europea, es decir, para el porvenir de los ciudadanos europeos. Algunas circunstancias de la coyuntura inducen a pensarlo. Citaremos la presidencia francesa de la UE, un peso pesado que siempre tiene potencialidad de tirar hacia un mayor dinamismo en la resolución de problemas europeos. Aunque durante los primeros meses sobrevolará sobre dicha presidencia las elecciones a la Jefatura del Estado de Francia, hay un fuerte convencimiento de que el señor Macron se presentará y seguirá siendo presidente de la República francesa. Y ya ha dejado entender que su campaña, sus ideas, se basarán en un reforzamiento de la UE con miras a largo plazo. También coincide con la llegada al Gobierno del otro peso pesado, Alemania, del señor Scholz, europeísta convencido, tanto como sus socios de Gobierno, que puede aportar la adhesión del centro izquierda europeo a las grandes decisiones que hay que tomar urgentemente. Porque recordemos que ahora las cuatro cabezas visibles de las instituciones europeas pertenecen todas a la visión de centro derecha. La señora Von der Leyen en la Comisión, la señora Lagarde en el BCE, el señor Michel en la presidencia del Consejo Europeo e, inminentemente, una conservadora maltesa que ocupará la presidencia del Parlamento, sucediendo al socialista Sassoli, que en paz descanse. Esperemos también que don Mario Draghi siga con su magnífica labor. Todo ello asegura una cierta cohesión de ideas y ambiciones que también debe ayudar.

Pero lo que puede hacer interesante la conjunción de hombres de Estado favorables a una más y mejor UE es el momento en el que llega. Hay una conciencia generalizada, tras el tsunami pandémico, de que la UE ha mostrado todas sus costuras frágiles y el discurso más frecuente en «Bruselas», ya sea periodístico, académico o institucional, gira alrededor del «relanzamiento» de la UE. Observamos una convicción muy compartida de que «hay que pasar a la acción» en campos como la defensa, la seguridad (ligado a las olas de inmigración), la política exterior, el apuntalamiento del euro y de la economía, el remate del mercado interior y de la estructura futura de Europa. Sucede también que los países más problemáticos en cuanto a visiones de soberanía, como Polonia y Hungría, están recibiendo una dura lección de realidad con el problema ucraniano. Fuera de la UE, y fuera de un peso internacional único e integrado de la UE, hace mucho frío y se tiene de todo menos soberanía y, así, se observa como el futuro de los ucranianos se está negociando en los despachos políticos entre USA y Rusia… ¡sin la presencia de Ucrania! La soberanía al final la marca una relación de fuerzas y tonterías, las justas. Mejor, integrados.

También sucede que la tras-pandemia nos deja un panorama en el que los buenismos globalizadores del mercado planetario sin fronteras han recibido un estoconazo. El mundo se ha continentalizado, pero cada continente juega sus bazas «pro domo suo» y así vemos como se restringen políticamente materias primas y componentes, se condicionan precios internacionales de productos básicos (energéticos en particular) y se exporta inflación, se protegen producciones e investigaciones propias… Algún tipo de proteccionismo ha vuelto con ganas. Lejos están los tiempos del Mario Monti, que desmanteló la industria naval europea de transporte porque era más barato comprar en Corea. Esa industria es estratégica, como sí supieron siempre los EEUU. La evidencia de que a la UE vuelve cierto sentido común y de que se aleja el deseo de precipitar utopías buenistas lo deja claro el debate sobre la energía nuclear del siglo XXI. Finalmente, creemos detectar en este momento un convencimiento en los principales actores comunitarios de que algunas decisiones y medidas estructurales que afectan a los temas que hemos citado, por pura urgencia, no pueden esperar a esa «ilusionante» futura Convención General previa a la reforma de los tratados, cuyo sistema de puesta en marcha nos parece tan torpe como esclerótico. 

Por eso pensamos, y desde hace tiempo, que la manera de avanzar urgentemente en los temas clave que arriba se mencionaron, es proceder, de manera ordenada y asumida, a un sistema de una UE a varias velocidades, o de círculos concéntricos. La idea básica es muy sencilla, una masa crítica de Estados y población acuerdan dar un paso adelante en la integración en alguna o varias políticas que pasarían de ser nacionales a comunitarias. Los Estados que se consideren en otra fase cíclica, u otra situación económico-política, esperarían un mejor momento o, incluso, la consolidación del avance integrador, para sumarse. Por ejemplo, el embrión de un gran ejército europeo, o de una gran Armada, con mando único y visión continental de su cometido, bien puede iniciarse por los países «pesos pesados» de la UE. ¡Pero ya! Recordemos rápidamente que esta posibilidad, llamada de cooperación reforzada entre algunos Estados, existe en los presentes tratados y, sobre todo, que ya existe un precedente clarísimo: el euro. Dicha moneda es la moneda oficial de la UE, adoptada por una serie de países y a la que se van adhiriendo las naciones de la Unión a medida que alcanzan las condiciones propicias y políticas oportunas.

Lo importante para los ciudadanos europeos es que esto se ponga en marcha muy pronto… y lo importante para los ciudadanos españoles es que España se sume desde el primer momento a la primera velocidad. Llevamos lustros luchando desde instituciones comunitarias y españolas para que España esté en el pelotón de cabeza, pero es desolador observar cómo cada vez es más difícil y cómo somos el farolillo rojo en demasiados aspectos: el mayor paro estructural, el gigantesco aumento de la deuda externa, la ingobernabilidad, el «encogimiento» del Estado de derecho, la inseguridad jurídica, la pérdida de unidad de mercado… ¿la propia supervivencia de la nación?

Sería dramático pasar al lado de la historia si se da la oportunidad. Una buena manera de ir enmendando nuestros problemas estructurales político-económicos sería mostrar que somos capaces de utilizar TODOS los recursos financieros que se esperan de la UE y ponerlos al servicio de grandes reformas nacionales en vez de convertirlos en dádivas a las Autonomías por caprichos partidistas. Pero eso, parafraseando a Kipling, es otra historia de la que hablaremos otro día.

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