THE OBJECTIVE
David Mejía

El patrimonio del Rey

«Si la tarea de Juan Carlos fue la consolidación de la democracia, la de Felipe es la consolidación de la monarquía»

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El patrimonio del Rey

Una de las últimas imágenes de los reyes juntos, durante la celebración del 50 aniversario de la Constitución en 2018. | José Oliva (EP)

La Casa Real ha hecho público el patrimonio del rey Felipe VI: 2.573.392,80 euros. Según el comunicado, la revelación responde a la voluntad del Monarca de obrar «bajo los principios de ejemplaridad, transparencia, rectitud e integridad» a los que se comprometió cuando asumió la Jefatura del Estado. Este gesto representa una nueva ofensiva en la cruzada más delicada de su reinado: la de marcar distancias con su padre. Me reconocerán que hay algo irónico en que el titular de una institución hereditaria dedique tantos esfuerzos a distanciarse de su antecesor.

Pero Felipe no eligió las circunstancias de su reinado; las aceptó y las maneja con serenidad. Su tarea histórica es compleja; si la de Juan Carlos fue la consolidación de la democracia, la suya es la consolidación de la monarquía. En los años posteriores a la Transición, la monarquía fue la escayola que permitió que soldara el andamiaje constitucional, pero una vez soldado es legítimo que la sociedad se pregunte por la utilidad de una institución cuyo último titular exprimió en beneficio personal. Por eso la situación hoy es la contraria: es la monarquía la que necesita a la democracia.

El Rey lo sabe, por eso insiste en presentar la Corona como una institución fiel al «espíritu de servicio y compromiso cívico». Felipe VI demostró ese compromiso en octubre de 2017 cuando ejerció de defensor clave del orden constitucional, pero ese episodio no bastará, menos cuando cae mal entre propios y extraños (unos porque quedaron retratados como pánfilos y los otros porque quedaron retratados como totalitarios).

La Casa Real cree saber de qué depende su supervivencia; el comunicado es claro: esta institución (ya) no es un feudo hedonista al servicio del Rey, sino una institución límpida, estoica y fiel a su mandato constitucional. La opacidad ahora es transparencia; la etapa de los negocios turbios, las comisiones millonarias y las amantes despechadas ha terminado. La intención comunicativa es intachable, pero dudo que desvelar un patrimonio de más de dos millones y medio de euros la refuerce.

La premisa de acercarse a los ciudadanos es encomiable, pero entender al pueblo no significa desnudarse ante él. Porque los hechos son rotundos: el rey Felipe puede no ser tan rico como otros monarcas europeos, pero vive una vida entre lujos, libre de gastos y con un sueldo anual de 258.927 euros brutos, (la reina Letizia de 142.402).

Eso es lo que ven los ciudadanos; el pueblo no lo verá nunca como uno de los suyos. Y por ese motivo el Rey no debe hacer esfuerzos en humanizarse; incluso sería preferible que marcara distancia con los ciudadanos, porque si llegan a percibirle como un hombre «normal» aparecerán las dudas. Es importante distinguir entre las cuentas claras y una vida transparente. Porque la honradez es importante, pero los monárquicos no deben olvidar que el punto débil de la monarquía no es la honradez, sino la legitimidad.

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