THE OBJECTIVE
Esperanza Ruiz

La guerra de los Depp

«Tan solo cambiando una letra del apellido de cada uno, la historia de los señores Deep-Heart se contaría de otro modo»

Opinión
Comentarios
La guerra de los Depp

El actor Johnny Depp, a la salida del juicio que le enfrenta a su expareja, Amber Heard. | Ron Sachs (EP)

«Si tienes un psicópata en tu vida, no te detengas, ¡corre!» – Robert Hare.

«Marianne Faithfull tenía difícil encontrar al hombre adecuado porque el hombre narciso era ella»- Narcisistas contemporáneos (Fórcola)Luis de León Barga

«So deep in my heart that you are really a part of me» – I’ve got you under my skin– Frank Sinatra

El juicio por difamación entre Johnny Depp y Amber Heard se está desarrollando en la corte de Virginia (Estados Unidos) desde el pasado 11 de abril. En principio, la demanda se interpone como consecuencia de un artículo firmado por Heard y publicado en diciembre de 2018 en el Washington Post. En él, sin nombrar explícitamente a Depp, se hace referencia a la violencia doméstica de la que se erige en representante al actor. Obviamente, con la bendición apostólica del movimiento MeToo, que actúa como figura pública y víctima.

Heard ya había obtenido en la demanda de divorcio –el matrimonio duró 15 meses- una orden de alejamiento con la que se sancionaba a su marido. Posteriormente, ambos redactaron un comunicado en el que decían que sí, que bueno, que los dos eran intensitos y que si se zurraban -un poco- era con amor. Al final, con eso y el efecto conciliador del parné, pelillos a la mar. Hasta ahora

Depp es un niño perdido –de esta forma se conoce a los criados en familias disfuncionales- y Heard es producto de una sociedad psicopática. Él, adicto y autodestructivo; ella, histriónica, de personalidad límite o perversa narcisista. No lo sabemos bien todavía. Presenta síntomas clínicos confusos y monta teatritos. Incluso cuando se le hace un sencillo test para detectar si sufre el síndrome de estrés post traumático inherente a toda situación de abuso.

Con la destreza del niño que copia hasta el nombre del compañero en un examen, Amber Heard simuló padecer 19 de los 20 ítems que diagnostican el asunto. Luego confesó que, para ser honesta, quizá solo cumpliera tres de los requisitos. Todo parecía indicar que, con esos mimbres, ambos se lo iban a pasar pirata.

En cualquier caso, el juicio, considerado como un espectáculo mediático, a la altura del de O.J. Simpson, está absolutamente plagado de reconvenciones que implican cantidades astronómicas de dinero, expectación por la comparecencia de celebridades erráticas y hechos que tocan a la cancelación de contratos profesionales por grandes compañías de la industria del entretenimiento. El flamante nuevo dueño de Twitter, omnipresente, también hace sus pinitos en este drama y se le geolocaliza en el ascensor privado del ático del exmatrimonio mientras duraba la convivencia…

La exposición pública de la relación, devastadora, y la revelación de los entresijos de la miseria humana no puede más que sonrojarnos y provocarnos rechazo. La intimidad escabrosa, doliente, televisada y rota, queda al descubierto. Asumiendo el riesgo de la mirada morbosa, el caso está siendo utilizado –lícitamente, a mi parecer- por millones de víctimas del abuso invisible para hacerse oír. Además de ser un pequeño revulsivo para las groupies de la VioGen, que cruzan los dedos para que la protagonista de Aquaman tenga un Musk en la manga.

El maltrato psicológico no es un camelo de charlatanes, no es el enésimo chiringuito de nadie ni un coladero para la venganza de despechados.

Las personas que padecen trastornos de la personalidad del grupo B (narcisismo, maquiavelismo o trastorno antisocial, histriónicos y límites) son depredadores intraespecie. Los narcisistas no son tipos que desayunan esteroides, vomitan selfies, usan camisetas wife beater o son escritores. Bueno sí, pero no es ese todo el mal que uno esperaría del trastorno de la personalidad. Si así fuera, tan solo darían algo de vergüenza ajena y nos sentaríamos a esperar que se les pasara con la madurez, o después del síndrome de Peter Pan, o nunca. Pero no.

De manera contraintuitiva, en el narcisismo estructural subyace una enorme falta de autoestima y un inquietante vacío interior. El ego hiperinflacionado no puede hacer introspección –puesto que no hay una verdadera construcción del «yo»- y solo sabe mirarse en el reflejo que le devuelven los demás. Para ello, no dudan en parasitar las emociones ajenas mediante sofisticadas técnicas de manipulación, que en el caso de las relaciones afectivas adquieren tintes dramáticos y dimensiones de destrucción catastróficas para la vida de la víctima. El doctor Iñaki Piñuel, especialista en acoso laboral, escolar y afectivo, la cataloga como la de un huracán de fuerza 5.

A lo largo de nuestra vida nos topamos con decenas de ellos -tal es su prevalencia- sin tener conciencia del origen del mal en una relación a la que llamaremos «complicada» o en la que nos diluiremos hasta desaparecer. Son las víctimas «despiertas», las que han escapado del vínculo traumático, las que reconocen en el juicio Depp vs. Heard actitudes que conforman el ciclo de abuso narcisista.

Para ellas, no son ajenos términos como love bombing (la estafa emocional es posible por el exquisito trabajo de enamoramiento que realizan), luz de gas, disonancia cognitiva, descarte, triangulación o hoovering. Las que quieren gritar al mundo que el mal existe y que puede llegar a nuestra vida en forma de príncipes azules (masculino genérico). Por cierto, la última fase del ciclo abusivo es la llamada «campaña de difamación», en la que el perverso invierte la culpa y presenta a su víctima como verdugo. Vaya por Dios.

Cuando todo parezca una necesidad de venganza, de justicia, de haber sido vejada, de reclamar la reparación de una traición, hay que abrir los ojos a un mundo de terror. Saber que hay quien vive en el sótano y pretende encerrarles en su ratonera con unos cuántos monos voladores, la humedad, la oscuridad y toda la pesca.

Mi ingeniosa compañera Beatriz Manjón habría reparado sin duda en que tan sólo cambiando una letra del apellido de cada uno, la historia de los señores Deep-Heart se contaría de otro modo.

Por mi parte, recientemente he revisitado las Cartas a mi novia de Léon Bloy. Se trata de la recopilación de la correspondencia que uno de los más controvertidos escritores franceses, el peregrino de lo Absoluto, el mendigo ingrato, escribió a su amada durante el noviazgo. «Te llevaré donde tú no habías creído jamás poder ir […] y haré nacer en ti sentimientos que te lanzarán a desconocidos encantos». Jeanne Molbech recibió por parte de Bloy las más grandes promesas de amor eterno, de unión, de trascendencia. Armando Pego, gran conocedor de su obra y autor de El peregrino absoluto – Exégesis de lugares comunes (Cypress, 2020), comenta al respecto: “Amarse con simplicidad como un signo del Espíritu”. Y Bloy cumplió. “En ningún momento de nuestra vida fue desmentida su gran bondad”, cuenta Molbech una vez muerto el escritor.

Amarse con simplicidad entre penurias, llevarse bajo la piel y dentro del corazón o vivir en el túnel del terror, la manipulación, los altibajos, las sospechas y el caos. Se puede elegir.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D