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Jordi Bernal

Nacionalismo: 100% de estupidez

«La desobediencia del 25% que se avecina supone otro gesto al estilo Torra de impotencia grotesca y reptiliana»

Opinión
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Nacionalismo: 100% de estupidez

Pere Aragonès. | Europa Press

La voluntad de incumplir la aplicación por parte de la Generalitat del 25% de castellano en las aulas es otra muestra de la estupidez de un Gobierno que alarga una decadencia autonómica que no contenta a ninguna de las partes. Ni a sus parroquianos, porque estos empiezan a desesperarse con pequeñas tretas macarras que, sin lugar a dudas, no les llevarán nunca hacia la independencia, ni a los catalanes que no les bailan el agua, que ya están más que hartos de esta situación de ridículo y parálisis general en el que vive instalada la política catalana. En el caso que nos ocupa, y que no es más que una porción razonable de horas de enseñanza en lengua castellana, la estulticia viene dada por el odio cerval por todo lo que tenga que ver con lo español. Y ahí chocamos con su idioma. Como cierto nacionalismo cerril vive atrincherado en una suerte de fantasmagórico antifranquismo, el castellano y su imposición del 25% sería un caballo de Troya que los malvados poderes de Madrid habrían lanzado contra el catalán, a ver si así lo hacen desaparecer de una vez por todas, pues una de sus matracas es que la convivencia bilingüe entre el catalán y el castellano es imposible puesto que el primero se encuentra en peligro de extinción y requiere de una protección especial que, según parece, comporta automáticamente la marginación del segundo. 

Bien es cierto que por mucho que se emperren los desobedientes, las puertas al mar nunca han funcionado y el castellano seguirá teniendo, en buena parte del territorio catalán, una notable salud gracias a sus hablantes. Sin embargo, se habrán pisoteado una vez más los derechos de aquellos que según ley tienen garantizadas unas asignaturas impartidas en lengua castellana. Así que, como siempre, el sucio juego político comportará víctimas inocentes que además se utilizarán de chivo expiatorio para azuzar los enfrentamientos partidistas. Y así la maquinaria mediática podrá funcionar unas cuantas semanas más con su putrefacta cortina de humo en aquel llamado oasis catalán que hoy en día apesta a charca hedionda.

Todo ello por caprichos de malcriados en una sociedad bilingüe. En lugar de comprender la condición de dialectos del latín que comparten castellano y catalán, su mutuo enriquecimiento, y como en su convivencia han conseguido crear, en la cultura barcelonesa, una lengua propia, los guardianes de la pureza no piensan más que en perseguir y segregar, en empobrecer y, en última instancia, en empequeñecer al catalán, ya que su evolución, su alegre contaminación léxica, su retozar gramatical, han sido en gran medida merced al castellano. Pero ante tanto placer de los sentidos, ante tanto hedonismo desfermado, los filólogos del régimen se sacaron de la manga la atronadora diglosia. No era posible darse las lenguas con tanto dichoso frenesí, pues siempre habría una, la fémina, la débil, la pobrissonada, en riesgo de perecer en los amoríos. 

Así se diseñó y desplegó una política lingüística que siempre favoreció al catalán pero que, dentro de lo que cabe, no hizo demasiados aspavientos públicos en su desprecio del macho castellano. Perdidos todos los barcos, la honra ya ni se sabe dónde y con el Procés a un paso de la putrefacción, la desobediencia del 25% que se avecina supone otro gesto al estilo Torra de impotencia grotesca y reptiliana. Durarán en sus tropelías patéticas lo que quieran que duren los ciudadanos. 

A mí no me han preguntado, pero ya puestos y para cerrar el artículo, diré que tampoco soy favorable al 25% de clases en lengua castellana. Más bien me inclino por un 100% de clases en inglés.

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