THE OBJECTIVE
Velarde Daoiz

¿Cuánto mata la contaminación atmosférica?

«Desde que comenzó a haber contaminación atmosférica reseñable debido a las actividades humanas, la esperanza de vida en el mundo se ha disparado»

Opinión
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¿Cuánto mata la contaminación atmosférica?

Vincent Isore (Zuma Press)

Cada cierto tiempo, distintos organismos internacionales publican estudios científicos que estudian el impacto de la contaminación en la salud y en la mortalidad de los seres humanos. Posteriormente, medios de comunicación y políticos se hacen eco de las conclusiones que más les interesan, y nos martillean con el mensaje de los miles, decenas de miles o millones de muertos (según sea el interés de dichos medios y políticos local, regional, nacional o internacional) que causa la contaminación, con especial énfasis en la contaminación atmosférica.

Hace un par de semanas, la prestigiosa revista médica The Lancet publicaba una actualización de su informe periódico, con datos correspondientes a 2019. Según ese informe, la contaminación en todas sus formas continúa causando nueve millones de fallecimientos prematuros cada año a nivel global, cifra similar a la publicada en 2015, y que supone que alrededor de uno de cada seis muertes producidas en el mundo se debe a esta causa. Dentro de ella, 1,4 millones de fallecimientos se deben a contaminación del agua, unas 900.000 a contaminación por plomo, y casi 6,7 millones a la contaminación del aire. De estos últimos, unos 2,3 millones se deben a la contaminación del aire de los hogares (debida a las operaciones de calefacción y cocina con leña, estiércol o carbón que producen muchas partículas en suspensión), y más de cuatro millones a la contaminación atmosférica (fundamentalmente causadas por las partículas en suspensión de tamaño inferior a 2,5 micras, PM2.5).

La contaminación se sitúa así como la mayor causa de fallecimientos junto al tabaco, siempre según este informe. Entre ambas originan una de cada tres muertes en el mundo.

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El mismo informe indica que cada vez fallece menos gente a causa de formas de contaminación «tradicionales» (contaminación del aire de los hogares y agua), y cada vez más gente a causa de la contaminación «moderna» (cuyo componente fundamental es la polución del aire que respiramos en la calle, junto a la contaminación por plomo).

Confieso que soy muy escéptico con estos estudios, particularmente en lo que respecta a la contaminación atmosférica, y particularmente en lo que respecta a la valoración cuantitativa en las «muertes prematuras». 

En primer lugar porque, desde que comenzó a haber contaminación atmosférica reseñable debida a las actividades humanas, la esperanza de vida en el mundo se ha disparado. Y se ha disparado coincidiendo con el incremento de la contaminación atmosférica dentro de cada continente.

En segundo lugar porque, dentro de un mismo país o continente, las regiones con mayor esperanza de vida frecuentemente (casi siempre) coinciden con las áreas más contaminadas de esos países. Las áreas metropolitanas de Madrid, París, Milán o Londres son de las que tienen mayor esperanza de vida en sus respectivos países y en Europa (al menos hasta el azote de la pandemia). La esperanza de vida en Delhi es superior a 75 años, seis más que la media nacional india, pese a tratarse de una de las ciudades más contaminadas del mundo. De hecho, más de 30 de las ciudades más contaminadas del planeta están en la India… y su esperanza de vida es sensiblemente superior a la de la mayoría de África, cuyo aire está en general mucho menos contaminado.

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La razón es muy sencilla. La contaminación atmosférica es el resultado, fundamentalmente, de calefacción y cocina con gas o electricidad, iluminación, transporte rápido de personas y cosas, y fabricación de todo tipo de bienes. Es decir, la contaminación atmosférica es consecuencia del desarrollo económico. Ese desarrollo evita que muramos de frío o fallezcamos por un infarto o un accidente mientras llega auxilio médico a un lugar remoto. Ese desarrollo evita que tengamos que respirar aire con altísimas concentraciones de partículas en suspensión en interiores si queremos cocinar o calentarnos en hogares sitos en paradisíacos mundos rurales con exteriores de aire purísimo. En definitiva, ese desarrollo disminuye la pobreza. Y la pobreza, que no sale en esos informes tan pintones de la OMS o The Lancet, sí es la causa número uno de muerte en el mundo.

No quiero decir, por supuesto, que respirar aire contaminado a igualdad de todo lo demás sea mejor que respirar aire puro. De hecho, en Occidente, llevamos décadas mejorando la calidad del aire exterior y la esperanza de vida continúa aumentando (cada vez más lentamente, por cierto, y mucho más lentamente que en el mundo en desarrollo cuya contaminación atmosférica crece). Quiero decir que, hoy por hoy, no hay alternativa no contaminante a igualdad de productividad y coste para climatizarnos e iluminarnos, transportar personas o cosas o fabricar bienes de producción o consumo. Y por suerte o por desgracia, el ceteris paribus (que podemos traducir como «todo lo demás permanece igual al variar un parámetro») no existe, y es exactamente en ese ceteris paribus en el que se basan la totalidad de estos informes al considerar los efectos de la contaminación.

Explicado de manera muy sencilla: mañana podríamos tener contaminación atmosférica cero, al menos de dos maneras:

  • Dejando de climatizarnos, iluminarnos, fabricando todo artesanalmente y transportándonos por medios animales. El resultado sería parecido a una vuelta al Neolítico. Y pese a que algunos políticos ecoprogres parecen identificarlo con un paraíso terrenal, ese escenario hipotético provocaría la muerte de cientos de millones de personas en solo un año. Eso sí, casi ninguna por contaminación atmosférica.
  • Climatizarnos, iluminarnos, transportar personas y cosas y fabricar todos nuestros bienes eliminando por completo las energías fósiles. Asumiendo que por un hechizo de hadas pudiéramos mañana realizar todas las actividades donde actualmente empleamos energías fósiles causantes de contaminación atmosférica con otras tecnologías alternativas, el coste de dichas actividades se dispararía. El mundo está empezando a atisbar lo que un incremento brusco del coste de la luz, el transporte o los bienes de consumo va a significar en términos de incremento de la pobreza. Sospecho que sus impactos en la salud humana van a ser muy superiores a los de la contaminación atmosférica. Como siempre, el tiempo dará y quitará razones.

Por lo tanto, mientras no existan esas alternativas que nos permitan producir lo mismo y al mismo coste sin contaminar el aire, atribuir cualquier número de muertes prematuras a la contaminación atmosférica me parece un ejercicio muy poco riguroso. Con ánimo provocador, me parecería mucho más cercano a la realidad afirmar que la contaminación atmosférica (o más bien el desarrollo económico que la origina), en términos netos, alarga y salva millones de vidas humanas cada día.

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