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Cristina Casabón

Dialéctica cósmica total

«Tenemos el mayor número de demócratas opinantes pero, paradójicamente, tenemos una izquierda antiopinión que nos cancela por opinar libremente»

Opinión
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Dialéctica cósmica total

Arcadi Espada. | Europa Press

La opinión es una carrera que se estudia en casa de los padres y un español va aprendiendo a opinar en la discusión de sobremesa. Ser español es un poco dramático. Ya decía Sartre que ser hombre es una pasión inútil. Pero si se es español, su pasión resulta pecaminosa, desbocada. Si además de querer opinar tiene afición por el periodismo, la política o el fútbol, entonces es un delincuente en potencia, porque blasfema mucho y de todo. ¡Y qué bien blasfema el español! 

En realidad, ya decía Camba que un español blasfema contra todo lo existente, porque cada español está en lucha contra todo lo existente. Aún así, el último recurso de algunos tipos chungos es expulsar de los templos del saber a quienes se limitan a decir verdades. Esta semana los antiopinión le cerraron a Arcadi Espada la puerta de la radio en las narices y todo por criticar al talludo becario y decir que la basura vertida contra Podemos es mentira. Queridos colegas, eso es una demostración de fuerza bruta.

«España va a su aire, que es el aire de la opinión pública, no de los cojinetes informativos oficiales»

Lo que pasa es que están nerviosos. Dentro de poco habrá elecciones, y acaban de inyectar 55 millones en publicidad institucional, que eso es lo que les gusta a algunos oyentes, desayunar su café y sus magdalenas con su dosis diaria de publicidad. Un intelectual con gafas de izquierdas me dijo que La Sexta es un buen invento de los que dicen ser de izquierdas para crear una opinión pretendidamente de izquierdas. Luego hay otros españoles que no somos de izquierdas a los que nos gusta escuchar información de calidad. Por eso no va España por donde los del Gobierno querían que fuese. España va a su aire, que es el aire de la opinión pública, no de los cojinetes informativos oficiales

La izquierda que busca la hegemonía mediática no ha entendido que las nuevas generaciones se informan sobre todo en redes y YouTube, en medios no oficialistas, para poder seguir opinando a su aire. El español opina en la oficina, en el café, en la cama, en todas partes y en todos los registros, y seguirá haciéndolo donde pueda. Nuestra pasión es tener una opinión de todo. Tenemos el mayor número de demócratas opinantes pero, paradójicamente, tenemos una izquierda antiopinión que nos cancela por opinar libremente, como opina el español, con desparpajo y cachondeo, con soberbia, creatividad. Es casi como que nos prohiban ser españoles.

Parece que en este país hay una pasión dialéctica de las formas, ya saben, que comparten hasta los más moderados. El gobierno tiene mucho trabajo, tiene que invertir mucho dinero público en propaganda, y cerrar tropecientas cuentas de Twitter, pero siendo realistas, en un país de 47 millones y medio de opinantes lo único que no puedes restringir es la opinión. En España no es el orador el que dirige el discurso, sino que el discurso ha elaborado por sí solo el espíritu del orador y ambos tienen que salir a la calle, tanto el español como el discurso que tiene dentro. Es una ley física. Si no lo sacamos entonces parece que puede ocurrir cualquier cosa: el discurso puede tornar en revuelta y podemos partirnos la cara. Aquí vivimos en medio de una «dialéctica cósmica total» (Pla). Hay que comprender la dialéctica de los españoles para saber que la potencia del orador siempre encontrará un nuevo cauce para expresarse.

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