THE OBJECTIVE
Ignacio Ruiz-Jarabo

'Efecto Feijóo' y 'defecto Sánchez'

«Ante la imposibilidad de afrontar el ‘defecto Sánchez’, los suyos deben contentarse con contrarrestar el ‘efecto Feijóo’. Esa es la causa de su fracaso»

Opinión
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‘Efecto Feijóo’ y ‘defecto Sánchez’

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | The Objective

Vaya por delante que el juego de palabras empleado como título no es mío, sino que lo he importado tras habérselo escuchado a Cándido Méndez, una de las voces socialistas tan significativamente válidas como inconcebiblemente ignoradas por el implacable cesarismo sanchista. Lo he hecho porque creo que refleja más que adecuadamente el actual estadio de la política española de modo muy gráfico, en línea con la actual tendencia de buscar la exposición de una idea con frases cortas pero impactantes y sencillas de recordar y transmitir.

En mi opinión, el análisis demoscópico evidencia que los datos escupidos por todos los sondeos electorales atribuyendo una intención de voto significativamente mayor al Partido Popular que al Partido Socialista responden simultáneamente a dos causas. Una, el tirón o atracción que ejerce Alberto Núñez Feijóo entre la generalidad de sus potenciales votantes. Otra, el rechazo o repudio que provoca Pedro Sánchez en una parte de la base electoral socialista.

La primera causa -el efecto Feijóo– es difícilmente discutible dado el vertiginoso repunte de la intención de voto para el PP que se produjo tras su llegada a la presidencia del partido, por lo que no necesita demasiada explicación. Una larga trayectoria de gestión pública estatal en la que dirigió con éxitos reconocidos organismos complejos como el Insalud o Correos, una experiencia de gestión política autonómica como consejero y vicepresidente de la Xunta de Galicia sin tacha alguna y, como culminación, la obtención de su presidencia en cuatro procesos electorales consecutivos, son hechos y datos que avalan su valía personal y profesional. Junto a ello, sus primeros pasos como presidente del PP, marcados por la sensatez, la moderación y la búsqueda de la unidad interna han hecho el resto. De ahí el efecto Feijóo.

«Sánchez no despierta ni simpatía ni adhesión en el electorado de centroizquierda»

El segundo motivo -el defecto Sánchez– aparece cada vez más como explicación del estancamiento socialista en las preferencias de los encuestados. Solo así puede entenderse que la general buena acogida que entre la clientela de izquierdas han tenido las últimas medidas adoptadas por el Gobierno no se haya traducido en un repunte de la intención de voto hacia el PSOE o, en todo caso, el producido haya sido claramente nimio. Está claro, Sánchez no despierta ni simpatía ni adhesión en el electorado de centroizquierda. Así lo ven los suyos y buena prueba de ello el escapismo que muestran los barones territoriales del PSOE cuando se les invita a compartir mesa y mantel con Sánchez.

La existencia de este defecto Sánchez conduce a considerar errónea la táctica política que vienen empleando los suyos. Obsesionados por combatir el efecto Feijóo con todo tipo de artes -horteras, chuscas y cuarteleras-, no se ocupan del rechazo que provoca su líder en una significativa franja de electores. Y así les va. Está lejos de mi intención que rectifiquen su línea de actuación, pues considero que al interés general de España le convienen los errores electorales que el sanchismo comete y pueda seguir cometiendo, dado que así será más factible el fin de la etapa sanchista en el Gobierno. No obstante, creo no traicionar esta posibilidad enumerando algunas de las causas que han generado el defecto Sánchez.

Para empezar, su pecado original. Es de sobra conocido que, tras manifestar en campaña electoral su prevención a formar Gobierno con Podemos, solo esperó unas horas desde el cierre de las urnas para firmar el acuerdo de la actual coalición gubernamental. Como conocido es que, pese a reiterar en la campaña que no pactaría con Bildu, tuvo a bien convertirle en socio parlamentario de su investidura, cuestión que también realizó con los golpistas independentistas de Cataluña. Resulta así inevitable que Sánchez arrastre una larga sombra de falta de credibilidad que, evidentemente, dificulta la fidelidad de buena parte de los que le dieron su voto en 2019.

«La gestión del Gobierno que preside Sánchez no cuenta precisamente sus decisiones por éxitos»

Por si fuera poco el estigma descrito, su pecado original ha provocado que el discurrir de su legislatura esté permanentemente salpicado de cesiones a sus socios parlamentarios en cuestiones trascendentales para la dignidad nacional, siendo probablemente el indulto a los golpistas catalanes el mas claro paradigma de su entreguismo. Añádase a lo anterior el estrambote casi diario que supone el habitual funcionamiento del Gobierno que en coalición con Podemos es presidido por Sánchez, pues nunca fue mayor ni el desentendimiento interno de un Consejo de Ministros ni el permanente espectáculo del enfrentamiento entre dos partidos coaligados. Junto a lo expuesto, sucede además que la gestión del Gobierno que preside Sánchez no cuenta precisamente sus decisiones por éxitos y tampoco está resultando demasiado respetuoso con las instituciones y procedimientos de nuestra democracia.

Como colofón al negativo balance que he descrito, nos encontramos con la actitud pública de Sánchez, permanentemente hinchado de una impostada autoestima, constantemente imbuido de una soberbia inconmensurable y siempre envuelto en una arrogancia ilimitada. Este pernicioso cóctel provoca en general escasa simpatía hacia el que lo practica, pero induce al rechazo generalizado si se trata de un gobernante, pues en una democracia los ciudadanos valoramos en lo que vale que el que gobierna se sienta y se exprese como un servidor público y no como un señor feudal que reclama nuestra pleitesía por dirigirnos y salvarnos la vida.

Parece claro que el panorama que he expuesto determina que el defecto Sánchez sea de difícil reversión. El que hemos denominado pecado original no puede lavarse, como tampoco puede evitarse la obligada sumisión a los socios que mantienen parlamentariamente al Gobierno. Por su parte, el guirigay del Consejo de Ministros va en aumento conforme se aproximan las citas electorales, y el grado de competencia profesional y política de sus componentes no da para más. Así, el único factor sobre el que potencialmente habría margen de maniobra sería la que hemos denominado actitud pública de Sánchez, pero a la vista está que su modificación no parece factible. De ahí que ante la imposibilidad de afrontar el defecto Sánchez, los suyos deban contentarse con intentar contrarrestar el efecto Feijóo. Esa es su limitación y ésa es la causa de su fracaso.

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