THE OBJECTIVE
Teodoro León Gross

Iglesias y la «violencia mediática»

«Cuando Podemos habla de que ‘estamos en un contexto en el que la democracia está en peligro’ debido a la corrupción del periodismo, lo identifica con la derecha»

Opinión
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Iglesias y la «violencia mediática»

Pablo Iglesias en el curso de la Complutense en El Escorial. | Europa Press

Si se acepta la apuesta, ahí va: de haber una legislatura Frankenstein más, con una parte del Gobierno subarrendada a Podemos tal como ahora, llegará al debate parlamentario, y previsiblemente a la orilla del Código Penal, el delito de «violencia mediática». Pablo Iglesias, líder de Podemos indisimuladamente, ya lo tiene formulado. También habla de «acoso mediático». Acoso y violencia, en definitiva, como paralelismo de la cuestión de género.

Iglesias precisamente ha identificado a Irene Montero como víctima de esa «violencia mediática», que él considera una cacería en toda regla. Nunca lo hubiera hecho con Cayetana Álvarez de Toledo o Isabel Díaz Ayuso. Pero esto no es nuevo. Como con los escraches, la lógica de Podemos es inseparable de la ideología: la derecha no puede ser víctima de nada, sólo verduga. Cuando Iglesias habla de que «estamos en un contexto en el que la democracia está en peligro» debido a la corrupción del periodismo, de hecho «un peligro gravísimo de involución», lo identifica naturalmente con la derecha. En esos términos ha anunciado un nuevo canal de televisión: el Canal Red.

¿Pero entonces esto del delito de la «violencia mediática» no es una mala broma? Por supuesto ahora sí; pero irónicamente resulta verosímil que evolucione así. En Populismo punitivo, Guadalupe Sánchez razonaba lúcidamente cómo funciona su mecánica: «Necesita primero apropiarse ideológicamente de reivindicaciones sociales», en este caso el descontento con los medios que cunde en las redes sociales nutrido por un trincherismo recalcitrante señalando cabeceras y periodistas como enemigos del pueblo, para, a partir de ahí, «generar una alarma social artificiosa que conduzca al pueblo a exigir a sus representantes políticos cambios legislativos y medidas que acaben con el problema». Desde ese momento, claro está, queda habilitado para usar una prerrogativa sustancial del Estado, el ius puniendi o «facultad de sancionar y castigar conductas». Lo que hoy parece una ironía delirante, acabará por no verse así. Sólo se ha de seguir el curso habitual de estas cosas: «Implantar en la ciudadanía un relato cargado de tintes emocionales» y a partir de ahí dar forma legal a «la voluntad popular» que está por supuesto «por encima de leyes, instituciones o sistemas de gobierno». O sea, acabará por llegar el asunto de la «violencia mediática».

«Con una lógica estalinista ejemplar, Iglesias no se refiere a todo el periodismo sino a aquel que es crítico con Podemos»

En la tournée de Medios y cloacas, Iglesias va flirteando con esa idea. Se trata de colocar el periodismo bajo sospecha, y él sabe cómo suscitar el aplauso de su clientela: «Si hay una profesión en la que la corrupción está instalada de manera más intensa, y donde jamás se persigue, es el periodismo», y por tanto, «uno de los problemas fundamentales de la democracia española es la corrupción del periodismo». Así va cincelando, golpe  a golpe, la premisa fundamental de colocar el periodismo en el plano de la corrupción. Huelga advertir que, con una lógica estalinista ejemplar, Iglesias no se refiere a todo el periodismo sino a aquel que es crítico con Podemos, o con alguno de sus líderes. Estos días, después de un pódcast de La Base sobre el Mundial de Qatar manchado de sangre, un periodista del mismo espectro ideológico, Antonio Maestre, le mencionaba acertadamente que «se les ha pasado comentar en el programa que en España el propietario de los derechos, el que se lucra con los obreros muertos del Mundial, es Jaume Roures, el propietario de Público y La Base». Nada raro, considerando que Roures le apadrina su nuevo Canal Red.

Nadie esperaba coherencia de Iglesias, por otra parte.

El padre espiritual de Podemos lleva tiempo dedicando mucha energía al «acoso mediático» y la «violencia mediática», evidenciando que cree haber dado ahí con un filón sobre el que ha cerrado la mandíbula contundentemente. El relato está ya muy desarrollado, después de años en las redes señalando a los profesionales cuyo éxito más lo enfurecen. Es fácil seguir el hilo para constatar el odio y la exhibición de esa certeza moral de estar en el lado correcto de la Historia, por tanto con derecho a condenar a la otra media. Y esa noción del periodismo sí que es, en palabras de Iglesias, «un peligro gravísimo de involución».

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