THE OBJECTIVE
Jordi Bernal

Cierto arte decadente

«Hoy en día los sindicatos no son más que oficinas de colocación y grupos de presión muy bien remunerados. Todo se va perdiendo»

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Cierto arte decadente

Aldo Moro.

Sin lugar a dudas, Exterior noche, la ficción sobre el secuestro y asesinato de Aldo Moro, se encuentra entre las series más destacadas de la cosecha de 2022. Entre las múltiples reflexiones que puede suscitar su visionado, la decadencia galopante (y preocupante) de la clase política no es la menor. Bien es cierto que, en este caso, la italiana no sale muy bien parada y la mirada es entre vitriólica y esperpéntica. Una feliz tradición mediterránea de no dejar títere con cabeza que no nos es del todo ajena. Aun así, entre un serpenteante Andreotti y un bamboleante Berlusconi existen evidentes abismos intelectuales. ¡Y ya no digamos entre el parco Berlinguer y la vocinglera Meloni! 

Por su parte, Aldo Moro, un demócrata cristiano honrado (que a estas alturas del partido suena casi como a oxímoron), tuvo que hacer frente a una realidad que en no pocas cuestiones recuerda a la española en los últimos tramos de la década de los setenta. Su acercamiento a los comunistas no sólo le granjeó enemigos entre sus propias filas, sino que además se ganó el siempre incómodo cabreo del ejército. Bien es cierto que en Italia el ruido de sables no despierta el obvio acojone que en España. Asimismo, Moro se encontró con unos descerebrados jugando a la revolución proletaria a tiro limpio. Las Brigadas Rojas no eran ETA. No gozaban del respaldo social de los vascos ni tenían su capacidad logística para hacer el mal. Pero, en cualquier caso, se las apañaban para atentar a diestro y siniestro. Principalmente a diestro.  

«Esos retoños universitarios de la burguesía que hablan de la revolución del proletariado son ciertamente antipáticos»

Y ahí también el visionado de Exterior noche da que pensar. Esos retoños universitarios de la burguesía que hablan de la revolución del proletariado son ciertamente antipáticos. Siniestros. No representan a nadie más que a su propio extravío mental. Incluso el trasunto de Berlinger en un apunte levemente cínico afirma: «No forman parte de nuestra foto de familia». Cuatro gatos enfurecidos y neurasténicos. Uno de los secuestradores de Moro pierde una tarde en el cine viendo Grupo salvaje, de Sam Peckinpah. Y como uno más de los polvorientos perdedores de la peli se siente él. Un héroe acribillado al ralentí. Salvando la tentación violenta, claro está, nuestra extrema izquierda, nuestro populismo bolivariano se mueve en el mismo pueril universo peliculero. Nada más que el grito bilioso de fascistas para el resto del mundo. Y la defensa de una clase obrera abstracta y teórica. Lejana. Ellos sí que han mantenido coherencia y nivel. 

Sea como fuere, esos años de plomo terrorista, como también lo fueron en España, tuvieron enfrente a personalidades políticas relevantes y que en la mayoría de las veces estuvieron a la altura de las circunstancias. Aldo Moro en Italia. Un ejemplo que marca además la inclinada pendiente por donde se ha ido depauperando el caudal político italiano. En España estos días los papeles recuerdan la figura de Nicolás Redondo Urbieta. Como mi niñez son recuerdos de los ochenta, soy un escéptico de Suresnes, pero no hay que negarle méritos a quien le montó tres huelgas generales a Felipe González y no era precisamente uno de los que se paseaban por la Bodeguilla. Hoy en día los sindicatos no son más que oficinas de colocación y grupos de presión muy bien remunerados. Todo se va perdiendo. Aunque por lo menos la decadencia nos alcanza de manera pacífica. En eso hemos salido ganando. Este año veremos cómo le va a nuestro ínclito presidente Sánchez. Si hablamos de la decadencia de la clase política, ni en eso es una referencia fiable. Su reino es de otro mundo. Como siempre, él juega en otra liga. 

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