THE OBJECTIVE
Rebeca Argudo

De autocríticas y contradicciones

«No podemos esperar ya ni coherencia, ni respeto, ni dignidad por parte de cualquiera de los componentes del joyón morado que nos dejo en prenda Iglesias»

Opinión
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De autocríticas y contradicciones

La secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez 'Pam'. | Europa Press

Yo pensaba que aquella mamarrachada de Pablo Iglesias de llamar «cabalgar contradicciones» a decir hoy una cosa y mañana la contraria, sin pudor ni sonrojo, era autocrítica sarcástica. Pero resulta que no, le sobreestimaba, que se trataba de profecía (hoy ya crónica). El protagonista de la más meteórica carrera inversa que jamás se haya visto en política (de vicepresidente a youtuber en menos de media legislatura), tras haber dejado para los anales ejemplos impagables de cinismo, nos lega en herencia su cáfila de políticos diletantes como mantenedores de esa tradición de autorrefutación desacomplejada. Lo que Cayetana Álvarez de Toledo llamó, tan poéticamente, el tablero inclinado (la doble vara de medir de toda la vida) se ha convertido en una brecha que no se salva ya ni con aquel mítico tobogán urbano de Estepona. Y ya no una brecha en la coherencia, que no dejaría de ser un compromiso íntimo con uno mismo, sino con la verdad y la realidad.

Imaginen por un momento que tienen que relacionarse con la secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez Pam. Por lo que sea, que no es que les desee yo ningún mal. Queda usted y sus expresiones a merced de como ella tenga el día, vendido al pie con que se levante, sin ningún tipo de seguridad en cierto acuerdo moral porque la caridad interpretativa es la que le salga a ella del toto y de la ideología. Un ejemplito reciente, que me gustan a mí los ejemplitos recientes: Ángela Rodríguez nos pone el grito en el cielo, horrorizada, con los cánticos de unos chiquillos desde el balcón de su colegio mayor. Para ella, los ripios postadolescentes que prometían cópula en la capea, aceptados con sorna por sus receptoras, eran terror sexual y cultura de la violación. Unos cánticos que había que tomarse al pie de la letra (cero pensamiento abstracto, nada de contexto) por espeluznantes y tomar medidas contundentes al respecto. Fundido a negro. Cinco meses después. 

Exterior día, manifestación del 8 de marzo. Un grupo de adultas agarradas a una pancarta dan saltitos y gritan desgañitadas «qué pena me da que la madre de Abascal no pudiera abortar». Ángela Rodríguez Pam, secretaria de Estado de Igualdad, sonríe más que satisfecha delante de ellas y sube el vídeo a sus redes (aunque luego lo borrará, la muy pilla). ¿Su opinión tras las protestas de Vox? Que están teatralizando, que ellos no han estado nunca en una manifestación feminista y desconocen que ahí hay cánticos. Dice Ángela, lo dice hoy, que lo que digan unas chavalas en una manifestación pues que es cosa suya. No como lo que digan unos chavales en su propia habitación. Lo de estas, jolgorio y alegoría. Lo de aquellos, perversa conminación. Y, ojo, que yo estoy a favor de que unos y otras puedan cantar lo que quieran. Lo que no me parece de recibo es que una secretaria de Estado aparezca con ellas, dando su festiva aprobación. Menos aún si antes te pareció despreciable un acto análogo. 

«A estas alturas de la película ni nos puede sorprender lo que hacen ni podemos ya esperar otra cosa»

Yo aquí me podría poner un poco tremenda e hiperventilar, y decir mientras pido las sales que, por coherencia y por dignidad, por respeto y por decoro, esta señora tiene que dimitir. Que qué irresponsabilidad siendo un cargo público. Que no puede salir ahí a decir que los cánticos de las chicas hay que tomárselos como una licencia creativa y los de los chicos como una amenaza real. Que no puede tomarnos a todos por tontos o, al menos, no hacerlo a la cara. Pero no. Me voy a hacer una autocrítica: a estas alturas de la película ni nos puede sorprender lo que hacen ni podemos ya esperar otra cosa (ni coherencia, ni respeto, ni dignidad, ni decoro) por parte de cualquiera de los componentes del joyón morado que nos dejo en prenda Iglesias (que bien se lo podría haber llevado con el relicario de la madre).

No es ya que no entiendan los conceptos, que estoy segura de que no los entienden (si creen que fascista significa «aquel cuyas ideas me incomodan lo más mínimo», cómo van a saber lo que significa responsabilidad, compromiso o probidad). Es que ni siquiera se dan cuenta de que está defendiendo ahora lo que condenaba antes, que hoy justifica lo que ayer denostó escandalizada. Que no puede un cargo público alentar ni aprobar manifestaciones. Que otra cosa es lo que haga un particular (unas manifestantes, unos universitarios). Pero para ellos, estar en el lado correcto de la historia (creerlo fuentecita) les otorga la patente de corso que legitima todas sus acciones. El tablero inclinado no es que esté inclinado, es que es suyo y lo ponen como quiere, las reglas cambian constantemente y al de enfrente ni se le comunica. Por eso no se les puede pedir responsabilidad, honestidad o coherencia, porque no es justo exigirles lo que no son capaces de dar. Ni siquiera a Pam, que como mujer y según su amiga Irene Montero, es hacedora de paz y sostenedora del bien. Para autocríticas están. 

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