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Andreu Jaume

El caso de Valents

«Llama la atención de Valents la dificultad que encuentra para abrirse paso en el bosque mediático, que en parte ya ha decidido cuáles tienen que ser las alianzas»

Opinión
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El caso de Valents

Equipo de 'Valents' en un acto | Lorena Sopëna (Europa Press)

A nadie se le escapa la trascendencia de las próximas elecciones municipales y autonómicas, que serán un ensayo de las generales pero que también servirán para sondear el estado de la cosa pública. En Cataluña, por ejemplo, cinco años después del intento de secesión, se verá cómo se han repartido las fuerzas y qué propósitos alberga la ciudadanía. Se trata de un desafío democrático de primer orden, puesto que el panorama es muy distinto al del 2017. En aquel año de máximo antagonismo, en las autonómicas, Ciudadanos tuvo un éxito sin precedentes y, aunque no pudo gobernar, se impuso como fuerza más votada. Por primera vez, Cataluña tenía un partido claramente antinacionalista que, tras muchos años de una lenta y difícil labor de zapa, era capaz de acabar con la hegemonía del independentismo reaccionario.

Un lustro después de aquella experiencia, Ciudadanos está en vías de extinción. Su principal líder de entonces, Albert Rivera, ya había dejado Cataluña, como luego haría Inés Arrimadas, para dirigir un intento de aglutinar al centro derecha en el Congreso de los diputados. Como sabemos, Rivera dejó pasar la oportunidad de formar una mayoría con el PSOE que nos hubiera ahorrado la miserable sumisión de Sánchez a las lesivas exigencias de sus socios alternativos, todos ellos manifiestos detractores del actual y maltrecho orden constitucional. Si bien se mira, aquel movimiento de insurrección ciudadana que llevó a una mayoría de catalanes a dar su voto a Ciudadanos solo ha servido para que la ola rompiera contra la escollera de Madrid y se pulverizara en una fragmentación irreconciliable. A sabiendas, Sánchez ha elegido practicar una política de trinchera, grosera e irresponsable, con el fin espurio de crear un ambiente bélico que le dé el voto de la izquierda asustada. Gracias a esa estrategia, ha dado su razón de ser a Vox, su enemigo ideal, un partido nacionalista y grotesco que parece actuar al dictado del presidente del Gobierno y que ha sustituido a Ciudadanos en el equilibro de fuerzas en el Congreso.

El intento, por tanto, de consolidar en España una mayoría por fin emancipada del esencialismo carlista –esa genuina aleación tan nuestra de nacionalismo y clericalismo–, que es la gran rémora del país, no solo ha fracasado sino que ha extendido el problema a nivel nacional. Hoy se puede decir que tanto el PSOE como sus medios afines están controlados por el PSC, el partido que nunca ha dejado de traicionar a sus electores utilizando su voto para claudicar una y otra vez ante el nacionalismo, del que en el fondo se siente parte integral. Lo que fue el tripartito en Cataluña es hoy, con el aderezo tóxico de Bildu, la coalición que domina el Congreso. Y si tenemos en cuenta que el PP, con toda probabilidad, dependerá de Vox para sus futuras alianzas, concluiremos que el carlismo, en su múltiple y policroma variedad ibérica, es hoy la gran esperanza de regeneración política que hay en España. 

El problema es tan antiguo que debería darnos vergüenza. Ya Ortega, en La rebelión de las masas (1929), advertía:

«Hace mucho tiempo que esto consta, y resulta muy extraña la obstinación con que sin embargo se persiste en dar a la nacionalidad como fundamentos la sangre y el idioma. En lo cual yo veo tanta ingratitud como incongruencia. Porque el francés debe su Francia actual, y el español su actual España a un principio X, cuyo impulso consistió precisamente en superar la estrecha comunidad de sangre y de idioma. De suerte que Francia y España consistirían hoy en lo contrario de lo que las hizo posibles. Pareja tergiversación se comete al querer fundar la idea de nación en una gran figura territorial, descubriendo el principio de unidad que sangre e idioma no proporcionan en el misticismo geográfico de las ‘fronteras naturales’».

«Todos los partidos, a izquierda y derecha, parecen dispuestos a asumir que no nos queda más remedio que ser nacionalistas y clasistas y enterrar de una vez por todas los fundamentos de la modernidad»

Pues así seguimos, casi un siglo después, profesando sin rubor la misma «ingratitud» e «incongruencia». Todos los partidos, a izquierda y derecha, parecen dispuestos a asumir que no nos queda más remedio que ser nacionalistas y clasistas y enterrar de una vez por todas los fundamentos de la modernidad. Núñez Feijóo ya hace tiempo que anda templando gaitas con el catalanismo para renovar el pacto de mutua no agresión, el único principio que una y otra vez, pase lo que pase y gobierne quien gobierne, parece imponerse. Que cada uno se ocupe de lo suyo y entretanto vamos minando el bien común hasta que ya no quede nada de él.

Con este panorama, la orfandad política es un sentimiento bastante generalizado en Cataluña. Por ello habrá que estar atentos al caso de Valents, un partido fundado hace año y medio por Eva Parera con las cenizas del efímero paso de Manuel Valls por Barcelona. Integrado por un equipo joven y vocacional, presenta un programa de corte liberal y constitucionalista, con candidatos en la mayoría de municipios, muchos de ellos procedentes del PP, Ciudadanos y PSC. Lo primero que llama la atención de este nuevo proyecto es la dificultad que está encontrando para abrirse paso en el bosque mediático, que en buena parte ya ha decidido cuáles tienen que ser las inercias y las alianzas. Duele constatar hasta qué punto eso que llamamos «democracia» es también un conglomerado de intereses bastardos –lobbies, prebendas, servidumbres, chantajes– que terminan por desvirtuar el espíritu que debería animar la vita activa

El sector más clásico y conservador de la prensa ya ha decidido que el próximo alcalde de la capital catalana tiene que ser Javier Trías, ectoplasma del resucitado Jordi Pujol, que estos días se pasea como el Cid de Convergencia, publicitando la reedición de sus evangelios herderianos y advirtiendo del peligro de que los «catalanes quedemos minorizados» por culpa de «la inmigración y la baja natalidad». Como se ve, el racismo fervoroso y eugenésico de este hombre no ha escarmentado sino que ha mejorado con la ancianidad. James Joyce acuñó un neologismo, Kalipedia, que definió como «arte quimérico de engendrar hijos hermosos». Se lo podríamos regalar al padre de la identidad catalana para que se lo hiciera suyo, algo así como Katalanipedia, «arte quimérico de engendrar hijos catalanes puros». 

Como sabemos, los guardianes más aguerridos de esa ideología son en Cataluña los medios públicos, Tv3 y Catalunya Ràdio, que se han dedicado a silenciar ostensiblemente todos los actos de Valents. Digo ostensiblemente porque, según cuentan sus dirigentes, la televisión autonómica mandó cubrir la presentación de candidatos en el Teatro Poliorama, el pasado mes de noviembre. Sin embargo, al comprobar que la sala estaba llena, el ente decidió no dar la noticia, cumpliendo fielmente sus obligaciones de ser el alma del pueblo. Otros medios ya han decidido que la solución en la comunidad pasa por concentrar todo el voto no nacionalista en el PSC, un partido que, como ya hemos comentado, no ha dejado de transigir frente a la ideología identitaria. A los demás, les interesa más favorecer las candidaturas del PP, para ir articulando las posibles sinergias de cara al eventual triunfo de Núñez Feijóo en las generales

«Más allá de las preferencias de cada cual e incluso del hastío que a muchos nos produce la situación política, no se puede permanecer indiferente ante las operaciones del sistema para sofocar la disidencia, especialmente en Cataluña»

El hundimiento de los proyectos reformistas en España es algo que debería preocupar a toda la ciudadanía. UpyD y Ciudadanos fracasaron en su intento de crear una fuerza alternativa al poder sobredimensionado y deletéreo de los nacionalismos. En el ámbito de la izquierda, el historial de Podemos y Comuns no puede sino calificarse de calamitoso. ¿De verdad vamos a resignarnos a volver a un bipartidismo cada vez más hueco, frágil e insustancial, prisionero además de los esencialismos de toda laya? ¿A una restitución en falso del statu quo previo? Más allá de las preferencias de cada cual e incluso del hastío que a muchos nos produce la situación política, no se puede permanecer indiferente ante las operaciones del sistema para sofocar la disidencia, especialmente en Cataluña, donde la experiencia traumática del proceso independentista parece que quiera subsumirse en un olvido táctico para seguir cada cual con su negocio y, de alguna manera, volver a empezar con algo que ya sabemos cómo termina. Si Valents consigue inmiscuirse en el entramado endogámico y clientelar del municipalismo catalán, sin duda será una buena noticia para la democracia, al menos para los que aún la entendemos como la superación de los límites de la comunidad de sangre y de idioma. 

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