THE OBJECTIVE
Javier Benegas

La ola reaccionaria

«Si Sánchez mantiene esta deriva podría perder las elecciones. Los españoles se han hartado del sanchismo. El recurso de la polarización ha tocado techo»

Opinión
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La ola reaccionaria

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (centro), tras arengar a su grupo parlamentario. | Europa Press

El adelanto de las elecciones generales está suponiendo un cambio de registro inesperado en los actores políticos. No me refiero a la sorpresa que esta decisión pudiera haber provocado. El susto, en esta España política vertiginosa y alocada, se ha amortizado en menos de 24 horas. Lo digo por lo que está sucediendo desde su anuncio. 

En principio, como apuntaba en mi anterior artículo, la maniobra de Sánchez tiene su peligro. Por más que los resultados del 28-M dispararan la euforia en la derecha, los números de unas elecciones generales no están tan claros. Si Sánchez juega bien sus cartas, podría sumar los votos suficientes como para aguar la fiesta a sus adversarios y regalar a los españoles otro gobierno Frankenstein, pero esta vez con algunos de sus socios engullidos por el Partido Socialista por obra y gracia del voto útil. El lema «o yo o la derecha» podría ser suficiente para convencer a quienes siguen sin entender que la alternancia en el poder mediante el voto no es fascismo, sino uno de los principios elementales de la democracia. Lamentablemente, no son precisamente pocos.

Aún creo que los números de las próximas generales no están del todo claros, aunque algunas encuestas puedan señalar lo contrario. Las elecciones las carga el diablo y siguen siendo muchos, quizá demasiados, los votos que pueden caer del lado de Sánchez simplemente para evitar que la derecha gobierne. 

Sin embargo, la zafiedad con la que Sánchez ha decidido afrontar estas elecciones, radicalizándose hasta lo esperpéntico, podría ser definitiva. Tal vez piense, o le han asesorado, que de esta forma se asegura aglutinar el voto de las izquierdas, dando por descontado que el socialista lo tiene en el bolsillo, y que lo demás caerá por su propio peso; a saber, los votos secesionistas de izquierda y derecha y, en general, de los nacionalistas, pero se está equivocando por completo. 

«La dramaturgia del acto, con la tropa socialista dando palmas, fue de vergüenza ajena»

La comparecencia ante sus parlamentarios ha sido especialmente grotesca, incluso para lo que nos tiene acostumbrado el personaje. Para colmo, a pesar de la contención en el gesto y en el tono de la voz, Sánchez transpiraba una tensión casi imperceptible pero apreciable. Y cuanto más solemne y templado pretendía mostrarse, más desesperación emanaba, incluso diría que le envolvía un sutilísimo halo de pánico. Ni que decir tiene que la dramaturgia del acto, con la tropa socialista dando palmas, fue de vergüenza ajena.

Quiero decir con todo esto que, si bien la maniobra del adelanto electoral podría salirle bien a Sánchez, la manera en que parece estar dispuesto a ejecutarla equivale a hacerse el harakiri. De seguir en esta línea, podría acabar ahorcándose con su propio lazo sin que PP y Vox tengan que mover un solo dedo. Lo cual, en el caso del PP, es lo mejor que podría pasarle, visto que cada vez que Feijóo abre la boca, siembra más y más dudas en los votantes. 

Aunque en el Matrix de los partidos y los medios de información la polarización sea la sal de la vida, se palpa el agotamiento, incluso el hartazgo en una buena parte de la sociedad, mucho más preocupada por problemas reales y perentorios que por las alertas antifascistas o anticomunistas. Y es que, por más que afirmarlo sea costumbre, la gente, que no es nadie hasta que al final lo somos todos, porque a la fuerza ahorcan, no es idiota. Sí, hay idiotas, y no precisamente pocos, pero no son mayoría.  

Puede que haya quienes crean que, si gobierna la derecha, el Parque Nacional de Doñana será arrasado, los homosexuales serán perseguidos por las calles, las mujeres quedarán a merced de los maltratadores, los empresarios podrán poner grilletes a sus empleados, los hospitales cerrarán sus puertas y las calles se llenarán de enfermos agonizantes, la educación será un privilegio de gente acomodada, habrá purgas y los tanques entrarán en Cataluña y País Vasco, pero, como digo, no son mayoría. Es más, dicho así, tal y como lo he escrito, es seguro que el número de idiotas que pueden dar pábulo a tales vaticinios se reduce bastante

Y este es el quid, precisamente. Porque así es como Sánchez parece disponerse a abordar esta campaña, apostando por esa supuesta mayoría idiota, dando más vueltas a la tuerca de una polarización que irrita sobremanera a cada vez más españoles que no ven peligros fascistas asomando por todas partes, sino otras amenazas que sí se están sustanciando. Por ejemplo, que son los que más poder adquisitivo han perdido de los países desarrollados, que su renta disponible ha bajado un 5,1% respecto a 2019, mientras que en la OCDE la media ha crecido un 0,8%, y que solo en 2022 sus ingresos reales se han desplomado un 3,6%, la segunda mayor caída de la serie histórica, lo que convierte a España en el tercer país del mundo desarrollado con mayor pérdida de poder adquisitivo.

Esos españoles, que no son idiotas, además han sido bendecidos con 42 subidas de impuestos y tasas en esta legislatura, y con incrementos de las cotizaciones, que también son impuestos, tanto en el régimen general como en el de autónomos, lo que inevitablemente ha mermado sus ingresos porque si la productividad no crece o incluso se reduce, es el trabajador quien lo paga a cuenta de sus ingresos netos.  

«Los españoles se están hartando de que la menor discrepancia implique ser etiquetado de fascista, aunque seas de izquierda»

Los españoles que no son idiotas son conscientes, porque lo padecen a diario, del enorme deterioro de los servicios públicos, de la desatención inaudita de las administraciones a la hora de tener que hacer los trámites más elementales y otros mucho más críticos. Y que las limosnas prometidas son inaccesibles en la práctica. 

Los españoles que no son idiotas también se están hartando de que el gobierno progresista de Sánchez les complique tanto la moralidad, que no baste para ser un buen ciudadano cumplir una serie de requisitos claros y fundamentales, sino que cada vez se añadan otros nuevos, muchos puros disparates, y que la menor discrepancia implique ser etiquetado de fascista, aunque seas de izquierda, mientras que los delincuentes sexuales ven reducidas sus condenas, se normaliza a los etarras y se regala el indulto a los sediciosos.

Las cosas no son inmutables, cambian. Lo que la comunista Ione Belarra llama «ola reaccionaria» es en realidad un cambio de ciclo, pero no partidista, sino sociológico. Una marea descolorida se dispone a llevarse por delante el sanchismo, como en su día se llevó por delante el felipismo o el zapaterismo. Y eso a pesar del empeño que pone Feijóo en demostrar que le importan más las poltronas que la suerte de los españoles. Quien sí parece darse cuenta de la importancia del momento, del punto de inflexión hacia el que nos dirigimos, es el líder de Vox, Santiago Abascal, que ha mostrado su disposición a construir alternativas. Lo que resulta llamativo porque se supone que los centrados son los otros. 

Sea como fuere, lo importante es que, si Sánchez mantiene esta deriva de aquí al 23 de julio, podría perder las elecciones por bastante más de lo que piensa, aun a pesar de la desesperante actitud del Feijóo. Los españoles le han visto las orejas al lobo y se han hartado del sanchismo. El recurso de la polarización ha tocado techo. Ya no sirve para ganar votos, ni siquiera para asegurarlos. Empieza más bien a restarlos, y en grandes cantidades. Sin embargo, Pedro Sánchez ha decidido convertir la polarización en el leitmotiv de su campaña. 

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