THE OBJECTIVE
Félix Ovejero

Leyes al dictado de delincuentes

«Ante la ley, nadie es más que nadie. Es exactamente el mensaje del Rey el 3 de octubre de 2017, ese que no ha entendido ni puede entender Sánchez»

Opinión
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Leyes al dictado de delincuentes

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Alejandra Svriz

Por su indudable importancia e interés, THE OBJECTIVE reproduce a continuación el discurso pronunciado en la manifestación de Cibeles por el profesor y escritor Félix Ovejero.

Hace poco más de seis años, en mi ciudad, Barcelona, cientos de miles de españoles salimos a defender nuestras libertades frente al intento golpista que quería privarnos de nuestra condición de ciudadanos, que quería levantar fronteras entre nosotros, convertirnos en extranjeros en nuestro país. Y lo detuvimos.

Para ello fue importante, junto con la movilización ciudadana, la ley, el cumplimiento de la ley democrática. Es lo que separa a la sociedad civilizada de la barbarie. Recuerden esta impecable definición: «Gobierno de las leyes, no de los hombres» (A Government of Laws, not of Men). La utilizó uno de los padres de la democracia americana, John Adams, para deslindar a las sociedades regidas por el despotismo de aquellas otras en donde nadie está por encima de ley. Ante la ley, nadie es más que nadie. Exactamente el mensaje de su majestad el Rey el 3 de octubre, ese que no ha entendido ni puede entender Pedro Sánchez, que escribe las leyes al dictado de los delincuentes que se las saltaron aquellos días

Muchas cosas han cambiado desde entonces. Hay un par que me importa resaltar. La primera, que el separatismo se ha debilitado. Yo no sé si la tensión ha disminuido, si las cosas están más tranquilas, pero lo indiscutible es que su presencia electoral comenzaba a ser marginal. No lo olviden, en las últimas elecciones los partidos separatistas fueron el cuatro y el quinto partido. Así que, señor Sánchez, no nos diga que pacta con los catalanes: usted pacta con unos pocos catalanes que le desprecian a usted y a sus votantes por ser españoles. Y lo más importante es que esa debilidad del independentismo no es consecuencia de la política de concesiones de este Gobierno, sino de la aplicación de las leyes en el 2017, por la misma razón que mi buena salud de ahora es resultado de la quimio que me aplicaron hace tres años. De pronto, los secesionistas descubrieron que desafiar al Estado no salía gratis, que la justicia cumplía sus funciones. Y se les quitaron las ganas de repetir. Los actos tenías consecuencias. Si ahora estábamos mejor, más tranquilos, no es por lo que se hace ahora, por despenalizar los delitos, sino por lo que se hizo hace seis años. Lo malo es que ahora hemos tirado las medicinas que nos permitieron el tratamiento. Al revés, cuando la enfermedad estaba camino de la extinción la hemos avivado al cebarla con honores. 

La otra cosa es que entonces, frente los golpistas, en defensa del Estado de derecho, estábamos todos. En Barcelona estábamos españoles de izquierdas y derechas, con discrepancias más o menos importantes, pero con un compromiso común, que da sentido a la palabra democracia, de defender derechos y libertades de todos, porque nadie es libre en un país si algunos de sus ciudadanos no son libres. Bien es verdad que no todos salimos con la misma disposición. Recuerdo que los socialistas catalanes que se negaron a convocar a la primera manifestación, ante su éxito en la participación, se apuntaron a la segunda. Y de qué manera. Yo tuve el honor de tomar la palabra en aquella manifestación, y desde la tribuna conservo muy viva la imagen de Iceta saltándose las vallas, a punto de romperse la crisma, jugándose el tipo, por asomar en la foto. Pero, sí, allí estábamos todos.

«De pronto, los secesionistas descubrieron que desafiar al Estado no salía gratis, que la justicia cumplía sus funciones. Y se les quitaron las ganas de repetir»

Hoy todo eso ha cambiado. Hoy las leyes se escriben al dictado de los delincuentes, hoy el futuro de nuestro país lo deciden quienes quieren destruirlo, quienes quiere acabar con la igualdad entre los españoles. Sí, con la igualdad más fundamental. Porque no hay mayor desigualdad, no hay agresión mayor a la libertad, a los derechos de ciudadanía, que convertirnos en extranjeros. Levantar una frontera es privarnos de todos los derechos, sociales, políticos. Una forma superlativa de xenofobia, privar de derechos a quienes ya los tienen. Algo, levantar fronteras, que ya está sucediendo en nuestro país, cuando, en nombre de la identidad, de las lenguas diferenciales, se les priva a ciudadanos de sus derechos laborales.

Y eso es posible porque los socialistas, sometidos a la voluntad despótica de Pedro Sánchez y a su propia indignidad, están del otro lado, compartiendo bandería con aquellos que nos han dicho que volverán a saltarse la ley. Sí, ya sé que no todos los socialistas suscriben esa opinión. Que hay socialistas que se revelan ante esa indignidad. Yo mismo, sin que importe mucho ahora, me reconozco en esa tradición y sé que ahora mismos hay muchos entre nosotros que se avergüenzan del partido que alguna vez reconocieron como suyo. A ellos les toca buscar su lugar en otra parte, a sabiendas de que ya no será en un PSOE que se ha degradado para siempre. 

Y todo esto, la mayor ironía, es que dicen hacerlo en nombre de «la mayoría de progreso». Y lo dicen quienes tienen la mirada vuelta a 1714, los de Dios y leyes viejas, quienes invocan sus derechos históricos para negarse a redistribuir. Perdonen pero a mí eso me recuerda al antiguo régimen. ¿Se acuerdan de la casta?, yo siempre tuve problemas para saber a qué se referían con esa palabra. Ahora comienzo a tenerlo claro: a unos políticos que hace leyes para para privilegiar a los políticos, para perdonarse los delitos. Y cuando hablo de antiguo régimen no hay sombra de exceso en mis palabras. Pedro Sánchez, cuando nos habla de comisiones bilaterales, de tratos especiales según las comunidades que llaman históricas, de observadores internacionales, oficia como un monarca absolutista que se cree dueño de un país y dispone de sus territorios a su arbitrio. Contra eso se constituyeron las modernas democracias, los parlamentos en donde todos los ciudadanos, en condiciones de igualdad, deliberan y exponen sus razones ante sus iguales. Esas instituciones que Sánchez se salta. No, nada de progreso, eso es la reacción. Ustedes son la caverna.

De esas instituciones democráticas, del parlamento, Pedro Sánchez, como un monarca absolutista, quiere excluir a la mitad de los españoles, negarles la voz. A eso se refiere con levantar un muro. Allí solo tendrán cabida, según él, aquellos que desprecian el interés común, quienes quieren acabar con nuestra comunidad de ciudadanos. No cabe mayor desprecio a la democracia. 

Por supuesto, no nos va a echar de las instituciones que, de momento, no son suyas. Allí estaremos y levantaremos la voz las veces que haga falta. Pero si allí no nos dejan, lo haremos en las plazas y en las calles. En Barcelona, en Bilbao, en Sevilla. Como ahora mismo aquí. Con serenidad y buen juicio, con dignos ciudadanos, respeto y con firmeza. Porque se trata de defender nuestras libertades, la mejor España. Viva la España de ciudadanos libres e iguales.

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