THE OBJECTIVE
Aurora Nacarino-Brabo

Yo no me voy a morir

«Es un disparate que Gistau, que fue libre como Santillana en pleno vuelo hacia el remate, haya perecido como un Don Álvaro cualquiera»

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Yo no me voy a morir

Los que enterramos a una madre o a un padre demasiado pronto nos torturamos durante años imaginando finales alternativos a nuestra tragedia, desenlaces felices en los que las cosas suceden de otra manera. Un universo fantasioso en el que la enfermedad no nos derrota, los órganos llegan a tiempo para el trasplante o los que ahora faltan toman la decisión que les permitirá esquivar la muerte: como cuando alguien pierde oportunamente el avión que luego se estrellará.

Que la vida es una puta uno lo entiende más pronto que tarde. Yo fui una niña caprichosa y bastante tozuda que siempre consiguió lo que quiso, hasta que lo que quise fue tener una madre, como todo el mundo. Recuerdo haber dicho esa frase en la UCI del Marañón, cuando todo había terminado y a mamá ya le habían desconectado los cables y los monitores habían dejado de devolverme su saturación y su frecuencia cardiaca: “Yo solo quería tener una madre, como todo el mundo”.

Creo que eso era también lo que quería David Gistau: tener un padre. Yo rebatallé el pasado hasta desfondarme. Quise escuchar los tacones de mamá en los pasos que sonaban en el descansillo, pero tras la puerta nunca estaba ella. Nunca, maldita sea. Le propuse pactos de silencio a la vida: “Tú haz que vuelva como si nada hubiera ocurrido, yo no se lo contaré a nadie, será nuestro secreto”. No quiso escucharme. La llamé cada noche en susurros quedos (qué ridículo, Aurora, qué ridículo).

Mis campañas se contaban por derrotas, hasta que acepté la capitulación: entregaría el pasado, y a mamá con él, de una vez por todas, a cambio de que no volviera a repetirse. El futuro lo escribiría yo. Así que llevo años prometiéndoles a unos hijos que todavía no han nacido que yo no voy a morirme. Es el mismo compromiso que había suscrito Gistau con su familia: esta vez sería diferente. Enmendaría los tropiezos del progenitor malogrado para que sus hijos tuvieran un padre, como todo el mundo. Y lo estaba haciendo bien, como ha escrito Pérez-Reverte.

Pero eso no importa. A veces la vida me recuerda a aquellos dramas del XIX romántico en los que el protagonista no puede sustraerse a la fatalidad del destino. Todo ha vuelto a salir mal. Es un disparate que Gistau, que fue libre como Santillana en pleno vuelo hacia el remate, haya perecido como un Don Álvaro cualquiera. No como un Don Álvaro, claro, que Gistau murió con los guantes puestos, pero sí resulta una excentricidad macabra este final prematuro de quien creíamos tan libre como para no estar obligado por las leyes de la física y la historia. ¡Ni por las del periodismo! Alguien tan libre como para jurar a sus hijos que él no se iba a morir.

Hoy he vuelto a hacer esa promesa. Yo no me voy a morir. Yo no.

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