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Paco Reyero

La memoria recuperada de Bernardo de Gálvez

«La inauguración de la estatua de Bernardo de Gálvez -obra de Salvador Amaya- a las puertas de la Embajada española en la Avenida Pensilvania de Washington DC vuelve a llamar al Gobierno de España a implicarse en la difusión de la vida y legado del militar y político malagueño, determinante para el nacimiento de los Estados Unidos, según reconociera el propio general y primer presidente George Washington»

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La memoria recuperada de Bernardo de Gálvez

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La inauguración de la estatua de Bernardo de Gálvez –obra de Salvador Amaya– a las puertas de la Embajada española en la Avenida Pensilvania de Washington DC vuelve a llamar al Gobierno de España a implicarse en la difusión de la vida y legado del militar y político malagueño, determinante para el nacimiento de los Estados Unidos, según reconociera el propio general y primer presidente George Washington. Hasta ahora, gran parte de la tarea de desempolvado y lustre ha recaído sobre civiles esforzados, asociaciones sin ánimo de lucro de uno y otro lado del Atlántico y también sobre grandes empresas, que asumiendo una misión de traza estatal, están reparando el olvido. Valga el ejemplo de Iberdrola, a quien se debe la nueva escultura y el empeño de incluir objetos y documentos de la contribución española en el éxito de la Guerra de la Independencia norteamericana en museos como el The American Revolutionary War de Filadelfia o el dedicado al propio Washington en Mount Vernon. Hasta ahora, la presencia de tan decisiva intervención para la construcción del mundo actual en espacios museísticos norteamericanos es deficiente.

«Bernardo de Gálvez se ha convertido en los últimos años en el español más representativo de la Historia de España y Estados Unidos»

Bernardo de Gálvez se ha convertido en los últimos años en el español más representativo de la Historia de ambos países. El 16 de diciembre de 2014, el Congreso de los Estados Unidos aprobó una resolución conjunta, es decir de las dos Cámaras, Senado y Cámara de Representantes, la ley 113-229. Y en ella, en la joint resolution, se explicaban, pormenorizadamente, los motivos por los que merecía la exclusiva condición de Ciudadano Honorario. Algunos extractos de la declaración subrayaban, “considerando que los Estados Unidos sólo han concedido la Ciudadanía Honoraria en otras siete ocasiones durante su Historia y que la Ciudadanía Honoraria es y debería matenenerse como un honor extraordinario que no se consigue con facilidad ni se concede frecuentemente; considerando que Bernardo de Gálvez, conde de Gálvez y Vizconde de Galveston, fue un héroe de la Guerra de la Independencia norteamericana, quien arriesgó su vida para lograr la libertad del pueblo de los Estados Unidos y proporcionó provisiones, recursos estratégicos y tácticos y un decidido apoyo al despliegue militar; considerando que las victorias de Bernardo de Gálvez contra los británicos fueron reconocidas por George Washington como un factor decisivo en el devenir la Guerra de la Independencia norteamericana; considerando que Bernardo de Gálvez tuvo un papel integral en la Guerra de la Independencia y ayudó a asegurar la libertad de los Estados Unidos; ahora por lo tanto, sea (….) Ciudadano Honorario de los Estados Unidos”. El texto completo de los méritos reconocidos por el Capitolio fue firmado por el presidente Barack Obama.

La memoria recuperada de Bernardo de Gálvez

La estatua de Bernardo de Gálvez recién inaugurada en la embajada de España en Washington DC. | Foto: Embajada de España en Estados Unidos

Para llegar hasta esta consideración hubo muchos esfuerzos, multitud de horas entregadas generosamente por ciudadanos ajenos a la fama, satisfechos de contribuir bajo el estricto cumplimiento de la que consideraban era su obligación, españoles en Estados Unidos, estadounidenses de España, españoles en su nación, estadounidenses en la suya.

Tras el nacimiento de Estados Unidos, las provincias españolas dieron luego origen a 26 de los actuales estados norteamericanos; cifra que con las 13 colonias británicas y Hawai conforman una inmensidad en la que emerge, a no mucho rascar, la presencia española de varios siglos. Basta recorrer Nuevo México o Texas para ir engarzando nombres de localidades como Española, Santa Fe, San Antonio, Portales o Socorro o recordar, llegados a Arizona, que el Gran Cañón del Colorado fue contemplado por primera vez en los ojos del extremeño Garci López de Cárdenas, quien en 1540, al frente de treinta hombres llegó hasta el lugar, formando parte de una expedición al Oeste comandada por Juan de Oñate. Miles de españoles habían hecho historia en –los actuales– Estados Unidos antes de que la voracidad y diligencia norteamericanas acabaran conquistando para la unión todo el terreno desde el Oeste del Mississippi hasta el Pacífico. Nombres desperdigados, perdidos en algún fleco de archivero, de asombrosas aventuras y quienes, sin ser conscientes de haber abandonado la niñez, ya vivían un destino militar. Entonces no existía el tránsito de la adolescencia, ese colchón de establo. Aquellos fueron muchachos que, con 12, 13 ó 14 años, estaban enrolados en misiones o batallas en algún lugar del imperio español; apellidos que encerraban vidas urgentes, llenas de fulgor, de apenas veintitantos, treintitantos años de existencia… Trayectorias vibrantes, duras, peligrosas, intensas…

«En estos días, en los que importantes lobbies sepultan el descubrimiento de América y la presencia española, la popularidad de Gálvez resulta mucho más gratificante y, también, estupefaciente»

De entre esos nombres, uno resultó determinante para la fundación de Estados Unidos: Bernardo de Gálvez, militar malagueño, murió a los 40 años en Tacubaya, en las cercanías de Ciudad de Méjico, cuando era virrey de la Nueva España. En cuatro décadas de vida, había forjado un relieve contra el olvido pero la noche de los tiempos (eufemismo recurrente ante las causas profusas, confusas y difusas) no sólo lo envolvió a él si no, de una vez y por su sitio, a toda su poderosa estirpe: los Gálvez, que habían llegado desde una aldea de la Axarquia malagueña hasta la cúspide de la Corte. En estos días, en los que importantes lobbies sepultan el descubrimiento de América y la presencia española, la popularidad de Gálvez resulta mucho más gratificante y, también, estupefaciente. El condado de Gálvez es hoy un símbolo de sólida distinción, un título con cotización social que, sin embargo, hasta finales de los años sesenta del siglo XX permanecía en desuso. Cuando Carlos III lo concedió incorporaba la hazaña como modo de vida, la hazaña como un compromiso anotado en la agenda diaria de Bernardo de Gálvez. Luis Alarcón de la Lastra, el abuelo del vigente Conde, lo rehabilitó en 1968, al igual que el Marquesado de Rende, otra distinción olvidada. El propietario de ambos títulos los rehabilitaba con la intención de proporcionar un reparto parejo de su herencia nobiliaria entre las generaciones venideras. En aquel momento, se intuyó que el marquesado de Rende tendría más importancia que el condado de Gálvez. La memoria de Bernardo de Gálvez era oro cubierto por el polvo.

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La marcha de Gálvez, pintura de Augusto Ferrer-Dalmau (2018).

Una breve cata histórica nos sitúa en 1935, cuando el norteamericano John Walton Caughey publicó la primera aproximación biográfica de Gálvez en Estados Unidos. Bernardo de Gálvez in Lousiana (Editorial Universidad de California). Los Angeles Times tituló una excelente crítica al libro –Local historian tells of Spanish in Louisiana (Historiador local cuenta sobre un Español en Luisiana)– y recalcó el desprecio que hace casi un siglo ya resultaba flagrante:

“El volumen es importante no solo –decía Los Angeles Times– porque devuelve a la vida a una personalidad que ha sido incomprensiblemente ignorada tanto por los biógrafos populares como por los académicos, si no también por el contexto histórico del área del Mississippi y Nueva Orleans durante la Guerra de la Independencia, que nunca ha sido contada al público a la luz de la verdad” (Los Angeles Times, 13 de enero de 1935).

«Los héroes son aquellos que amplían la dimensión de lo humano»

Según Carmen de Reparaz –pionera de los estudios que hacia mitad de los años ochenta se concentraron en su necesario libro Yo solo: Bernardo de Gálvez y la toma de Panzacola en 1781: una contribución española a la independencia de los Estados Unidos–, éste, como otros grandes Hombres que, por las glorias de su acción, desborden los fosos del pasado, no puede asimilarse a un paraguas que se olvida en el parque y, transcurrido un tiempo, se pasa a buscar con la esperanza de que todavía siga allí. Los héroes, explicó Emerson en Hombres Representativos, son aquellos que amplían la dimensión de lo humano, hacen más rica y sensible la experiencia de vivir y ensanchan la instensidad de la existencia. Es obligación de los vivos, y por su bien, que no desaparezcan del presente.

En 2010, Manuel Olmedo Checa, publicó los resultados de un prolongado trabajo en el Archivo Nacional de Indias de Sevilla y en los Archivos Nacionales norteamericanos (NARA): documentos de 1783 probaban que el Congreso Continental de los nacientes Estados Unidos había asumido ese año el compromiso de honrar a Gálvez por su imprescindible ayuda en la Revolución, colgando un retrato suyo en el lugar “donde se reúne el Congreso”. En marzo de 2013, gracias a un recordatorio de la información publicado en el diario malagueño SUR, que insistía en el compromiso incumplido, Teresa Valcarce, una gallega de El Ferrol afincada en Washington DC y con doble nacionalidad, acabó conociendo el caso. Valcarce emprendió una inagotable misión personal que finalmente implicó a la Cámara de Representantes, al Senado y a los presidentes de España y Estados Unidos.

El cuadro de Bernardo de Gálvez, fruto del nocturno esfuerzo mediterráneo del pintor malagueño Carlos Monserrate, cuelga de las paredes de la Foreign Relations Committee Room del Senado norteamericano, sita en el Capitolio, desde el 9 de diciembre de 2014. El tour de force de Valcarce ayudó a reactivar una causa dormida: el nombramiento de Bernardo de Gálvez como Ciudadano Honorario de Estados Unidos. La concesión de la Ciudadanía Honoraria se remonta a la presidencia de John Fitzgerald Kennedy. En 1963, un anciano Sir Winston Churchill fue el primer distinguido como Ciudadano Honorario. Siete días después de la ceremonia del cuadro y tras un largo trámite legislativo en el que fue fundamental la implicación de norteamericanas como Molly Long de Fernández de Mesa o Nancy A. Fettterman, el presidente Barack Obama rubricó el nombramiento del militar español como Ciudadano Honorario estadounidense.

«Es mezquino intentar aplicar el confort de pensar a posteriori a circunstancias históricas»

Según recuerda Luis Alberto de Cuenca, España incluso ha proscrito a sus héroes. En el juicio a los Hombres de la Historia es aplicable lo que pone de manifiesto el americanista Pablo Emilio Pérez Mallaína en su libro Los Hombres del Océano, ¿cómo vamos a poder pensar que los controles administrativos de la Carrera a Indias fueran telemáticos? En ese tiempo no había cámaras fotográficas. Es mezquino intentar aplicar el confort de pensar a posteriori a circunstancias históricas. Carlyle escribió que la Historia es una materia de estudio imposible porque siempre algo ha influido en el futuro y según se tome un determinado periodo las causas que pudieran ayudar a explicarlo son infinitas.

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Portada del libro Conoce a Bernardo de Gálvez de Guillermo Fesser. | Foto: Editorial Santillana

En Houston, los Granaderos y Damas de Gálvez están poniendo en marcha el proyecto operístico, Gálvez of Galveztown: The Unsung Hero Sings (El Héroe que no fue cantado, canta) y en las escuelas de distintos estados norteamericanos se recuerda su figura. Guillermo Fesser explica su cómic Conoce a Bernardo de Gálvez a niños de 10, 11 o 12 años y va de colegio en colegio, por Estados diversos. Al entrar en la clase, los estudiantes no parecen prestarle mucha atención. Los alumnos hispanos están ausentes, ajenos a la explicación, pero conforme va a avanzando la charla, siempre ocurrente de Guillermo, muchos niños hispanos se yerguen. Han escuchado que hombres de su mismo origen e idioma materno vivieron y murieron para construir su nación: diversa, rica y llena de matices.

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